Zapatero ha ordenado que Trini Jiménez compita con Esperanza Aguirre por la presidencia de la Comunidad de Madrid y ha lanzado todo su poder contra el candidato socialista hasta ahora, Tomás Gómez, desacreditándolo con unas encuestas que le dan mayor popularidad a su pupila.
No importa el programa, ni quién es mejor o su capacidad, sino ser más conocido según los sondeos del PSOE.
El medio ya es el mensaje, y Trini es ambos gracias a la televisión y sus apariciones como ministra de sanidad.
Lo que haga, no importa: Jiménez no ha logrado nada notable en su cargo actual, porque se le recordará por gastar decenas de millones de euros en inútiles vacunas para la falsa gripe A. Sólo sigue lo marcado por su antecesor Bernat Soria, nombrado por su imagen de científico, aunque, luego se supo, exageraba su currículo. Además, perdió espectacularmente las elecciones ante Gallardón por el ayuntamiento de Madrid.
Tomás Gómez ha sido más eficaz: es economista, secretario general del socialismo madrileño, y entre 1999 y 2008 fue alcalde de Parla, 118.000 habitantes, elegido con apabullantes mayorías sobre el PP.
Pero Z. quiere imponer en Madrid el glamour por el que ahora nombra cargos, como le dijo a César Antonio Molina al destituirlo para poner a Miguel Bosé, aunque se conformó con Ángeles González Sinde.
Popularidad y glamour. Son las razones de un Zapatero todavía poco revolucionario, poco ambicioso.
Porque la fórmula invencible para ganarle a Esperanza Aguirre es deshacerse de Jiménez y Gómez, y poner a Belén Esteban y a Sara Carbonero.
Belén aportaría popularidad, “¡Yo por mi Madrí mato!”, gritaría, y Sara glamour y ser novia del héroe mitológico contemporáneo, San Casillas.
Con este dúo el primer destituído sería Z., porque ellas serían mucho más populares que él, y cuidado, PP, porque Madrid votaría al PSOE mientras estas mujeres se mantuvieran jóvenes, aunque seguramente Esperanza Aguirre se traería a Paris Hilton para abrir conventos y contrarrestarlas, y a saber cómo terminaba todo.