Libélulas de la muerte
(…) y en el azul venteamos
asirias alas de libélulas
en tempestad de guerra ensombrece
ofuscado el orbe más bajo del firmamento (…)
Ossip Mandelstam
El poeta ruso estaba sentado en su lugar de costumbre en un café de Moscú. Canturreaban las palas del ventilador. Fragmentos de bombazos musicales del momento. Fuera, una radiante mañana primaveral. Ni hablar de entenebrecimientos, como se oscureció el mundo en la muerte del Hijo de Dios. Aún harto lejano el momento en que la guerra se extienda cubriendo esta tierra. Y aun entonces no alcanzó la zona en que se encuentra el local donde el hombre que escribe, que de un modo u otro estará muerto en pocos años, se sentaba en momentánea seguridad.
Ninguna de las editoriales soviéticas de cuyas asignaciones vivía este poeta sacaba algo de sus producciones. No les proporcionaba ningún texto aprovechable, aseguraban. Le daban ocupación con traducciones de idiomas europeos; no se atrevían por sí solas a dejar pasar hambre o aniquilar a ese hombre de quien otros escritores decían que tenía un talento especial. Eran supersticiosas. Y tampoco estaban firmemente convencidas de la necesidad de su propia existencia como para impugnar el derecho a ella de un conciudadano (especialmente empecinado). Las manos del poeta rozaban la fría los de mármol del café. Mientras escribía, ni asomo de tempestades de guerra por parte alguna. Todo mero presentimiento. “Los prisioneros asirios se acurrucan como polluelos a los pies del gigantesco emperador.” Pero no había en el café ni prisioneros asirios ni emperador alguno. Había obras en la plaza de enfrente, en el edificio de entrada a la estación de metro.
Las palabras del poeta volaban sobre el papel. De ese poeta emanaba conciencia obstinada.
Ese mismo día, en las montañas del Karst en Abisinia, muy lejos del asiento moscovita del poeta, pilotos italianos lanzaban bombas montadas artesanalmente, desde aparatos con secciones articuladas artificialmente por los ingenieros como cuerpos de insecto, con fuselajes pintados como caparazones, sobre unos objetivos que siendo de animación humana no podían escapar por ningún lado. Fueron liquidados por los explosivos o por esquirlas de piedra. De eso estaba escribiendo el poeta. Sin haber visto nada de ello. Tampoco podía observar a una columna de infantería china que, aún sin finalizar ese día, marchaba hacia una emboscada.
-¿Es el ángel Asrael, en el poema, una alusión a Stalin?
-¿Cree usted que sea Stalin “la alta mano que ampara el orbe de este cielo”? Yo no. El poeta no hace alusiones concretas.
-¿Pero [en ese “abrirse paso esforzadamente”] no expresa el deseo de que algo sea “barrido por la fuerza”?
-No por mano de Stalin.
-El poeta teme un peligro indefinido, y quisiera verlo sustituido por uno definido. Que podría ser incluso Stalin. “Stalin no puede poner ningún cielo vencido bajo su alto amparo.”
Y abriéndose paso esforzadamente
bajo el escamar de alas mutiladas
al amparo de su alta mano acoge
al cielo vencido Asrael.
Alexander Kluge
Ataque aéreo a Halberstadt, el 8 de abril de 1945
Traducción: José Luis Arántegui
Editorial: Machado Libros
***
Etty Hillesum, una joven judía holandesa muerta en Auschwitz, autora de escritos conmovedores, hizo de los poemas y cartas de Rilke su libro de cabecera. Allí encontró inspiración para conducir su vida, como escribe en su diario: “Rilke ha sido uno de mis grandes maestros en el año transcurrido, cada instante me lo confirma”. En la última página de este diario, redactada el 17 de octubre de 1942, inmediatamente antes de que la encierren en el campo de Westerbork, del que saldrá hacia Auschwitz, se pregunta sobre el papel que desempeña el poeta en su existencia, y escribe:
Era un hombre frágil, que escribió buena parte de su obra entre los muros de castillos donde era acogido, y si él hubiera tenido que vivir en las condiciones que nosotros conocemos hoy, quizá no hubiese resistido. Pero ¿no es justo y razonable que en épocas de paz y circunstancias favorables, los artistas de mayor sensibilidad dispongan del tiempo necesario para buscar con entera serenidad la forma más bella y la más adecuada a la expresión de sus intuiciones más profundas, para que quienes viven en tiempos turbulentos, devoradores, puedan reconfortarse con sus creaciones, y encontrar así un refugio ya preparado para sus angustias y para las preguntas que no saben ni expresar ni resolver, al tener todas sus energías comprometidas en las miserias de cada día?
Tzvetan Todorov,
Los aventureros del absoluto
(E. Hillesum, Une vie bouleversée)
Traducción: José María Ridao
Editorial: Galaxia Gutenberg
Foto: Alexander Kluge