Revista Cine

Podemos recordarlo todo por usted

Publicado el 17 septiembre 2012 por Josep2010

Paul y Arnold estarán encantados de la vida y si Philip resucitara creo que antes de agarrar un berrinche pasaría por caja para tomar una buena dosis de prudencia aunque probablemente a estas alturas ya estaría acostumbrado.
En las conversaciones entre cinéfagos suele aparecer de forma recurrente la conexión entre literatura y cine con aspectos tan variados y propensos al debate como la conveniencia de respetar o no la literalidad de una obra escrita tanto en lo que hace al desarrollo de la materia que trata cuanto a la munificiencia de los diálogos que en la misma puedan permanecer, conocidos ya de un público inteligente que cuando asiste a la proyección de una película puede encontrarse con piezas dotadas de abundante diálogo, por ejemplo alguna de Joseph L. Manckiewicz, y, por el contrario, sintetizadas mediante relatos visuales de la mano de Don Alfred Hitchcock, tomados ambos como paradigmáticos ejemplos de una forma de entender el cine absolutamente divergente pero magnífica en cualquier caso.
De lo que no se libra ninguno es del duro trabajo realizado por el guionista, tanto si innova como si se ciñe básicamente a la idea escrita.
Como todos ya sabemos, Philip K. Dick fue un autor de novelas y relatos de ciencia ficción que tras su fallecimiento en 1982 alcanzó enorme notoriedad gracias a que algunas de sus obras sirvieron de base para ciertas películas de éxito. Uno de sus relatos cortos We Can Remember It For You Wholesale, que puede leerse traducido al castellano con el título Podemos recordarlo todo por usted, sirvió de base para una buena película dirigida en 1990 por Paul Verhoeven y protagonizada por Arnold Schwarzenegger, una historia trepidante, pletórica de acción y violencia, con efectos especiales que nos trasladaban a un futuro en el que los viajes a Marte son una realidad, una trama en la que subyace un discurso metafórico que va más allá de lo que el relato original ofrece, ampliando aspectos que, no obstante, concuerdan con el tono propio del cuento.
Podemos recordarlo todo por ustedY ahora, en este siglo XXI tan escaso de luces que padecemos, una compañía productora sarcásticamente denominada Original Film encabeza una pléyade de empresas del cine que pueden verse aquí decididas seguramente a conseguir la total destrucción del cine como arte portador de ideas ya que entre todos no han sabido hacer otra cosa que dedicar dinero, tiempo y ganas a rodar un engendro titulado Total recall (Desafío total) que así ha sido presentado de forma multitudinaria este fin de semana en España el último intento de hacernos creer que una revisión de un texto con nuevos medios puede resultar interesante.
Nada más lejos de la realidad.
Un truño dirigido por Len Wiseman, que forjó sus conocimientos cinematográficos como director artístico de memorables pifias como Godzilla e Independence Day y se ha fogueado con la saga de Underworld, La jungla 4.0 y la paupérrima revisión de la serie Hawai 5.0, eligiendo para sustituir a un tipo duro y bestia como Arnie al mucho más "cool" Colin Farrel, ya da pistas al cinéfilo prudente de que se va a encontrar con una especie de refrito indigesto. Hay que ser tonto para caer miserablemente en la trampa. En mi caso no es ninguna novedad, porque ya lo dije aquí mismo hace años; sin remedio, vaya.
Porque uno, que ha bajado considerablemente el nivel de exigencia so pena de no poder acudir a la sala de cine que tengo a cuatro pasos, donde lógicamente se ofrecen estrenos, uno, digo, pensó que al tratarse de una película de ciencia ficción y sin ocultar que se trata de una nueva revisión de la trama, seguramente gracias a novísimos efectos especiales el desarrollo de las aventuras espaciales sería remozado con nuevo brío.
Lo que no podía haber imaginado ni supuesto con antelación es el cúmulo de despropósitos y de plagios descarados que uno se encuentra, como si se tratara -o tratase- de una competición de cortar y pegar -o aplicar el photoshop para cambiar detalles- o quizás es que en realidad se trata de una competición cinéfila en la que después, a la salida del cine, las buenas gentes compitan entre sí para comprobar quien recuerda más plagios (guiños, dicen los críticos profesionales).
Bien: recapacitemos: olvidemos el texto, el relato corto escrito en 1966 por Philip K. Dick Podemos recordarlo todo por usted y olvidemos la película de 1990.
Hagamos un ejercicio de buena voluntad, y démosles a estos muchachos un voto de confianza ¿vale?
Pues no: no vale, porque el propio Wiseman nos mete en los morros a la joven Kaitlyn Leeb para recordarnos que se ha fijado en la película de 1990 o por lo menos en sus detalles más nimios y anecdóticos pero ha olvidado lo más importante, que, como siempre, es el respeto a la inteligencia del espectador.
Por cierto: puede que a partir de esta línea se escape algún detalle de la película, así que avisados quedan. De todas formas, importante, lo que se dice importante, no hay nada a desvelar; por desgracia.
Lo que hace más de veinte años era una aventura espacial en la que los dirigentes terrestres exprimían la colonización efectuada en el planeta Marte, ligando así con el relato corto, ahora se ha reconvertido en una aventura neo colonial en la que el planeta Tierra, a fines de este siglo XXI, después de temibles guerras, ha quedado con su población residente en dos zonas: la Nueva Gran Bretaña (¡toma ya! les va a encantar) que es donde reside el poder, y la Colonia, que coincide con Australia (¡toma ya! se van a ciscar en todo. [ya que el rodaje se hizo en Toronto, esto huele a vendetta dentro de la Commonwealth.])
Como es natural, en la Colonia es donde residen los obreros como el protagonista que, claro, siendo de la Colonia no podrá alcanzar el soñado empleo de encargado en la planta de fabricación de policías o soldados robotizados que, ¡pásmate! está situada en la Nueva Gran Bretaña.
Y tú te lo miras bien, intentando asimilar que los obreros australianos cada mañana -y cada tarde, al terminar la jornada laboral- se trasladan desde la Colonia hasta Nueva Gran Bretaña y lo hacen por medio de ¡tachánnnnn!
¡LA CATARATA!

