1.
No todos pudimos llegar a tiempo a la cita con nuestra vida.
No todos los autobuses pasan puntuales, no siempre hay dinero para comprar billetes.
No todos somos de piernas ligeras.
Sé que tú estás diciendo que cuento historias de despertadores estropeados
y yamas atrapadas en el ascensor.
Es arriesgado juzgar cuando el transporte tiene parada en tu esquina,
aunque siempre se te haya hecho tan largo el camino.
Lo veo a distancia. Es rojo y de dos pisos.
Si viajas en él, a tu alrededor se despliega Piccadilly Circus,
Y, a veces, hasta la Quinta Avenida.
Pero yo nunca viajé. Nunca.
Me dijisteis que era impuntual y tal vez lo fui,
pero él nunca se detuvo en mi estación.
En el barrio huele mal, decía el conductor,
o tal vez es que tú hueles mal.
No todos pudimos llegar a tiempo a la cita con nuestra vida.
Ya sabéis aquello de los dulces placeres y las noches sin fin,
o tal vez somos ciudadanos de segunda,
condenados con el oxímoron de un racismo justo.
Debemos ceder nuestro asiento a los blancos.
Y nuestro lugar en el mundo.
Es igual. Ya no importa.
No hay paradas a las que llegar.
Los autobuses no circulan por las calzadas,
quizá nunca lo harán.
Vosotros conocisteis Piccadilly Circus
y la Quinta Avenida,
pero yo nunca.
Y no ya.
No todos pudimos llegar a tiempo a la cita con nuestra vida.
Y ya es tarde. No hay vida ya.
Dicen que esto pasará, un día u otro, a pesar de las tragedias
y el imposible medio plazo.
Pero sé que yo pasaré antes.
No todos pudimos llegar a tiempo a la cita con nuestra vida.
Y ya no hay vida allá fuera,
nadie sabe cuándo la habrá.
Yo nunca quise sobrevivir,
sólo vivir,
pero algunos ya nacimos muertos.
Y vosotros me habláis de falsos despertadores estropeados,
e improbables yamas en el ascensor,
y tal vez tengáis razón.
Pero ya no importa.
2.
Ahora se ve la luz al final del túnel.
Luz, oscuridad, luz, oscuridad…
La vida es un inevitable centelleo,
pero todo tu horror cotidiano empalidece cuando miras más allá.
En el espacio, en el tiempo.
Aunque esto no es un consuelo.
Sólo nos queda vivir sabiamente.
Ser inteligentes,
informados,
templados.
Para poder extraer de la ciénaga de deshechos que es esta vida
ese pequeño y humilde tesoro que nos permita seguir
hasta el fin.