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Poesía y suicidio en Venezuela: el caso de Martha Kornblith

Publicado el 10 junio 2013 por Jlmaldonado
Cuando ingresé a la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela, tenía claro cuál iba a ser mi tesis de grado. Sin duda alguna esto hizo más placentera mi estancia en la universidad durante los cinco años de carrera. A medida que iba avanzando en ese constante descubrimiento de libros y autores, iba asociando, mejorando e incorporando temas y vertientes, teorías y especulaciones con las que enriquecer mi trabajo. Lo complejo fue, en todo caso, definirme por un sólo marco teórico para no perderme en las diversas ramificaciones que mi tema demandaba por estar vinculado a la cultura popular desde la música y la literatura.Poesía y suicidio en Venezuela: el caso de Martha Kornblith
No obstante y desde el primer semestre, coqueteé con cambiarme a un tema distinto, tanto por tener algunas lecturas, como por el creciente interés por la obra de aquellos poetas que decidieron poner fin a sus vidas saltando al vacío, inhalando gases, sumergiéndose en el mar, atravesándose con pólvora, entre otras variopintas opciones. Leo, y entro en el tema, Poesía y suicidio en Venezuela: el caso de Martha Kornblith de Miguel Marcotrigiano. Por la confianza que tengo con el poeta y autor, digo: ¡este hubiera sido mi otro trabajo de grado! Miguel me comentó hace más de un año que estaba trabajando en este libro y desde entonces quedé a la espera del mismo. Y aquí está, fundamentado en el lecho poético que corresponde, como por un proceso de investigación serio.
Poesía y suicidio en Venezuela... hace un arqueo del trabajo y la figura de aquellos poetas, que como ya mencioné, decidieron suicidarse. Están los más reconocidos y emblemáticos como José Antonio Ramos Sucre, Gloria Stolk, Miyó Vestrini, pasando por otros casos de suicidio que hasta ahora para mí eran desconocidos, como los de Ismael Urdaneta, César Dávila Andrade, Gelindo Casasola, entre tantos otros, hasta llegar a Martha Kornblith. Por supuesto, este trabajo hubiera quedado incompleto —y no es el caso— si el autor no mencionara a aquellos poetas universales que también sellaron sus destinos  con una muerte planificada, como Cesare Pavese, Anne Sexton, Alfonsina Storni (la lista es interminable), para crear una suerte de marco referencial hasta llegar a Kornblith, que entiendo, ha sido el último caso de poeta suicida en el país.
La visión de Marcotrigiano en el libro está exenta de moralismos, va a lo suyo desde las herramientas teóricas que el tema ofrece, sin juzgar y desmerecer los motivos que llevaron a los poetas al suicidio. Al margen de lo que el propio autor refiere cuando dice que “hay que resaltar que en nuestro país el suicidio representa una zona tabú”, debemos reconocer y esto también lo dice pero en otras palabras, el grado de valentía de quienes deciden inmolarse. Esto es indiscutible. Piénselo por un segundo y sientan cómo tragan grueso tan sólo con imaginarlo. Hay una canción de Charly García que dice “todo el mundo en la ciudad es un suicida”, y me pregunto, ¿quién no ha pensado en ello alguna vez? Seguramente habrá quienes no, pero inclino la balanza a favor del sí.
Especulaciones aparte, el autor ofrece algunos datos biográficos de Kornblith para ir armando el corpus del libro y el posterior sustento teórico, como esa parte entretenida, degustativa, que implica la lectura de la poesía que permita ir atando puntos de conexión y referentes reales y simbólicos que apuntan hacia una apología del suicidio en determinados versos. En este orden de ideas, cabe la pregunta, hasta qué punto se da la despersonalización de la voz poética de Kornblith con relación a su voz real, la que sufre, la que vive atormentada, pues como bien señala el Marcotrigiano, “es difícil no deslastrar el yo real de la autora, de la hablante de los textos” y es precisamente aquí donde entrará la lectura reflexiva de cada quien para hacer sus propias conjeturas. El libro aborda el miedo, la desesperanza, la reflexión, entre otros sentimientos encontrados, que Kornblith plasmó en su poética y la trampa que significó la lectura de algunas poetas también suicidas, que lejos de responder a la distensión que en teoría debe procurar la catarsis, tuvo el efecto inverso de más bien acercarla a una decisión que se fue consolidando en el tiempo: poner punto final a su vida.
Ingresé a la Escuela de Letras en 1995 y desde el primer semestre hice buenas migas con el también poeta y crítico literario José Antonio Parra. No recuerdo si fue en ese mismo semestre o el siguiente, una conversación de pasillo entre él, Martha y yo. Parra, quien ya la conocía, me la presentó (ella tenía 36 y yo escasos 22), nos saludamos políticamente y acto seguido nos enseñó uno de sus poemas escrito a mano. Ojalá recordara cuál fue. Pienso en cuánto de puñal, cuánto de soga, cuánto de salto al vacío tendrían aquellos versos. Dos años después, en 1997, la noticia funesta recorrió los bulliciosos pasillos de la Escuela. Semanas de silencio transcurrieron con dolorosa lentitud.
Fantástico trabajo, Marcotrigiano, chapeau.

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