Revista Ciencia
La noticia de que el científico Steven Benner afirmó que la vida podría haberse originado en Marte y luego llegado a la Tierra, no hizo más que levantar sospechas entre los más legos en la materia. ¿Cómo es esto posible? ¿En qué se basan los científicos para decir estas cosas? ¿Por qué no comparten las drogas?
El argumento de Benner es que el Boro y el Molibdeno, dos elementos fundamentales para la creación de moléculas de ARN, no podrían haber existido en la cantidad suficiente en nuestro planeta hace más de 3.000 millones de años, cuando se especula que comenzó la vida. Pero para llegar a esto tenemos que hacer una breve introducción.
Retrocediendo hasta el origen de la vida
La Teoría de la Evolución, popularizada por Darwin en 1859 y perfeccionada por otros científicos más adelante, explica cómo los individuos más aptos para un ambiente sobreviven, se reproducen y heredan a sus hijos sus características. A través de miles de generaciones comienzan a producirse cambios cada vez más grandes que puede terminar en que dos individuos con características diferentes no puedan reproducirse entre sí. Esto es lo que se denomina especiación, y explica cómo con el tiempo las especies cambian y se diversifican.
(en este blog: ¿Por qué la Evolución no es sólo una teoría?)
Si comenzáramos a retroceder en el tiempo podríamos ver cómo las ramas del árbol de las especies se van uniendo y nos encontraríamos con que por ejemplo, todos los mamíferos (unas 5486 especies) descendemos de un ancestro común que pobló la Tierra hace unos 200 millones de años. Tanto esos mamíferos como los reptiles y anfibios que convivían en ese período, se desprendieron de los primeros anfibios que tocaron tierra firme hace 300 millones de años. Y estos surgen de alguna especie que descendió de los primeros seres multicelulares complejos que aparecieron en la llamada “Explosión Cámbrica”, hace entre 542 y 530 millones de años.
El camino hacia atrás de la Evolución nos lleva a encontrar organismos cada vez más simples. Los estudios geológicos muestran que la atmósfera se llenó de oxígeno hace unos 2200 millones de años, creado probablemente por microorganismos que hacían fotosíntesis, y las primeras alteraciones químicas de origen biológico en rocas datan de aproximadamente 3800 millones de años atrás. Se cree que ahí comenzó la vida en la Tierra. Pero, ¿Cómo?
En algún momento las moléculas inorgánicas simples se conectaron de cierta forma que crearon estructuras que podían reproducirse. Uno de los primeros experimentos para intentar verificar si algo así era posible fue realizado en 1953 por los químicos norteamericanos Stanley Miller y Harold Clayton Urey. Los científicos colocaron metano, amoníaco, hidrógeno, dióxido de carbono, nitrógeno y agua (todos elementos que se encuentran en abundancia en nuestro planeta), y lo sometieron a altas temperaturas y descargas eléctricas, simulando lo que podría haber sido el clima en esa época. Luego de un tiempo vieron cómo se formaban sustancias orgánicas como glucosa, ácido acético y otros pilares básicos de las proteínas. Otros científicos repitieron el experimento más adelante y también obtuvieron ácidos nucleicos.
Volcanes, rayos cósmicos, meteoritos y todo tipo de químicos disueltos en el agua. Un lugar poco amigable para el fotógrafo.
En los años 1980 el bioquímico Günter Wächtershäuser propuso que la fuente de energía para producir las reacciones podría no haber venido de rayos, sino de reacciones químicas. Y en 2002 Martin y Russell propusieron que las reacciones podrían haberse dado en chimeneas submarinas. Los experimentos progresan pero al día de la fecha nadie ha logrado sintetizar una célula, o alguna estructura autorreplicable desde elementos inertes. La evolución muestra que todos los seres vivos vienen de esa estructura original, pero, ¿Y si esa estructura no se creó en nuestro planeta sino que vino de otro lado?
La creación primigenia puede haberse dado en otro planeta, o incluso en el espacio: en la superficie de algún asteroide o cometa. La hipótesis de que la vida comenzó afuera de nuestro planeta se llama exogénesis, y la idea de que vino a instalarse aquí, panspermia.
El hecho de que la vida haya surgido fuera de nuestro planeta no resuelve el misterio del origen de la vida, sino que lo traslada a algún otro lugar desconocido. Y crea la nueva pregunta de qué lugares podrían ser habitados por microorganismos.
Desde los años ’80, muchos biólogos se han dedicado a investigar cuáles son las máximas temperaturas, presiones y condiciones de acidez que puede soportar la vida. No sólo para saber si podrían resistir las extrañas condiciones de otros planetas o lo inhóspito del espacio, sino también la violencia del impacto de un meteorito. En esta búsqueda han encontrado una gran variedad de microorganismos a los que denominaron extremófilos. En Wikipedia hay una interesante lista de diferentes extremófilos conocidos, y qué "poder especial" tiene cada uno: vivir en zonas de pruebas nucleares, el fondo del océano, ácido hirviendo o el exterior de naves espaciales.
Un nuevo punto para la exogénesis
Según Steven Benner, el Boro y el Molibdeno son dos elementos fundamentales para evitar que la mezcla de moléculas orgánicas y calor se conviertan en alquitrán. El análisis de un meteorito marciano mostró que hubo boro en aquella época, y ahora también se cree que pudo haber algún óxido de Molibdeno.
Y por otro lado, el agua resulta ser muy corrosiva para biopolímeros como el ARN, ADN y las proteínas, e impide la formación de altas concentraciones de Boro. De acuerdo a los últimos descubrimientos del Curiosity, en Marte había muchos de estos elementos, y el agua corría en ríos pero sin inundar casi todo el planeta como sucedía en la Tierra.
(en este blog: 10 cosas que hay que saber sobre el Curiosity)
Sólo queda esperar para ver si se pueden confirmar los datos con nuevas observaciones, y de forma ideal, ver si se puede hacer un experimento al estilo del de Miller y Urey que nos lleve más lejos.
Lo más probable es que nunca sepamos realmente cuándo se originó la vida. La historia del universo es bastante larga, y la autorreplicación de una secuencia de moléculas dura un instante. Pero los nuevos descubrimientos parecen ir acotando las posibilidades, y plantean preguntas cada vez más interesantes.
Artículo publicado originalmente en Naukas