Decía Bernard Shaw que los políticos y los pañales se han de cambiar a menudo y por los mismos motivos. No obstante, hasta ahora, en España, este tipo de filosofía no aplicaba, pero no por desconocimiento de sus ilustrísimos votantes, sino porque no había opción. El pueblo se resignaba al bipartidismo por la misma razón que hace treinta años los hijos de familia numerosa cenábamos huevo una noche y tortilla la siguiente, porque era lo que había. Y ambos Partidos, con la tranquilidad que concede el monopolio, se iban rifando el despacho de la Moncloa a piedra, papel o tijera cada vez más alejados de la realidad, carentes de todo mérito e imprimiéndole el mismo esfuerzo que a un juego tonto de niños. Sin embargo, desde el inesperado éxito de Podemos en las últimas europeas, parece que se nos ha revuelto el avispero.
Hay quien atribuye la clave del hechizo ejercido por Podemos (un poco pronto tal vez) al arte de haber sabido recuperar esa antiquísima manera de hacer política mezclando diez partes de ideas con diez mil de calle. Y quizá sea por esto por lo que hace unos días, Pedro Sánchez, el nuevo secretario general del PSOE, le recomendaba a don Mariano algo así como que debería empezar a pisar un poquito la calle o a hacer un poquito la calle, por eso o porque para seguir ejerciendo la política hoy en España hay que ser un poco fresca y, en cualquier caso, más lista que el hambre que nos están haciendo pasar. Pero, sobre todo, porque el país estaba empezando a sospechar que no había vida inteligente en los despachos políticos, aunque los votara igual bajo el emblema conformista del "es lo que hay", huevo o tortilla. La vieja guardia gubernamental contaba con que el conjunto de los ciudadanos, ese ente amorfo que habita las calles y rellena las urnas, se hubiera habituado a convivir con la chapuza, la ausencia de criterio, la incultura, el trinque y el todo vale, cualquier cosa. Y ahora llegan unas gentes del montón, con una imagen más campechana que la de nuestro emérito rey don Juan Carlos y un mensaje, cierto o no, pero claro como la sopa del pasado invierno, y nos invitan a pensar que las cosas deberían ser de otra forma, aunque tampoco sea necesariamente la suya.
Los socialistas optaron por ir suicidándose poco a poco sin tener muy en cuenta lo paradójico que resultaba que todos viéramos cómo el partido de la rosa se marchitaba de amor por sus obreros y falta de ideas en plena primavera. Y hoy cuenta ya con un nuevo líder, joven aunque sobradamente preparado para empezar a prometer que van a hacer esto y lo otro mientras nadie se explica por qué no lo han hecho antes, que ocasiones han tenido. A Rajoy y los suyos, empezó a bajarles el paro con el buen tiempo, entre otros greatest hits, como si las 355.000 almas que han ido adelgazando las listas del INAEM en el último año hubieran sido esos grados de temperatura que le suman al cuerpo unas malas fiebres pasajeras, obviando también que en este mismo año la población activa ha descendido en 232.000 personas y que el país ha perdido 152.000 habitantes. En fin, que nadie sabe a ciencia cierta si a Mariano le baja el paro o es que se le muere. Y, entre unos y otros, mano a mano frente a los fogones, con el tiempo mordiéndoles el culo, se apuran a buenas horas en ir preparando un plato combinado en el que vuelvan a armonizar monarquía y república como hasta ahora, que vaya usted a saber cómo y por dónde nos lo meten.
Al lado de todo esto, que no viene a ser sino más de lo mismo con alguna inesperada exploración de los bajos fondos ministeriales, lo que sí representa un cambio es lo que se traduce de analizar las últimas cifras del CIS en relación a la intención de voto de los españoles. Según la última encuesta realizada, la gente con estudios superiores colocaría a Podemos al frente del Gobierno de España; los segundos en expediente académico optarían por el PSOE y son aquellos ciudadanos sin formación académica quienes votarían nuevamente al PP. A la luz de estos datos que, en principio, invitan a abrir unos ojos como ensaladeras, cabe preguntarse qué es lo que ha sucedido con la clase obrera en España. Pues yo se lo voy a decir, mis adorados lectores, la clase obrera de hoy en España es la que tiene un doctorado en ingeniería y un máster en administración y dirección de empresas, mientras que los que apenas saben leer (recuérdese a Mariano intentando entender su propia letra) son quienes integran las filas del PP y ejercen su derecho democrático votándose a sí mismos. Tiene que ser así.
No querría alargarme mucho más porque para qué, pero sí me gustaría confesar que, mientras todo esto ocurre, a mí, lo que de verdad me sigue asombrando es que todavía quede alguien que conserve dos dedos de fe para creer que de estas nuevas juventudes de la política, entre las que se hallan Pablo "el velloso" o Pedro "el hermoso", o de entre la muchachada de los de siempre vaya a emerger alquien capaz de sacarnos la barbilla del barro. Pero ¿qué sabemos? A nuestra incurable ingenuidad, no le queda otra que esperar a la próxima ocasión de voto y depositar una vez más la papeleta mumurando por lo bajo aquello de alea jacta est, locución latina que, según mi amigo Gus, significa "esa jaca quién es" y que se emplea normalmente y con la misma ilusión cuando uno entra en un bar y vislumbra al fondo a la futura madre de esos hijos que no pretende tener.
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