El "intruso del morado" – el color de Podemos – convivirá, en dosis similares, con el azul y rojo acostumbrados
os resultados arrojados por el último barómetro del CIS no podían pasar desparecidos para los ojos de la crítica. La victoria de Pablo Iglesias – en intención de voto directo – y la debacle de Izquierda Unida ponen sobre el tapete el "tiempo nuevo" aludido por don Felipe en el inicio de su reinado. Un tiempo nuevo – y dijo bien S.M. – porque, aunque los sondeos demoscópicos sean un producto perecedero, lo cierto y verdad, es que sirven a los politólogos y sociólogos para trazar hipotéticos escenarios futuros de cara al diseño de estrategias electorales. A esta práctica sociológica, algunos periodistas la llaman de forma despectiva: "política ficción". Política ficción, les decía, porque para tales "analistas políticos" – me refiero a los tertulianos que usted y yo conocemos – las encuestas son copias distorsionadas de la realidad. Con tales mimbres sobre los micrófonos de algunas emisoras, es normal que nuestra ciencia – la sociología – sean ninguneada por quienes otorgan fe de verdad a los contertulios de la mañana. Bien, dicho esto, y perdonen por mi enfado, me permito la licencia de hacer un ejercicio de "política ficción" con la radiografía del CIS.
La victoria de Podemos y la debacle de Izquierda Unida ponen sobre el tapete "el tiempo nuevo" anunciado por don Felipe al inicio de su reinado
De cumplirse los pronósticos del barómetro, en el horizonte político se atisban los siguientes escenarios: el primero, y el más probable de todos: la muerte de Izquierda Unida por los mordiscos de Podemos. La renta universal; la jubilación a los sesenta; el impago de la deuda y, al fin y al cabo, el populismo inteligente, cocinado por Iglesias, ha dejado huérfano de discurso a las siglas de Cayo y Llamazares. Tanto es así, que las intervenciones de Alberto Garzón en la "Sexta Noche" no han levantado las pasiones deseadas entre sus clientes, sus votantes. El segundo escenario, y consecuencia del anterior: el tripartidismo. El "intruso del morado" – el color de Podemos – convivirá, en dosis similares, con el azul y rojo acostumbrados. Por último, el tercer escenario: la desideologización. La captura, por parte de Podemos, de electores provenientes de todas las orillas – izquierda y derecha – supone un cambio en el comportamiento electoral. Un cambio, les decía, manifestado en un desalineamiento del voto general; provocado por una sustitución del votante racional por otro de corte emocional, sin tintes ideológicos. Un voto, les decía, justificado por la desesperación; el descontento, y la frustración ciudadana con las políticas llevadas a cabo por socialistas y peperos durante los últimos ocho años. En conclusión: debacle de Izquierda Unida, hemiciclo tricolor y voto pasional son los principales escenarios que se desprenden de la leyenda demoscópica.
En caso de que se cumpla la profecía, el patio de los leones estará compuesto por tres fuerzas políticas con ponderaciones similares. Ante este panorama, la gobernabilidad solo será posible mediante grandes coaliciones o alianzas puntuales. Grandes coaliciones, y digo bien, entre el eje de la izquierda: pablistas y sanchistas, o pactos antinatura: entre populares y Podemos, o entre socialistas y peperos.
El primer supuesto: rojos con morados. Esta alianza perjudicaría seriamente al líder de la coleta. Lo perjudicaría porque ello supondría para los nuevos del hemiciclo: romper la coherencia de su discurso por mezclarse con la "casta" y caer en la mentira por pactar con quienes, según Pablo, nunca lo harían. Así las cosas, de conformidad con tales condicionantes no resulta verosímil una España futura gobernada por socialistas y pablistas. Otra cosa es que donde dije Diego, llegado su momento sea Digo; en ese supuesto Podemos sería un cadáver político al mezclarse con la "casta". Descartado este hipotético escenario solo nos quedaría analizar una coalición entre Pepé y Podemos – aunque pienso que moriría sin creérmelo – o un pacto entre socialistas y peperos; algo más creíble, si tenemos en cuenta que este pacto antinatura ya se hizo en el País Vasco en tiempos de Patxi y Basagoiti. Estaríamos, por tanto, ante un país gobernado por un matrimonio, de tintes antagónicos, condenado al divorcio a los pocos meses del casamiento. La gobernabilidad más inteligente para los intereses partidistas sería las alianzas puntuales, o dicho en otros términos una España a la holandesa donde la negociación sería la receta cotidiana para la cocina de las leyes; algo que, sin duda alguna, favorecería al interés general y, por tanto, a la democracia.
Aunque el partido socialista y Podemos no formasen gobierno por las causas anunciadas en el párrafo de arriba, lo cierto y verdad, es que el más perjudicado de esta coyuntura sería, sin duda alguna, el Partido Popular. Lo sería, porque su electorado no consistiría que Rajoy y Santamaría bailasen al son de Podemos, los "frikis" de la parrilla. Si lo hicieran, si se arrimaran a "la fea", probablemente en los próximos comicios fueran duramente castigados por sus fieles, sus votantes. Así las cosas, el Partido Popular se convertiría en un jarrón del hemiciclo a la espera de que la "nueva izquierda" – alianzas puntuales entre Podemos y socialistas – se desgastara con el tiempo. En días como hoy, el camino a trazar es el diseño de estrategias electorales para que el PP siga con su mayoría absoluta – muy improbable -, el PSOE salga de las cenizas de Rubalcaba, e Izquierda Unida recupere la merienda que le han arrebatado. Para conseguirlo existen tres grandes caminos, uno para cada partido. El PP: rezar cientos de Padres Nuestros para que el paro disminuya y no salgan más "chorizos" en el seno de sus corrales. El PSOE: conseguir que sus desencantados perciban en Pedro Sánchez a alguien más que una cara bonita en busca de visibilidad por las cloacas televisivas. Izquierda Unida: jubilar a Cayo y a Llamazares; sustituirlos por un líder joven – con rastas y coletas – y arrimarse a los socialistas para debilitar a Podemos.
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