Añoranza de un amor
En mis noches de insomnio fuiste mi poesía
Y la primera imagen de mi triste mirar.
Tú no estabas conmigo, pero te presentía,
Y en los hondos anhelos de mi amor te quería,
Como anhelan la luna las aguas de la mar.
Desde antaño, en silencio, con vivo fuego ardía
La pasión desbordada de mis ganas de amar.
Por doquier te buscaba, y casi te veía,
Porque todo lo hermoso a ti se parecía
Como al cielo semeja todo dulce soñar.
Si el tibio sol gozaba es que en él te sentía,
Y en sus rayos podía tu piel acariciar.
Si el color de las flores a mí me seducía
Y hasta Dios su fragancia sutil me conducía,
Es porque contigo me hacían imaginar.
De pronto, en mi sendero, cuando ya atardecía,
Tu sinuosa figura se unió a mi caminar.
En tu faz luminosa la luna sonreía,
Y creí que la vida en verdad me quería
Y al amor y a la vida me puse yo a cantar.
Supe inmediatamente que aquella a quien veía
Era a quien esperaba, quien habría de llegar.
El viento te rodeaba y tu silueta lucía
Tu donaire y tu gracia, a pleno mediodía,
Mientras yo no podía dejarte de mirar.
Todavía ni tu nombre completo conocía
Y ya sólo pensaba cuanto te habría de amar.
Cesaron las angustias por las que yo moría,
Junto con los pesares de mi melancolía,
Y a todo el universo mi gozo fui a gritar.
En la luz de tus ojos la gloria amanecía
Y en tus labios granada aprendí yo a besar.
El eros de mil siglos en tus brazos ardía
Y en tu cuerpo de Venus mil veces me perdía,
Porque por fin podía toda mi alma entregar.
Eras mujer de fuego, quimera, fantasía.
Sol, brisa, primavera y claridad lunar.
El fuego de tus venas en mis venas corría,
La magia de tus besos mi espíritu encendía
Y ya no había otra cosa que pudiera desear.
Te quería tanto, tanto. ¡Ay, cuánto te quería!
Por ti estaba dispuesto inclusive a matar.
Pero nunca me viste como yo te veía,
Y cuanto más te quise tanto más te perdía
Como lo pierde todo quien todo quiere dar.
Hoy que ya no te tengo, como antes te tenía,
Me cuesta todavía poderme perdonar.
Porque amar de ese modo, como entonces lo hacía,
No es humano, ni es bueno, y yo ya lo sabía,
Pues sólo a Dios se debe toda el alma entregar.
Te amo y no te amo; no como te quería.
Mejorar mi cariño significó cambiar.
Te miro y no te veo como antes te veía,
Entonces te miraba creyendo que eras mía,
Hoy que te amo de veras… sé que debes volar.
Autor: Jorge Leonel Cabrera Acosta