Fue entonces cuando le tocó su turno. A un lado tenía al simpático Leonov, en otros tiempos su gran rival; al otro, a Lovell, Anders y otros compañeros de esta locura del espacio. Es posible que no hubieran estado todos juntos en un mismo lugar, pero a pesar de ello departían minutos antes como si la gravedad cero los hubiera hecho de la misma pasta. Era una ocasión fantástica: un homenaje a Yuri Gagarin, el primer hombre que voló al espacio, medio siglo después de la hazaña. Casi todos
Veronika Borovik y Neil Armstrong, el viernes en Adeje. Foto: Manuel Lérida
lucían unos bien llevados ochenta y tantos. Y él se sentía cómodo en aquel ambiente extraño, fuera de su país. Decidió hace 40 años no conceder entrevistas, ni ruedas de prensa, ni unas simples declaraciones a los medios de comunicación, por lo que su presencia en aquel escenario del Starmus Festival, en Adeje, lo hacía centro de todas las miradas. Cuántos querrían saber qué secretos guardaba, qué historias prometió callar, qué situaciones inexplicables vivió…
-Con todos ustedes, ¡Neil Armstrong!… Respiró profundamente, se levantó del asiento y se dirigió al escenario. Desde allí miró a su público, buscó algo en el bolsillo de la chaqueta y dijo: “Miraré mi lista de vuelo para confirmar que hago todas las verificaciones”. Tenía muy claro que le preguntarían por su pesadilla, por lo que ha prometido no desvelar nunca, por ese peso que lo mantiene fijo a la Tierra desde entonces. “Señor Armstrong, ¿por qué el hombre no ha vuelto a la Luna?”, le inquirió la presentadora del acto, Veronika Borovik.
-”La Luna nos está esperando; yo tampoco sé por qué no se ha vuelto”, esquivó el comandante de la Apolo XI.
Mientras, en su cabeza, las palabras estaban a punto de estallar, como si la respuesta a lo que todo el mundo quiere saber presionara para salir. Pero son ya muchos años de entrenamiento y autocontrol. Armstrong recordó entonces aquella expresión de Gagarin cuando despegó “Poiéjali (allá vamos)! Era su palabra mágica. Después, la paz invadía su interior.