Propio del mejor marxismo–el de los hermanos, no del filósofo-, la política de los últimos días ha mostrado la más estrafalaria y absurda de sus facetas, aquella con la que pervierte la alta estima y el noble propósito que caracterizan su idoneidad como instrumento de servicio público, necesario para detectar y responder a las necesidades básicas de los seres humanos cuando conviven en sociedad, afrontar entre todos los retos colectivos y paliar las desigualdades que padecen sus miembros.
Porque sólo en un camarote como el de los hermanos Marx podía producirse la inverosímil bronca que el líder histórico de Cataluña, el poco honorable Jordi Pujol –delincuente confeso- dirigió a los diputados del Parlament de aquella Comunidad durante una comparecencia en la que debía aclarar el origen de su fortuna y las razones por las que se ha decantado por cometer fraude fiscal, de manera prolongada durante 30 años, en vez de hacerla figurar en su declaración de renta y patrimonio. Incapaz de encontrar justificaciones a su conducta, el expresidente catalán se limitó a advertir con enojo de las consecuencias que para todo el árbol (de la política catalana) podía representar la poda de una rama (la corrupta encarnada por él), ante un auditorio que asistía atónito a semejante manifestación de iracunda soberbia. Y todo ello para intentar encubrir a unos hijos que se “beneficiaron” (regular e irregularmente: la Justiciadeterminará) de las actividades y las relaciones del “constructor” de una patria hecha a medida, a su exacta medida, y por la que figuran imputados en sendas tramas delictivas. Esa “patria” de la que se vanagloriaba el honorable evasor de divisas es la que ahora, de manera simultánea en el tiempo, reniega ser parte integrante de un país mucho más vasto en historia, cultura y riqueza social de lo que aduce aquella región para privilegiar signos identitarios excluyentes. Si no fuera porque es un problema de enorme trascendencia, sería para ofrecerles dos huevos duros.
Pero es que, en otro rincón del disparatado camarote, un espigado Mariano Rajoy, a la sazón presidente del Gobierno de España, con semblante perdido ante tantos chinos tan iguales, confundía ante las autoridades chinas al rey que abdicó por sus líos de faldas y corruptelas familiares, Juan Carlos I, (PRIMERO, debieran haberle escrito) con un tal Juan Carlos SEGUNDO, no se sabe si de España o de Alemania, desde donde realmente nos gobiernan. A lo mejor estaría pensando en algún Papa, por el follón que le había organizado, justo antes de su partida, el exministro de Justicia, Ruiz-Gallardón, con lo del aborto. Los chinos ni se enteraron, pues para ellos primero y segundo les suena a chino, pero el séquito español palideció de bochorno con el desliz de quien debía estar al tanto de los nombres de nuestros Jefes de Estado en la historia reciente, ya que sólo fueron tres en los últimos ochenta años: Franco, Juan Carlos (PRIMERO) y Felipe (SEXTO). Aún así, Rajoy la lía hasta leyendo un discurso, por lo que prefiere el plasma: puede repetir tomas hasta que salgan impolutas.
El rey verdadero, el que heredó la corona deprisa y corriendo de su padre cual monarquía feudal, andaba por esas fechas estrenándose en la ONU en su nueva misión de estadista internacional, con estilo moderno y aspecto barbudo, como gusta a los jóvenes y no tan jóvenes de hoy, incluido Rajoy, y como la que también portaba, cuando desafió a Occidente desde esa misma tribuna, el líder indiscutido de la revolución cubana: Fidel Castro, reliquia viva del comunismo hispano, mi amol. Por supuesto que no hay comparación: una era espesa y desaliñada y la otra recortada y cuidada; uno empobrece a su pueblo en nombre del pueblo, y otro participa del empobrecimiento del suyo en nombre del mercado. Pero los pobres de ambos son iguales: gente llana y humilde que no sabe de barbas ni de herencias dinásticas, sino de cómo asegurar el futuro de sus hijos, lo que ninguno de los barbudos les garantiza.
Para completar la comedia de despropósitos, otro figurante de la compañía marxista, Cristóbal Montoro, el de la voz de trompetilla, un día anuncia que devolverá parte de la paga extra sisada a los funcionarios en 2012 y, al siguiente, que mantendrá congelados sus sueldos por quinto año consecutivo. Tras la gracieta, hace sonar la trompeta y desaparece raudo de escena, escabulléndose tras la vicepresidenta, que sigue repartiendo huevos duros al personal del cada vez más abarrotado camarote.
Es entonces cuando los magistrados del Tribunal Constitucional, con sus pelucas y sus puñetas, dictaminan en media hora que los catalanes no pueden votar, faltaría más, en la primera ocasión en que no se tiran años discutiendo quién de ellos se encargará de redactar la ponencia para empezar a leerla antes de elaborar un borrador con el que estudiar el asunto sin prisas pero sin pausas, con sosiego pero exhaustivamente, como corresponde a los dioses intérpretes de la Constitución. Rajoy, agradecido, les ofrece otros dos huevos duros porque sin respeto a la ley no hay democracia posible en ese camarote estrambótico de la política, mientras confía en que otro cura se contagie del ébola en África, donde se extiende como la peste, no para enviar medicinas y combatir la pandemia, sino para hacer de samaritano y acoger a los moribundos en hospitales madrileños en los que se ha recortado hasta en tiritas. Cree que así potencia la marca Españaante el mundo, aunque, según Cáritas, la pobreza en nuestro país se está “cronificando”, además de crecer, y al que recomiendan que deje de abaratar los salarios porque así no hay manera de estimular el consumo que hace funcionar la actividad económica. Claro que estos son asuntos menores comparados con la boda de George Clooney en Venecia, difundida urbi et orbe por los medios que tanto se afanan por cultivarnos. Quizás fuera por ello que María Dolores de Cospedal estaba que trina, propinando empujones por el camarote a todo el mundo, porque no la habían invitado y a Bono sí. Confundía al líder del grupo inglés con el adversario que era del PSOE, la pobre.
Así que, si esto no es de película de los hermanos Marx, que venga nuestro Torrente a investigarlo.