ATARDECER
Me envuelvo en cuero de oveja,
pateo la nieve gruesa sobre su ruda piel.
Nieve, luz, diurna, fantasmas en mi boca.
Aquí mi eslovaco rostro oval se siente como
carne de ballena en greda, no puedo
tocarme sin dar gritos.
Empuño mi mano eslava y les arrojo
a los pájaros un antiguo idioma olvidado
dormidos en su vuelo, en el hielo crujiente hunden
la cabeza bajo el ala.
Aférrate a los brazos leñosos del roble desnudo.
Así camino, a solas, la vieja patria
medra royendo la campiña.
Es nieve de los Urales esta nieve
hacia lo alto cunde, cenizas, pájaros
congelados quedan como estrellas.

EL MONASTERIO DE LA MONTAÑA,
RODEADO POR ASTAS DE ALCES
Las campanas hienden el hielo, blanco rebaño
pace en las tersas
colinas rojas se alejan
del monasterio.
Diecisiete años de soledad son diecisiete
años. Serenos. Amasar ochenta hogazas de pan
al día, ayudar a las vacas
a parir sus ternerillas.
Los amaneceres se disipan, como capas de cebolla,
lectura cotidiana,
tan pálido el papel
que colma una ventana abierta.
Se perciben las huellas resecas de las aves,
un trozo de cielo entre las cumbres,
la turgencia de las bestias madres.
Cada día, revivido, una cuestión
de fe
que es blanco rebaño que pace
la salvia de la colina no haya ido
aún al matadero.
Carolyn Forché. Juntemos las tribus. Visor Libros, 2017. Traducción de Claribel Alegría y Lillian Levy. Cubierta: Pablo Pino.