En la imagen, curiosamente poco conocida de la poetisa, vemos una muy joven, voluptuosa e imponente Gertrudis Gómez de avellaneda. La obra fue realizada en el año de 1840 recién llegada a Madrid. El retrato (óleo sobre tela 125,4 cm X 94,6 cm) autoría del conocido pintor Antonio María Esquivel, actualmente se encuentra en el Museo de Bellas Artes de La Habana, Cuba, propietaria de la obra.
El óleo, que a principios del siglo XX perteneciera a Lázaro Galdiano, así como lo es el fabuloso y muy conocido retrato de la poetisa realizado por Federico de Madrazo, que aún conserva el famoso museo madrileño, fue expuesto por última vez en la península en el Palacio Episcopal de Málaga en el año 2000. Y desde entonces corona magistral, una de las salas del Museo de Bellas Artes de La Habana, Cuba.
Igualmente queremos añadir que mañana nuestra Tula cumpliría 203 años, y en su honor publicamos una de sus mayores creaciones líricas, titulada, ADIÓS A LA LIRA. Esta poesía fue compuesta en agosto de 1844 durante un momento de flaqueza muy difícil de su tormentosa vida, pero de un valor excepcional. La Avellaneda acababa de enterarse que había quedado embarazada de Gabriel García Tassara y pensó que era el fin de todo... Gracias a Dios, La divina Tula –como se le conoció en vida y como se le recuerda 144 años después de su muerte–, continuó componiendo para deleite de sus contemporáneos y futuras generaciones.
El mundo siguió a sus pies, como lo que fue, una reina.
Manuel Lorenzo Abdalawww.ladivinatulablogspot.com
ADIÓS A LA LIRA(IMITACIÓN DE LAMARTINE)
Hay en el brillante estío
Lánguidas, inertes calmas;
De luz y vida la tierra
Parece hallarse cansada.
En las horas más ardientes
El movimiento hace pausa;
Su cáliz plegan las flores;
Sus alas encoge el aura.
Así del hombre en la vida
La edad más fuerte y lozana,
Parece que al pensamiento
Marchita las frescas galas.
La ilusión se descolora,
Languidece la esperanza
Y a los tonos de la lira
No se presta la garganta.
El ave de voz más dulce
No siempre gozosa canta,
Que en el ardor de la siesta
Yace muda en la enramada.
Solo saluda su acento
La luz benigna del alba,
Y en la tarde se despide
Del crepúsculo que pasa.
En vano ¡oh lira! tus cuerdas
Armónicos sones guardan,
Llegó para mí el estío,
Y goza su siesta el alma.
¡Ven, de mis ojos recibe
Esta lágrima... y descansa!
Sobre tus cuerdas sonoras,
Corrieron ¡oh lira, tantas!
Es el tesoro que abunda
En aquesta tierra ingrata,
Do tienes por solo adorno
De ciprés mustia guirnalda.
Toda voz que al viento envías
Es melancólica, infausta,
Que el ruiseñor y el poeta
Para lamentarse cantan.
Enmudeces en las dichas,
Que solo sabes llorarlas,
Y eternizar sus recuerdos
Después que volaron raudas.
Así mi fiel compañera
Siempre fuiste en la desgracia,
E ibas conmigo entre sombras
A una tumba solitaria,
Do en tanto que yo gemía,
Besando la losa helada,
Los céfiros de la noche
En tu centro suspiraban.
Jamás cautiva te tuve
Al umbral de regia estancia,
Ni de ensañados partidos
Atizaste la venganza.
Libre como el pensamiento,
Y cual él altiva y casta,
Fuiste siempre un eco digno
De afectos nobles del alma.
¡Cuántas veces en las selvas
Saludaste la alborada,
Y despertando a tu acento
Respondió el ave en las ramas!
¡Cuántas el astro fulgente
Tu despedida oyó blanda,
En tanto que lo cubrían
Nubes de púrpura y gualda!
También del mar en los llanos,
Buscando extranjera playa,
Al silbar el viento ronco,
Al mugir las olas bravas,
Tus agrestes armonías
Volaban sobre las aguas,
Como el pájaro atrevido
Que se mece en la borrasca.
Tal vez ¡oh lira! a volverte
A la mano que hoy te lanza,
Del porvenir llegue un día
Que ya el destino señala:
En aquellos años tristes
Que anteceden a la parca,
Que se acerca silenciosa
Su quietud brindando larga.
A los hombres el olvido
Juventud nueva prepara,
Y luce siempre más viva
La lámpara que se apaga.
Igual el céfiro puro
Sopla en la tarde y el alba,
Y juega en nacientes rizos
Como en cabellos de plata.
La vejez no abate a Homero,
Aunque de nieves cargada,
Y la luz del pensamiento
Al ciego Milton le basta.
Así yo... mas ¡ay! acaso
Me seduce ilusión vana,
Y el triste adiós que articulo
Será eterno, lira amada!
¡Acaso el destino impío,
Que tan tenaz me maltrata,
En el piélago del mundo
Naufragio horrible me guarda!
Del huracán al bramido
Será mi voz sofocada,
Arrastrándome las olas
Cual esas ligeras algas.
¡Más vive tú, dulce lira!
Sigue el curso de las aguas,
Sigue el impulso del viento
Y escollos y sirtes salva;
¡Y la huella armoniosa
Que traces, siguiendo vaya,
En los aires suspendida,
De cisnes la turba alada!
Madrid, agosto de 1844