Revista Cine
Dentro de unos días dará comienzo el Mundial de Fútbol. Por decimonovena vez el balón rodará, los países serán el reflejo de once contra once y South Africa se convertirá en el centro de atención de los aficionados al deporte en general y al fútbol en particular, paralizando las economías hasta que desaparezca la alegría o el dolor de un marcador, bálsamo lúdico que conocen los gobiernos como el español que hará coincidir sus más impopular medida para atajar la crisis que nació financiera, se desarrolló económica y se enquistó en el pesimismo social, el mismo día que debute la selección dirigida por Vicente del Bosque.
Es por tanto hora de rendir homenaje a algunos de los 376 futbolistas (si la suma no me falla) que tuvieron la responsabilidad en sus botas y la gloria en sus manos. Pocos son los elegidos, de sólo siete nacionalidades, algunos tan lejanos en el tiempo que saben del tacto de la Victoria que un día voló de Brasil, su eterno custodio, y no de los cinco kilogramos de oro y malaquita que diseño Silvio Gazzaniga para el campeonato del 74. Aquí tres de ellos, tres breves incisos en las historias de tres capitanes que alzaron la copa al cielo.
Varela (Uruguay)
Cuando Brasil marcó y los 200.000 hinchas aplaudieron y rugieron, el capitán uruguayo, tomo el balón en sus manos, se dirigió al centro del campo y pidió un traductor para explicar al árbitro inglés, Mr. Reader, que el pase era un claro fuera de juego. No se alteró el resultado, pero sirvió de mucho: Varela, el Negro Jefe, el 5 en la espalda, había enfriado el partido, calmado las gradas. Minutos después Schiaffino empataba y a falta de nueve para la conclusión Varela dio a Gigghia el pase definitivo. El mundo se detuvo. Uruguay dejaba a Jules Rimet sin discurso, hizo que televisores y obreros encontrarán su final en las aceras, que Brasil renegase del blanco de sus camisetas, que periodistas vehementes abandonasen la profesión, que los diccionarios incluyesen la palabra Maracanaço. Cuando el equipo ganador salió de los vestuarios, tres horas después, era de noche. Todos se fueron a celebrarlo,. Todos menos Obdulio Varela que prefirió beber sólo, resentido, triste por los vencidos, por Moacyr Barbosa, el portero brasileño que recordó mucho después que en su país la pena de muerte por asesinato era de 30 años pero que a él lo habían condenado a 50. Varela, que llevó de regreso la copa a su país después del largo paseo italiano, murió igual de pobre y mulato que nació, además de odiado por todos los directivos de su país, pues cada reivindicación, y paga extra, de sus galones la hacía extender a sus compañeros.
Sus botas y camiseta fueron declaradas Monumento Nacional en 2004. De haberlo hecho antes de 1996, cuando El Negro Jefe falleció, las del resto del equipo formarían a su lado.
Zoff (Italia)
Dino Zoff no se decidió por el fútbol hasta los diecisiete años. Pronto destacó en su posición, la incómoda y solitaria del arquero. Cuando se disputó el partido de desempate de la final -otros tiempos- de la Eurocopa de 1968 contra los yugoslavos, ya era el portero de la selección italiana. En el mundial mexicano de 1970, Albertosi fue goleado en la final y Zoff regresó a los palos. Cuatro años después, llegó a la fase final sin encajar un gol desde septiembre de 1972. Su primer partido era contra la novata Haiti, lo que le permitiría fácilmente seguir sumando minutos como el portero internacional que más tiempo había permanecido imbatido. Pero un despeje largo de la defensa caribeña y una galopada y quiebro de Emmanuel Sanon le dejó tirado en la hierba del área grande, el cronómetro parado en unos míticos 1143 minutos. Aquella Italia fue descalificada en la primera ronda del mundial alemán. Ocho años después ganaría su tercer título mundial. Fue en el Santiago Bernabéu, bajo la mirada del presidente de su país, Sandro Pertini, que el capitán italiano recibió el trofeo de manos de Juan Carlos I. Dino Zoff era ese capitán. Tenía 40 años. Ningún fanático del fútbol duda que se lo merecía.
Sanon sabía que además de un portero inmenso, sobrio, seguro, siempre bien posicionado, era un gran deportista y siempre recuerda como después de aquel encuentro le buscó por el campo y le dio un apretón de manos. Sabía perder como antes supo ganar, como después supo seguir haciéndolo. De un modo u otro, al final, los grandes siempre son recompensados.
Beckenbauer (Deustchland)
Franz Beckenbauer es uno de esos nombres tan difíciles de escribir como imposibles de no conocer por el aficionado al fútbol. Muniqués cuyo nombre irá asociado para siempre al equipo de su tierra, el Bayern, y a su selección (en aquellos años, la Mannschaft, la de la zona federal), con los que ganó prácticamente todo, como jugador y entrenador o presidente, pionero en abandonar el fútbol por el soccer (fichó por el New York Cosmos donde coincidió con Pelé, Chinaglia, Carlos Alberto, Neeskens...) era un atacante con gol que los años reconvirtieron en libero. Tras la final de 1974, el brazalete confirmando su autoridad, dijo que Cruyff era el mejor pero que él había ganado, y era cierto, sin duda. Tanto como cuando dijo en la final de Wembely, en 1966, que aquel balón, el primer gol de Hurst en la prórroga, disparo que la BBC grabó y guardó durante años con complicidad, no había entrado. Entre ambos campeonatos, el equipo germano se cruzó en la semifinal mexicana de 1970 con el italiano. Volkswagen Schnellinger empató en el tiempo de descuento y se llegó a la prórroga, donde por dos veces más el marcador se mostraría parejo. Beckenbauer que había sufrido una luxación del hombro izquierdo, sin cambios posibles, fue vendado aparatosamente antes de la media hora extra y mandaba desde el centro de la zaga. Se jugó un partido vibrante y hermoso, agónico, que hoy se recuerda con nostalgia por los amantes del fútbol. Termino por imponerse Italia por 4 a 3, pero el carismático jugador había reinventado el puesto de líbero, ese defensa que cubre las incursiones de sus compañeros en el terreno enemigo y en quien el portero, en su caso casi siempre Sepp Maier, confía tanto como en sus guantes.
Der Kaiser, el emperador, era su mejor descripción y título. Cuando el debate es quien formaría junto a Pelé, Maradona, Di Stéfano y Cruyff como quinto as, siempre se olvidan de él en favor del futbolista de moda. De no haber abandonado su posición de ariete, de no haberse soñado como defensa creador, hábil y expeditivo, las bocas se llenarían con su nombre.
Moacyr Barbosa