Sólo el mito de la caverna sirve para explicar la situación política actual; sólo una sociedad inculta, falta de imaginación, energía y dignidad puede aceptar este contubernio, apechugando con lo que hay como mártires con su cruz, repitiéndose como un mantra, para creérselo, necedades del tipo “es de lo peor lo menos malo”. Porque existen mil formas diferentes de gobierno y novecientas de ellas mejores que ésta. Sé que parece difícil cambiar el rumbo, pero no desesperen, que si han caído dictaduras sanguinarias, monarquías despóticas, crueles imperios, violentos señores de la guerra y regímenes autoritarios varios, no hay razón para pensar que no se pueda acabar con estas sectas políticas que están sodomizando el país.
Es evidente que el sistema político actual es pésimo y que además urge crear una nueva Constitución –o al menos derogar la vigente-. Esto se comprende atendiendo a la corrupción institucional a que ha dado lugar. Es obvio que algo no funciona. Nos estamos yendo a pique. Aquí lo que hay que salvar es el solar, visto que el edificio construido no es más que una chapuza diseñada por una caterva paleta, ignorante, acomplejada y zafia que amenaza con desplomársenos encima y enterrarnos vivos. Como tantas otras veces ha sucedido, que no hace falta que les recuerde las guerras fratricidas que han desangrado el país por culpa de esta canalla. Son malas bestias, háganme caso. De las peores que existen. Lobos disfrazados de corderos que han hecho del noble y altruista ejercicio de la política un estercolero lucrativo, convirtiendo la institución en una mezquina mafia de arribistas sin escrúpulos que anteponen sus intereses personales y los de su partido, del que se nutren, a los del país. Y con esto queda todo dicho. No sé qué más necesita un país, por cerril que sea, para escarmentar…
Miren ustedes, esto tiene que cambiar. Hay que acometer reformas importantes para revertir la situación antes de que sea demasiado tarde.
Lo primero y fundamental es disolver las sectas políticas, esos infectos pudrideros en donde ascender o descender no depende en absoluto del mérito y valía personales, cuya organización es una caricatura grotesca, en forma y fondo, de las mafiosas y que han adquirido una autonomía y poder tales que constituyen no ya un medio de hacer política sino un fin en sí mismas. ¡¿Comprenden el peligro?! Una peste ésta, tan mortífera, la de las sectas políticas, que cuesta entender que todavía las refrende en masa la gente con su voto, legitimándolas en lugar de luchar por su abolición. Sectas que hace mucho tiempo que olvidaron –si es que alguna vez lo tuvieron en mente- el bien común, instrumentalizando al ciudadano para perpetuarse en el poder, sin importarles que en su afianzamiento el país se vaya al carajo.
El siguiente paso que hay que dar, una vez abolidas las mismas, es constituir un riguroso sistema de oposiciones para acceder a los puestos de máxima responsabilidad política, de forma que se garantice que los elegidos sean la flor y nata del país. Porque ustedes me dirán si no es locura que quienes han de llevar las riendas del país no pasen prueba alguna para demostrar sus aptitudes. Eso es lo mismo que aceptar que te opere a corazón abierto un cenutrio que en su vida ha abierto un libro de medicina. Y que además, quizá, puede que sea un sádico.
Una vez aprobadas las oposiciones -específicas y rigurosas para cada ministerio y especialmente cuidadosa la que concierne a la presidencia del país-, los aprobados expondrían al electorado su plan de actuación, bajo juramento escrito de cumplirlo o hacer cuanto esté en sus manos por cumplirlo. Así el ciudadano podría votar al presidente y a los ministros uno a uno, sabiendo quiénes son, sabiendo qué pretenden hacer y sabiendo que lucharán por cumplir lo prometido, en lugar de, como hoy sucede, entregar un cheque en blanco para que les coloquen a gente a la que ni han elegido, ni saben quiénes son o si están capacitados, si son trigo limpio o están vendidos y lo peor de todo, sin tener ni la más remota idea de qué harán cuando el poder caiga en sus manos. Tengan por seguro que nuestros descendientes contemplarán algún día con horror este disparate cuando lo estudien en las escuelas como ejemplo de sistema electoral aberrante y estúpido a más no poder.
