Revista Opinión
¿Puedes saltar?, le preguntaba un chico a otro ante un gran charco que se había formado en un bache en la acera por donde todos días pasaban camino de la escuela.
Uno de ellos, dando un impulso en una pequeña carrera lo salvó sin ningún problema, pero su compañero, no puso mucho empeño en ello y acabó sin remedio en dicho charco.
Se empezaron a reír y el que había logrado saltar retornó y se metió alborozado chapoteando como su amigo.
Volvieron a caminar juntos con risotadas hacia la escuela.
Allí con sus compañeros relataron lo que les había ocurrido y todos estallaron con risas rememorando el acontecimiento.
Con los zapatos y calcetines mojados, seguían riendo. En esta plena celebración entró el profesor de turno en la clase. El docente, al ver que seguían riendo quiso saber cual era la causa de esa alegría.
Cuando resumidamente le contó más o menos lo que había sucedido el profesor les dijo que lo que tenían que hacer en la vida era disfrutar cada momento y que en ese momento les pidió que se pusieran a leer un texto literario para que aprendieran lo que otras mentes antes pasaron por avatares distintos y seguramente similares.
Les dijo que la vida es una sucesión de momentos, de hechos, diferentes, parecidos y a veces sorpresivos en los que en cada momento hay que solventar para continuar el camino.
Y ese camino hay que procurar recorrer haciendo que los que te acompañan en dicho camino aprendan de ese aprendizaje para que otras generaciones a su vez sigan aprendiendo.
Les terminó diciendo que eso era a su entender el verdadero poder.