Moisés Cayetano RosadoLa voluminosa emigración laboral, sostenida durante todo el período desarrollista (1960-1973), además de ser un alivio en la presión de la demanda de empleo interno, supuso una fuente de ingresos decisivos para los países mediterráneos, endémicamente rozando índices masivos de pobreza por parte de su población asalariada y de pequeños y medianos propietarios.El emigrante -en especial si marcha en solitario, dejando a su familia en el lugar de origen-, vive obsesionado con el ahorro, pues lleva en su pensamiento una cifra como condición del retorno, que desea cuanto antes, aunque muchos no pudieron cumplir sus objetivos y se vieron obligados a permanecer fuera, optando en el mejor de los casos por la reagrupación familiar. Pero esos años de la “Edad de Oro” del sistema capitalista -que impulsan la prosperidad en Centroeuropa- van a servir también para procurar un alivio a los emisores mediterráneos, que además recibirán de sus vecinos del norte una avalancha anual de turistasveraniegos, reactivándose el sector de la construcción, la hostelería, la restauración y los complejos de ocio y diversión, generando riqueza y empleos autóctonos en las zonas costeras. Si a ello unimos las inversiones de capital exterior que llevan aparejado, junto a otras inversiones en el impulso industrial de estos años, la Balanza de Pagos se verá extraordinariamente favorecida.Este desahogo de la presión del paro en origen y la inyección económica de las remesas de emigrantes, siendo claramente factores positivos para las regiones emisoras de mano de obra, no significarían su despegue económico, como tampoco un hándicap para el desenvolvimiento de las receptoras, a las que se les detrae capital con dichas remesas y se les carga de servicios necesarios para la población extranjera (emigrantes y descendientes, con su necesidad de centros educativos, sanitarios, asistenciales, recreativos, de vivienda, etc.): las situaciones iniciales de zonas más demandantes de mano de obra y zonas pobres que la ofrecen se perpetúa con el tiempo.Así, estudiando un indicador tan significativo como el Producto Interior Bruto por habitante antes (1950) y después (1977) del boom migratorio en la Comunidad Europea, comprobamos que con 27 años de diferencia a la cabeza de la riqueza están los grandes receptores de emigrantes, como Ile de France, Hamburg (Alemania), Brabant (Bélgica) y otras regiones de los países de mayor afluencia. En cambio, a la cola están las zonas emisoras de España, Portugal y Grecia: Extremadura, Alentejo, Islas de Portugal, Algarve, Kriti (Grecia), Epeiros (Grecia), etc.Es decir, que el masivo proceso migratorio no significó un salto adelante para quien más población “excedentaria” perdió, sino que la situación desigual se ha mantenido, con pérdida -y eso es muy grave- de capital humano joven, en edad de procurar el reemplazo poblacional, dejando en origen una población notablemente envejecida, constriñendo por la base la pirámide de edades y ensanchándola en la altura: las edades no productivas, necesitadas de más servicios asistenciales y que no propicia el reemplazo generacional, desertificando poblacionalmente el territorio.
Así, la pobreza condujo a la emigración de zonas como Extremadura en España o Alentejo en Portugal, que perdieron entre 1955 y 1975 más del 40% de sus habitantes, los más jóvenes, productivos y “reproductivos”, sin obtener la contrapartida de un desarrollo regional que evitara lo que ahora se está nuevamente produciendo: nuevas salidas de jóvenes, esta vez con óptima preparación académica y profesional, camino de lo que parece que es nuestro destino inevitable: la búsqueda del “pan” que en la tierra de origen no pueden encontrar. ¿Volveremos, así, al fatídico destino de los años del desarrollismo, vaciándonos aún más de “capital humano”?