El primer requerimiento para presentarse como candidato sería tener más de sesenta años. La razón que alego es que es imposible que antes de cumplida esta edad alguien haya leído y vivido lo suficiente para ser considerado sabio. Sólo una persona inteligente que haya dedicado su larga vida al estudio y la reflexión puede adquirir un bagaje existencial tan valioso que lo aproxime a la sabiduría. Las ventajas del sabio en el gobierno las doy por descontado. Un sabio es alguien que ha sabido madurar sin prejuicios ni adoctrinamientos, ha atemperado el ardor temerario a que nos arrojan las pasiones carnales, sobre él no ejerce ninguna influencia la ambición desmedida de poder y dinero que ciega a los necios, ha derrotado sobradamente la estúpida vanidad a la que vencen y sobornan los laureles y aplausos y posee un amplio bagaje intelectual que unido a su dilatada experiencia hacen de él un hombre en el camino de la virtud que puede entregarse con sangre y cabeza frías a complacer a la justicia. En otras palabras, el gobernante ideal, íntegro, culto e incorruptible.
En resumen, a las elecciones concurrirían, en lugar de opacas, dogmatizadas, fanáticas, embusteras y maquiavélicas sectas, honorables candidatos independientes.
Si es que es de cajón, señores, para aprovechar las lecciones que da la Historia son necesarias ciertas prendas personales: inteligencia, sed de conocimientos, honestidad, valentía y una dosis importante de humildad. Estos son los requisitos indispensables para asimilar bien las lecciones y estar en disposición de evitar cometer los mismos errores por ignorancia, estupidez, hipocresía, fanatismo, vanidad, cobardía o mala fe.
Si pensamos en el beneficio que supondría para una nación el aprovechamiento de estas lecciones, pronto advertimos que todo pueblo que aspire al bienestar precisa dirigentes que posean en sumo grado dichas cualidades. Resulta increíble que no sea éste el mayor desvelo de los ciudadanos y que hayan abandonado tan esencial tarea selectiva en manos de unas miserables sectas. Es al meditar sobre ello cuando uno cae en la cuenta de lo desolador del panorama: es imposible encontrar uno solo entre los gerifaltes que cumpla dichos requisitos. Están tan fuera de lugar gobernando como un cleptómano custodiando una caja fuerte. La Historia anda secuestrada y apaleada. Una y otra vez se cometen los mismos errores y la humanidad, en lugar de caminar hacia una sociedad mejor, marcha eternamente sobre ascuas hacia el infierno. Y todo por la sencilla razón de que estos desalmados no quieren evitar los errores cometidos sino aprovecharse de ellos.
Si comparamos mentalmente una clase política conformada por gente sabia con el panorama político actual, comprenderán enseguida que además de una barbaridad es un suicidio colectivo. Piensen si no en esos partidos llenos de pimpollos semi analfabetos amamantados en las ubres de la secta, sin maestría en ningún oficio y de tan escasa inteligencia como desaforada ambición, codicia y vanidad, sin otra pretensión que escalar puestos en la escala social al precio que sea. Y los que hay crecidos sólo aventajan a éstos en las canas, pues no hace al sabio la edad sino el aprovechamiento de los años. Muestra de su podredumbre es también que cuando fichan a algunos ya maduros, en lugar de escoger gente exquisita que revitalice la savia del partido escogen siempre a lo peor de cada casa, demostrando que la corrupción moral es para ellos como la mierda para los cerdos, su hábitat natural. ¿Qué se puede esperar entonces de semejantes mentecatos? ¿En qué momento el pueblo se volvió tan loco para permitir que cualquier cretino tome las riendas de su destino? Sólo un tonto deja que le administre la casa otro tonto. Y sólo un tonto rematadamente tonto se la deja a otro tonto que además de tonto es un sinvergüenza.
Los otros requisitos para presentarse a las oposiciones serían pasar un test de inteligencia que arrojara resultados esperanzadores, una reputación sin tacha y una vida laboral, en actividades relacionadas directamente con el puesto ministerial al que aspira, dilatada y ejemplar. Y por supuesto la desvinculación de por vida, a partir del momento en que acepta el cargo, de la empresa privada. Porque ustedes me dirán si no mosquea el que apenas dejan el cargo regresan a sus antiguos puestos en empresas privadas o son fichados como asesores, ejecutivos o váyase usted a saber qué rocambolescos puestos en el sector privado. Como para no sospechar que hay gato encerrado conociendo la catadura moral de los sujetos…
Y les digo más: a todos aquellos que pretendan tales dignidades sin cumplir estos requisitos habría que vigilarlos muy de cerca, pues ambicionar semejantes cargos sin estar capacitados muestra a las claras su mala fe, su ambición insana, su indignidad, su irresponsabilidad, su estupidez y lo que es más grave, su falta absoluta de amor al país.
Que sean felices…