Hoy en día pocas instituciones suscitan un respeto generalizado. En mi opinión gran parte del germen que después se ha convertido en el 15M (por cierto, aún estás a tiempo, Toma la calle hoy) tiene mucho que ver con ese respeto que hemos perdido a muchas de ellas, una falta de respeto que se han ganado a pulso.
Yo recuerdo que, allá por los años 80, los sindicatos eran una de esas organizaciones a las que la gente aprobaba, por quienes muchos se sentían representados y que hasta conseguían seguimiento masivo a la hora de convocar protestas por el menoscabo de derechos laborales. También estoy segura de que todo eso tenía mucho que ver con su independencia política, lo que les otorgaba una capacidad crítica y un amplio margen de maniobra.
Lo cierto es que ahora, en 2011, toda aquella implicación sindical ha derivado en la idea general de que los sindicatos son, por un lado, un nido de parásitos en el que viven del cuento muchos liberados y, por otro, que se han vendido al poder político establecido, que ya se ha encargado de calentarles la cama para que estén cómodos.
Me entristece comprobar como esos colectivos de los que mis padres formaron parte para defender los maltrechos derechos de los trabajadores han acabado convirtiéndose, en su mayoría, en aliados de la patronal. Por eso no puedo aprobar, bajo ningún concepto, que los representantes sindicales jueguen además en la liga política, porque es inevitable la contaminación.