La catarata es un tren que atraviesa el globo terráqueo -no exactamente, porque australia no está en las antípodas- en diecisiete minutos de fantástico recorrido a cuya mitad hay una inversión de gravedad para adaptarse a la que hay al emerger al otro lado del planeta.
De entrada, así por encima, el diámetro del globo es de unos doce mil setecientos kilómetros, lo que significa que la catarata debería circular por en medio del planeta nada menos que a casi cuarenta y cinco mil kilómetros por hora, para poder efectuar el recorrido en diecisiete minutos. Y ello es importante para la trama, máxime porque las bombas de relojería que veremos tienen todas ellas un tiempo prefijado de ¡tachánnn! ¡quince minutos!
Es un detalle, especial, que demuestra claramente que no ha habido esmero ni dedicación a la hora de confeccionar el guión y que ni Wiseman es tan sabio como su apellido pretende ni los seis guionistas que constan en los créditos se han tomado la molestia de agarrar una simple calculadora, permaneciendo en el ánimo del espectador durante todo el metraje una sensación de falsedad y de falta de credibilidad que, una vez más, no proviene de la fantasía de lo que se nos presenta sino de la falta de cuidado en la lógica interna de la narración.
El escenario apocalíptico está mal copiado de Blade Runner, llovizna inclemente incluída, y las persecuciones de vehículos aéreos mal aprovechadas, corriendo a cargo del espectador adivinar que los trastos no vuelan sino que se desplazan en vías magnéticas, curiosamente lo mismo por encima que por debajo de un curso prefijado que se convierte en ininteligible dada la presentación construída por Wiseman, en un exceso de infografías digitales que marean lo mismo que un video juego a toda pastilla y ponen de los nervios y agotan por su precipitación y ritmos sincopados, todo muy artifical y falto de sentimiento.
No hay empatía.
No por lo menos para un Colin Farrell que no parece estar muy convencido de su papel, siempre con cara de duda, como preguntándose: ¿qué hago yo en esta película?. Las idas y venidas de ese protagonista que no acaba de saber muy bien quién es ni para quién trabaja, estaban mejor representadas por el siempre poco expresivo Arnie porque su cara de pocos amigos resultaba más convincente: un tipo en esa situación, aparte de estar confundido, está cabreado; mucho. Aquí, sin embargo, la cara de cabreo y la determinación aniquiladora la encontramos en la bella Kate Beckinsale que se ha quedado encasillada en el arquetipo fácil y simplón pero para el caso resulta mucho más atractiva -y guapa, pero eso no cuenta por ser una valoración particular- que el sosainas del protagonista que ni tan solo puede dotar al personaje de la ambigüedad necesaria para mantener siquiera un pelín de interés.
Así las cosas lo único esperable en este producto -ya que la lógica brilla por su ausencia de la trama- es contemplar una serie de escenas de acción espectacular que epaten al patio de butacas a cambio del tiquet abonado, pero, ¡ailás! tampoco hay nada que no resulte cartón piedra o maqueta digitalizada que se derrumba sin ningún atisbo de originalidad, ni siquiera ruido ensordecedor, y tampoco el ejército de soldados robotizados resulta nada más allá que remedos de descartes de otras producciones, de tan vistos como están: para haber sido Wiseman el encargado en las dos citadas, Independence Day y Godzilla, ya podría haber inventado algún bichejo original para la suya: ni eso.
La trama es un repiqueteo de la película de Verhoeven rebajando el tono y las expectativas, desaprovechando las ideas que en torno a la propia identidad y a la confusión entre realidad y ficción interesada y manipulada ofrece la anterior, cuando lo más lógico, puestos a revisar, hubiera sido incidir más en aquella temática, porque las cintas de acción, incluso de ciencia ficción, como los libros del propio género, no tienen porque dejar de lado la presentación de ideas que interesen y hagan pensar, dejando poso después del entretenimiento.
No es el caso: ni poso ni siquiera entretenimiento. Se la pueden ahorrar tranquilamente.
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