Que el pacto tripartito en el cabildo de Gran Canaria haya tomado el camino de las Chacaritas y que nadie haya derramado una lágrima por él es un hecho político muy notable. La causa de tanta indiferencia hay que buscarla en que esta ha sido una ruptura anunciada incluso antes de que lo suscribieran lo tres partidos que a trancas y barrancas lo han mantenido en pie los cerca de dos años que ha sobrevivido a las zancadillas de Podemos. La razón por la que a la dirección de Podemos en Canarias nunca le gustó este acuerdo con el PSOE y Nueva Canarias es algo que no consigo entender salvo que el motivo sea la simple, llana y manifiesta enemistad de la máxima dirigente de la formación morada en Canarias, Mery Pita, con el cabeza de lista en las elecciones de mayo de 2015, Juan Manuel Brito.
Sería el no acabar ponerse a enumerar ahora la lista de pegas que puso Pita al acuerdo, empezando por su oposición a que Brito formara parte de la comisión negociadora con las otras dos fuerzas políticas hasta terminar consiguiendo que fuera expulsado del paraíso y entregara el acta de consejero. En medio y por el camino, advertencias, puyas, amenazas y denuncias muy graves que luego han quedado en nada pero que amargaron la gestión de Brito y pusieron al pacto contra las cuerdas hasta que ha reventado. Por tanto, objetivo final cumplido.
La excusa que ha empleado Podemos para finiquitar el acuerdo que iba a cambiar tanto a Gran Canaria que no la iba a conocer ni Guanarteme resucitado, ha sido el reparto de las áreas de responsabilidad que le corresponden en el gobierno insular. Aprovechando la marcha del crítico Brito, Podemos ha visto la oportunidad de deshacerse también de María Nebot, igual de crítica que él con la dirección podemita canaria. La propuesta de apartarla de las áreas de gobierno y de separar medio ambiente de seguridad y emergencias ha encontrado el rechazo frontal del presidente del cabildo, Antonio Morales, quien poco menos ha tenido que recordar que quien hace la alineación y decide en qué puestos juegan los miembros del equipo de gobierno es él y no Mery Pita.
Morales confía ahora en sostenerse en la presidencia con el apoyo de dos de los cuatro consejeros de Podemos – María Nebot y Miguel Ángel Rodríguez – críticos ambos con la dirección del partido por el que se presentaron a las elecciones de 2015. Albergo pocas dudas de que la dirección de Podemos no tardará en activar la maquinaria para que sigan los pasos de Juan Manuel Brito, lo que pondrá de nuevo a Morales en el dilema de tener que apoyarse en dos tránsfugas para mantenerse en la presidencia del cabildo.
Son las penosas consecuencias de un pacto de gobierno que la dirección de Podemos nunca quiso pero que Antonio Morales convirtió casi en una apuesta personal a pesar de los desplantes y desaires que sufrió antes y después de la firma y que habrían merecido su respuesta tajante y definitiva desde el minuto uno. Esa respuesta de firmeza no se produjo en el momento procesal oportuno y se dio vía libre en cambio a un acuerdo que sólo ha generado inestabilidad e incertidumbre, algo que no era muy difícil de vaticinar salvo que uno hubiera quedado deslumbrado por la luz cegadora de la nueva política. No me cabe duda alguna de que a Morales le cegó esa luz y arriesgó por ella un mandato que podía haber sido verdaderamente transformador para la sociedad grancanaria y que al final va camino de convertirse en un nuevo quiero y no puedo para desgracia de los grancanarios.