Vistas todas las candidatas de los partidos españoles a las elecciones de hoy, día 22, habrá observado usted que “Los votantes las prefieren rubias”, como los caballeros en la película de Howard Hawks de 1953: casi todas tienen cabelleras áureas.
“Pero eligen a las morenas”, titulaba la secuela de 1955, de Richard Sale. Claro, porque esas rubias son casi todas morenas que amarillean tiñéndose de frasco.
España tiene cuatro morenas por cada rubia y no al revés, pero las hollywoodienses candidatas españolas le llevan la contraria a la naturaleza. Imitan a Marilyn Monroe, la rubia, cuando son Jane Russell, la morena, aunque ambas eran conquistadoras.
En el PP y en el PSOE hay dos casos paradigmáticos: la pizpireta portavoz parlamentaria del primero, Soraya Sáenz de Santamaría, y la ministra socialista de Exteriores, la tan flamenza Trinidad Jiménez, ambas de piel aceitunada muy chocante con sus blondas melenas.
Las rubias del PP, desde luego, se ven más, pero porque son el 48 por ciento de los candidatos en estas elecciones. Las rubias de frasco promocionadas por Zapatero, similares a sus velinas de Vogue, son menos: sólo una de cada cuatro candidatos.
Resulta cierto lo que dijo un Rajoy, convertido en venerable anciano de la tribu por su barba blanqueada misteriosamente: “Donde el PP tiene a Cospedal, Ana Mato o a Sáez de Santamaría, el PSOE tiene a Pepiño, Marcelino Iglesias y Alonso”.
De acuerdo, pero sigue el misterio de la rubicundez de todas. ¿Debemos fiarnos de quienes ni siquiera se tiñen las cejas y se las dejan carboníferas? ¿Apelan al sex appeal por igual las rajoynianas que las feministas zapateriles?
Luego tenemos una calificación especial para las feministas antisexy, las que se ponen un rabioso y flamígero pelo caprino.
Son las miembras, diríamos miembros, del filoetarra Bildu, teñidas con roñas pelirrojas. Son abertzales tan montaraces y hostiles al agua que a cien metros denuncian su presencia gracias a su característico efluvio diaforético.
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SALAS. Le dejo estas muestras de su disolvente ingenio, de ese lugar peligroso que es su mente, como dice Sher Richardson. Obsérvelas con tranquilidad. Son de distintas épocas, pero de valor perenne, como todo lo clásico.