Portada de ‘Sueños de otoño’
En estos días de materialismo salvaje y mercadotecnia, en donde el arte se ha convertido en una mercancía más con la que traficar y especular, en donde las editoriales apuestan por la cantidad frente a la calidad, en estos tiempos en los que la marca es la que establece el valor, en donde la fama reemplaza al ingenio, el aplauso usurpa a la inventiva, la notoriedad se confunde con el talento y el talento se mide en cifras; en esta posmodernidad indiferente y liviana, donde prima la cultura de la imagen y no hay lugar para compromisos, Antonio López Garijo, como un vate a la vieja usanza, haciendo un ejercicio de sencillez y formalidad, se atreve a someter al lenguaje a la disciplina de la métrica y escribir poesía.
Según la definición de la Real Academia, la poesía es la manifestación de la belleza o del sentimiento estético por medio de la palabra, y añade más adelante la RAE que tiene que ver con el lirismo, cualidad que suscita un sentimiento hondo de belleza; cosa que Bécquer, que era poeta y no académico, lo expresó con más acierto y menos palabras: ¿qué es poesía?, poesía eres tú. Y Antonio hace suya la definición y, sea cual sea ese “tú” suyo, esa musa inspiradora que se encuentra detrás de cada poema, una musa sin duda llena de formas y matices, el resultado es una galería plena que nos muestra un mundo, su mundo lírico, que, partiendo de lo cotidiano, lo trasciende, lo ilumina y lo llena de armonía y de belleza.
Estrofa a estrofa, verso a verso y rima a rima, a través de palabras que, así hilvanadas, dejan de ser simples palabras huérfanas, Antonio ha dotado a esta antología de un corazón vibrante, de la musicalidad de un instrumento bien afinado y ha puesto, como los trovadores medievales, su lira al servicio del amor, esa fuerza vital que mueve al ser humano desde que la humanidad existe, más poderosa que las necesidades básicas, más vital que el aire y más consistente que la realidad.
Sus poemas están llenos de un amor democrático que no ignora ni discrimina ninguna de sus formas: amor de fuego, de pasión, sin pudor ni recato, de un erotismo a veces contenido y a veces desbocado; amor de promesas, de susurros y caricias, amor sin prisas, amor que asalta en sueños, de luces y oscuridades, amor cautivado, amor sorprendido, mágico, embrujado, elemental, loco, galáctico o planetario, amor de tequieros engalanados, amor tupido y denso, para beber a sorbos, a goterones, a bocanadas, a tragos largos de bebedores que saben paladear el buen vino; pero también amor nostálgico y triste, de cenizas removidas, de recuerdos rescatados, amor que aborda la memoria con nocturnidad y alevosía, que vence al tiempo y al olvido y a sus fantasmas.
Antonio López Garijo marcha, como dijo Kipling, con su paso y su luz, atreviéndose a publicar este “Sueño de otoño” para dejarlo rodar de mano en mano, para someterlo al veredicto de cada lector, exponerse a su crítica, buena o mala, y mantener la cabeza tranquila por el trabajo bien hecho.