Esta noche, Mariano Rajoy y Pedro Sánchez darán otra vuelta de tuerca al bipartidismo. Alguien, seguro, dirá que no es culpa de ellos, pero nadie puede negar al menos que ellos se han avenido y que, por lo tanto, consienten en anclarse en el pasado. Allá ellos. Parece que cuanto más proclaman otros que la vieja política está acabada y que ni PP ni PSOE son capaces de ofrecer una nueva forma de hacer política, ellos se empeñan con más ahínco en hacer las trampas que tantos réditos les dieron en otros tiempos. Les pasará factura, más tarde o más temprano, pero les pasará factura. De Rajoy me lo esperaba, no se puede esperar otra cosa de un registrador de la propiedad, de un personaje anodino y mediocre. Pero de Sánchez no, debo admitirlo, de Sánchez no me esperaba que cayese en la trampa. Me sorprende que el mismo que quería renovar el PSOE para demostrarnos que también es un partido del siglo XXI, acabe sucumbiendo a la telaraña de la vieja política: pastosa, encorsetada, elitista y alejada de las personas. En eso, queridos amigos del PSOE, creo que Madina os hubiera ayudado mucho más.
En todo caso, ahora, de estos dos señores ya no espero nada nuevo. Las políticas timoratas de los gobiernos anteriores del PSOE no me prometen grandes cambios en el futuro. Volveremos a sentir las mismas frases y promesas a las que ya nos tienen acostumbrados desde hace más de treinta años. El PSOE siempre se ha mostrado preso del quiero-pero-no-puedo, de sucumbir a las altas políticas de salón mientras en las elecciones se ponían las cazadoras para prometer las mil y una revoluciones. En eso debemos admitir que Iglesias tiene algo de razón cuando les acusa. Tanto González como Zapatero consiguieron ilusionar a una buena parte del electorado y buena parte repitió con su voto convencido que más tarde o más temprano llegaría un cambio real. Pero los pobres, en el mejor de los casos, siguieron siendo pobres en ambas ocasiones. Incluso alguno que no lo era se vio engullido por la pobreza gracias a ellos.
Pero del PP sí que no puede haber duda. Hoy en día, nadie puede dudar que para el Partido Popular nosotros solo somos un voto que hay que cuidar quince días cada cuatro años. Nos mienten descaradamente con promesas que jamás llegan a cumplir para beneficio de los de siempre. A estas alturas, pocos pueden dudar que el PP nos quiere pobres, viejos, enfermos e ignorantes. Así de radical lo digo. Pero es que, si miro a mi alrededor, cada vez veo a más pobres, más viejos, más enfermos y más ignorantes. Comienzo por lo último. Ignorantes porque el PP ha embestido con una reforma de la enseñanza donde se han primado los intereses de una clase privilegiada -y, por cierto, con el voto en contra de todas las demás formaciones políticas: se ha potenciado con mucha sutileza la enseñanza privada, una enseñanza cara y privativa para gran parte de la población; se ha privilegiado una enseñanza dogmática y acrítica como es la religión; se ha ninguneado el papel de las humanidades; se ha recortado en becas para entorpecer el acceso de los más pobres a la enseñanza universitaria. Sigamos. Nos quiere enfermos porque: gracias a sus recortes, las listas de espera en sanidad son interminables; se ha recortado la plantilla de médicos y enfermeros; se han privatizado servicios; se ha denegado medicación a enfermos necesitados o terminales. Nos quieren viejos porque: cada vez quedan menos jóvenes entre nosotros; los que están bien formados, aquí no encuentran nada de nada, sin futuro, y los que no están tan formados, deben huir igual si quieren sobrevivir; nunca antes ha habido tantos camareros en Alemania o Reino Unido, camareros que soñaron con ser ingenieros, historiadores, sociólogos, químicos, periodistas o biólogos. Y pobres porque somos más pobres gracias a sus políticas. Que nos os mientan, nunca han deseado que saliéramos de la pobreza y nos han abandonado a nuestra suerte con mil y una excusas. Pobres, viejos, enfermos e ignorantes, así nos quieren. Pero aún hay que votar, aún hay esperanza en levantar la voz de la dignidad. Perdamos los miedos.