Le debo un poema desesperado
a la magnitud del silencio
cuando ahoga todo lo que quise decirte
a los fugaces amores eternos
y a lo que no fue.
Le debo un poema desesperado
a lo que está por venir
a las lágrimas que no derramé a tiempo
a la impotencia de las huidas
desesperanza incrustada en mis anhelos
y le debo uno a la felicidad que se escapó
en el tren de los 30
y a su regreso a ratos
a la alegría de la infancia
a las palabras que nunca pronuncié
y a las que resbalaron entre mis labios
cuando te tuve cerca
en lo efímero de tu presencia
Le debo un poema
desesperado a lo inmutable,
a la alevosía del paso,
a los códigos indescifrables
en los que me convertí
Le debo un poema
al ruido del silencio
a los insommios
a los subjuntivos
que guardaron entre sus tiempos promesas rotas
en el tira y afloja de la vida
Y se lo debo también
a la dulzura de la entrega
oníricos momentos que desafían vigilias;
a aquellos que no me quisieron,
a las barreras, a las zancadillas,
a los golpes de la vida,
a los abismos y a los límites que construyeron mis alas.
Se lo debo al mundo.
Es de justicia poética