Safo, la poeta Lesbia de la Antigua Grecia, es sin lugar a dudas, una de las más importantes líricas de los siglos VII y VI a.C. Ella subvirtió el paradigma creado por los cantores masculinos de entonces, y como un reto a la sociedad eminentemente patriarcal, opuso su mundo femenino. Su visión aristocrática fue lo que le conectó con la estructura de mundo de la Grecia Arcaica.
El personaje de Safo ha inspirado numerosos textos a lo largo de la historia. Sin embargo, el romanticismo es una de las etapas en las que este hecho se hizo mucho más evidente. La grandísima poeta griega cuya biografía está envuelta en un lejano misterio (no es absurdo es obvio- es una poeta de la antigüedad mezcla verdad, mezcla mito y su obra nos llega hasta hoy fragmentada), despertó nuestro interés, el mío y el de algunas poetas de mi generación. Mi amiga Carolina Coronado, escribió en 1850 “Los genios gemelos. Primer paralelismo: Safo y Santa Teresa de Jesús”, que fue publicado en el Semanario pintoresco español, una joya de la literatura decimonónica.
Para nosotras, autoras de ideas románticas y liberales de independencia personal, suponían un amargo desengaño cualquiera de nuestras propuestas, puesto que incluso en las más avanzadas sociedades, se nos negaba (a las mujeres) la condición de individuos independientes y con acceso a la esfera pública. En ese aspecto, nadie puede obviar el contundente empeño que puse en barrer aquellas dificultades.
Safo supuso no solo un modelo como autora de una obra, sino también como espejo en el que nos mirábamos como mujeres poetas. Para Susan Kirkpatrick -grandísima escritora e investigadora tenaz del siglo XX- “La vinculación de Safo, Corinne y el alma sensible, como elementos de una tradición que autorizaba y conformaba la voz femenina en la poesía, tuvo un efecto importante sobre las primeras poetas románticas en España”. Y debo decir que Kirkpatrick tuvo razón, en parte… Tanto Gertrudis Gómez de Avellaneda, o sea, mi persona, como Carolina Coronado, incluimos en nuestras primeras colecciones de poesías imitaciones de Safo, para identificarnos a nosotras mismas con lo que la poeta griega representaba en la España de aquellos tiempos.
Yo, además de inspirarme en varias de sus obras -junto a Santa Teresa, representó lo más alto en la poesía-, fui objeto de mofa por parte de algunos de mis contemporáneos que vieron en mí, una vida paralela a la de la Diosa. Algunos me llamaron “La Safo española” y otros, despectivamente “Doña Safo segunda…” Y quizás tuvieron algo de razón, pero sólo en parte, repito!
El Soneto que presento hoy, y dejo a consideración de los lectores y lectoras, es un buen ejemplo del sentimiento romántico que padecíamos a mediados del siglo XIX. Lo titulé “Imitando una oda de Safo” y esta imitación, me dio licencia entonces para expresar ¡sin pudor! la pasión que internamente yo sentía por Ignacio de Cepeda, mi ídolo, mi capricho de entonces, a quien dediqué la composición . En el soneto, como corresponde a esta estrofa, expongo el sentimiento de forma gradual hasta culminar en el segundo terceto, puesto que en los dos tercetos se representa el éxtasis erótico hasta llegar al último verso en el que llego, metafóricamente, a la muerte, única vía ¡poética! para el placer femenino de mi época, no obstante el poema escandalizó a algunos, pero a la vez encandiló a otros…, a casi todo Madrid.