Escándalos por cuestión de faldas ha habido siempre en el ámbito de la política, en todos los tiempos, en todos los lugares y de todos los colores. Se podría decir que, desde que el hombre y la mujer se encontraron sobre la faz de la Tierra, la ligamina amoris, de la que filosofaba Sabunde, ha sido el motor que mueve al ser humano para bucear en el fundamento de su propia existencia, a través de la experiencia del mundo y la mirada hacia la naturaleza, para reconocer: “Nada hay de verdad humano que no nos conduzca al amor”.
¡Oh, el amor, cuántas historias ha tejido en la vida de los hombres! Su pulsión es una de las que domina la naturaleza humana, junto a la de la muerte. El Eros y el thánatos que, según Freud, conforman la dualidad con la que estamos hechos y que nos empuja hacia la atracción y reproducción, por un lado, y hacia la repulsión y la muerte, por el otro, en un forcejeo constante entre la preservación de la especie y la propia destrucción.
En la actualidad, estos escándalos amorosos ya no causan tanto asombro como antaño ni son motivo de sesudos estudios psicoanalíticos, pero siguen despertando la curiosidad de la gente, no tanto por un afán morboso y cotilla, sino por confirmar que también los grandes patricios que nos gobiernan sucumben a las bajas pasiones que nacen de la entrepierna. Para afirmarse o suicidarse, tanto da. Ejemplos hay para escoger, pero el último en inscribirse en la extensa lista de los embrollos sentimentales y/o psicológicos ha sido el presidente de la Repúblicafrancesa, Francois Hollande, quien se ha dedicado a acudir a hurtadillas al apartamento de su joven amante, cerca del Palacio del Elíseo, y ha sido cazado por un periodista que todavía no ha explicado cómo conoció la historia, pero supo guardar la emboscada para captar unas fotos del mandatario adúltero. No sé si eso es periodismo de investigación, pero se asemeja al de "revelación"..., por llamarlo de alguna manera.
Como en los diálogos de Filón con su amada Sofía, el enamorado Hollande explicaría a la actriz Julie Gayet, 18 años más joven que él, que el deseo de unión amorosa impregna no sólo el corazón del hombre, sino todo el Universo: “Los planetas se aman el uno al otro cuando se miran de aspecto benigno”, dejó escrito León Hebreo en sus Dialoghi d´amore, en el siglo XV, tras ser expulsado de España, junto a su familia, por el edicto de 1492, y recalar como médico en distintas ciudades de Italia. Se ve que eso de exiliarse para buscar fortuna es obligada costumbre española que viene de antiguo.
En Francia no son muy dados a la prensa del corazón y respetan, por lo general, el derecho a la intimidad y la vida privada. Allí, un presidente podía tener una amante e hija secretas sin que los periodistas se inmiscuyeran en el asunto ni airearan que Mitterrand apuntara esos gastos al erario público. O que otro, Félix Faure, hace un siglo, cuando tenía la misma edad que Holland, falleciera en palacio mientras yacía con su joven amante sin que la prensa revelara las causas reales del óbito. Ni siquiera a Valéry Giscard d´Estaing se le cuestionó el haber tenido un accidente cuando regresaba de una noche de amores pecaminosos. O que Sarkozy cambiara por tercera vez de pareja sin que los cimientos del Elíseo se tambalearan en absoluto. Ellos son muy pragmáticos en estas cuestiones que, en otras latitudes, derriban prestigios y arruinan carreras, como en Norteamérica, donde la hipocresía moral escruta celosamente la conducta de los políticos. No hace falta recordar a Bill Clinton, cuya “aventura” con una becaria casi le cuesta la presidencia, o al exsenador John Edward, que abandonó la candidatura presidencial cuando se descubrió que había tenido un romance extramatrimonial. Los americanos son más próvidos con el pudor que los franceses, porque les pasa factura, aunque tengan las mismas tendencias y caigan en las mismas tentaciones.
Sin embargo, en Francois Holland todavía está por ver cómo sale de este affaire que ha mandado a la primera dama “oficial” a una cura de “melancolía” a un hospital. No porque los franceses no sepan asumir los vodeviles falderos del presidente, sino porque ha faltado a su promesa de tener un comportamiento en todo instante ejemplar. Y los franceses pueden perdonar a un presidente adúltero, pero no perdonan a un presidente mentiroso que va ser cuestionado, no por su vida privada, sino por poner en peligro la Jefaturade una nación, en los momentos más delicados, de manera tan frívola e ingenua. Puede que Holland se convierta en el presidente que colma el vaso del libertinaje y la promiscuidad, y se le empiece a pedir cuentas. Es mala suerte que, tras competir con su mujer por la presidencia del Partido Socialista, llevar a otra como primera dama de la República, salga del Elíseo por culpa de una tercera que en nada, salvo por la satisfacción de esos instintos que Freud estudió, debería empañar su imagen de gobernante gris y sobrio. Pero se ha mostrado vulnerable a Eros y víctima de Thánatos en su carrera política. Ha sucumbido a la erótica del poder y la política de entrepiernas, para entendernos, y mucho me temo que lo pagará caro en las próximas elecciones. Una lástima, porque ha demostrado ser una persona normal, demasiado normal, como cualquiera que cree ser más guapo que nadie.