Resultó que no era
posible. En el Congreso de Vistalegre, Iglesias demostró que tenía un plan:
olvidarse de la esencia del movimiento político que les había llevado a dominar
las encuestas electorales, y dedicar todos los esfuerzos de la organización
naciente a la lucha electoral. El ciclo Andaluzas-Autonómicas -Catalanas-Estatales
les mostraba un camino in crescendo
para terminar conquistando el gobierno. Daba igual que en la cuneta se le
amontonaran los cadáveres del 15M. Y Vistalegre dijo sí.
Para poder organizar este
asalto a los cielos, Iglesias se hizo con el control absoluto de la dirección.
O se lo daban todo, o se marchaba. El resultado de este año y medio se ha
traducido en que el partido ha abandonado las calles, se ha enclaustrado en las
pantallas de televisión, de la que ha comprado toda la agenda política, y ha
pretendido captar el sentir de la gente a través de la demoscopia. Las
conclusiones no han podido ser más dramáticas para las posibilidades reales de
cambio.
Si Podemos ilusionaba y
generaba expectativas de fractura del régimen era por lo que en él se percibía
del 15M más progresista –admitamos que hubo una parte del 15M más reaccionario
que progresista. Gracias a esta percepción, Podemos se comió casi todo el
espacio político de Izquierda Unida y rápidamente avanzaba, no ya a por el del
PSOE –que es lo máximo a lo que aspira ahora-, sino hacia a la posibilidad de
una victoria a nivel estatal. Pero confundieron el premio final con el objetivo
y han terminado por quedarse en tierra de nadie, moribundos en la orilla y ante
una disyuntiva vital: nueva o vieja política, ruptura con el régimen del 78 o fusión
con él.
Es en este contexto en el
que, tanto las bases como los llamados movimientos críticos de Podemos, deben
provocar el cambio interno en la organización. Es posible que el liderazgo de
Iglesias y de su equipo no esté agotado electoral y políticamente. Pero la
estructura vertical que él creó y la táctica política que, unilateralmente, aplicó
no pueden volver a reproducirse. Podemos necesita cambios internos para ser el
mecanismo que rompa definitivamente con el régimen del 78. Necesita abandonar
los discursos centristas de marca blanca, forjar un verdadero movimiento
político y social que le permita tener un discurso propio. Necesita generar relato
y aunar luchas en los territorios, y no acampar en la isla madrileña pensándose
que lo que pasa en el Congreso es la realidad política y social del país.
Para convencer a amplios
sectores de la población de la necesidad de romper, definitivamente, con todas
aquellas cosas que el 15M identificó como régimen, Podemos debe volver a las
plazas. Ser una organización descentralizada y en la que los círculos mandan
sobre las tesis doctorales de sus dirigentes. Aplicarse, internamente, aquella
máxima zapatista de gobernar obedeciendo. Desprofesionalizar la política,
admitir los liderazgos compartidos y asumir que, más pronto que tarde, sus
cargos electos han de abandonar la institución para volver a ser pueblo.
Sólo desde el control de
base Podemos afrontará el mayor reto que tiene delante de su futuro político:
saber trabajar conjuntamente con las otras fuerzas políticas y sociales que
también combaten al régimen del 78. Sean del color político que sean.
Xavier Domènech, el
catalán que mejor discurso no independentista está sabiendo articular, decía,
con razón, que existe un movimiento de las periferias hacia el
centro para cambiar el Estado. Catalunya, Galicia, Valencia o Euskadi están planteando retos de
articulación territorial y de combate a la esencia misma del Estado
postfranquista como en ningún otro momento, desde la Transición, se han sabido
plantear. Los movimientos independentistas actuales, especialmente en
Catalunya, son movimientos populares que en su base comparten el análisis del
15M y que sólo son dominados por la derecha local debido a la falta de unidad
en el espectro de las izquierdas.
Además, y en esto la experiencia vasca también aporta su peso histórico,
cuando el independentismo se hace presente, las políticas sociales toman
protagonismo. Los nuevos Estados, sean liderados por quienes sean, parecen
tener que comprometerse a la mejora de las condiciones de vida de las clases
más desfavorecidas.
Cómo tejer alianzas con
la periferia combativa será, en gran parte, lo que determine si Podemos tendrá
capacidad para promover la ruptura y el cambio de régimen. Es una tarea que
sólo puede hacer él. Ni un PSOE, completamente insertado en el 78, ni un
Ciudadanos, de retórica cambista pero
de práctica continuista. Decía Antonio Baños, antes de ser algo más que periodista, que el triunfo de una independencia catalana
basada en el movimiento popular sería un triunfo para la izquierda española.
Significaría que la movilización social rompería con la única palabra que el
ejército franquista impuso en la Constitución: indivisibilidad.
Quienes militan en
Podemos tienen ante sí, con la articulación del Grupo Parlamentario de Unidos
Podemos, el reto de la cuadratura del círculo. Deben lograr que la dirección,
acostumbrada a que nadie le discuta sus posiciones, acepte ser mandada desde
abajo al tiempo que admita tener fecha de caducidad parlamentaria. Deben ser
capaces de generar alianzas sociales y políticas con las fuerzas periféricas
combativas. Deben, en definitiva, abandonar el eje izquierda-derecha que tan
buenos resultados le daba en sus inicios, para no perder de vista que el
verdadero objetivo para el que se fundó Podemos fue la ruptura del régimen
político y social del 78. De lo contrario, habrán creado una versión siglo XXI
del PSOE. Habrán llegado a la vía muerta que todos sus enemigos les habían
preparado.
Imagen: thierry ehrmann