Últimamente se habla mucho de polarización. Que España está demasiado polarizada y crispada. Y es cierto, pero creo que muchas veces confundimos las relaciones de causalidad entre una cosa y otra. Creo que tendemos a pensar que la polarización política, entendida como " el proceso por el cual la opinión pública se divide en dos extremos opuestos" (fuente: Wikipedia), es la que lleva a la crispación, pero yo pienso que es al revés: que es una sociedad crispada la que tiende a polarizarse. Y es importante la diferencia, porque es la que establece cuál es el síntoma y qué es lo que lo causa. ¿Por qué la gente se crispa? ¿Por qué la gente se polariza?
La gente se crispa porque no tiene trabajo, porque tiene trabajo pero aún así no llega a fin de mes, porque no tiene casa, porque no tiene qué comer, porque no puede conciliar su trabajo con su vida privada, porque gente con mucho dinero paga mucho menos impuestos que gente sin dinero, porque en nuestro país hay muchísimas injusticias, porque se exaspera y descree de políticos, periodistas, jueces, policías o empresarios, etc.
La gente se polariza por... pues porque se crispa. Y la crispación hace que nuestras posturas se extremen, hacia un lado o hacia el otro dependiendo de nuestros prejuicios, creencia, ideología, información o falta de ella. Sin embargo, lo que uno suele escuchar en radio, televisión, redes sociales, la calle, los bares o nuestras casas es que el país está crispado porque está polarizado, cuando en realidad es al revés. No es que hayamos decidido dejar de ser moderados porque un tío con coleta y al que le quedan fatal las corbatas nos haya convencido de las bondades del comunismo o porque un tipo con rasgos moriscos y opiniones que rozan lo delictivo nos haya convencido de las bondades del fascismo; hemos dejado de ser moderados porque nuestra sociedad no nos permite serlo. Yo creo sinceramente que necesitamos ser conscientes de que tenemos que habitar, lo queramos o no, en uno de los dos extremos políticos que hay ahora mismo en España, pero eso no significa insultar, vejar o agredir al otro, si no defender las ideas que consideramos correctas. Les aseguro que alguno de los dos extremos defiende las ideas de cualquiera de ustedes, aunque las lleven más allá. La clave es ser capaces de ver hasta dónde llega un extremo y hasta donde llega otro, y qué consecuencias tiene.
Yo tengo claro mi extremo: es el de la clase trabajadora, el del feminismo, el del Estado del Bienestar, el de la redistribución de la riqueza, el de la equidad y el respeto a todas las razas, creencias, orientaciones sexuales o roles de género, el de la educación y sanidad pública universal. Eso no significa que esté ni deba estar de acuerdo con todo lo que hacen o dicen los que están en ese extremo ni con todas las medidas que se tomen, pero sí que nunca, jamás, estaré en el otro. Aunque sus cantos de sirena suenen encantadores, solo son los gritos de pánico por unos privilegios y una forma de vida que está quedando en evidencia y que lleva años empeorando poco a poco nuestra economía, nuestra sociedad y nuestras expectativas de futuro. Llevándonos a la inseguridad, la pobreza y la desesperanza. Llevándonos a la crispación.