Políticos de pandereta y garrafón

Mira que me gusta un guachinche; mira que me gusta una conversa frente a un vinito de la casa; mira que me gusta esas ropasviejas, carnesconpapa, cartas de cartón de cigarros, cuentas a ojímetro… En fin, tantas cosas que nos ofrece el populismo gastronómico de Canarias y que, por desgracia, ya se empieza a utilizar con un significado peyorativo.

Escuchaba una de las decenas de tertulias radiofónicas de esta república de Bananarias en la que vivo, y alguien adornaba al presidente autonómico, Paulino Rivero, el de El Sauzal, con hacer una política barata, ruinita, de cuarto de aperos, de garaje reconvertido en cocina y comedor.

Otro día recalé en un articulejo de opinión de un presunto escribidor, en el que se comparaba a José Manuel, Soria el de Las Palmas, con un aguateniente, de esos que tanto explotaron a los viejos agricultores canarios y que les rapiñaba los cuartos en pipas y atarjeas.

No salía de mi asombro, ante tanta creatividad por parte de algunos opinadores de provincias cuando rescaté, al lazo, de chiripa, una feroz crítica al silencioso José Miguel Pérez, el profesor del campus de Tafira. Creo haber escuchado en un microrrelato televisivo local, de esos cuyas opiniones son cambiantes cada semana, según el viento, la marea o vaya usted a saber qué; respecto al canento docente, socialista para más señas, que en este asunto del petróleo o del piche, como ustedes quieran, era un mero intermediario platanero.

Tantos años de costumbres, de tradiciones, de tipismo, de sabor a campo honesto derramado por el suelo de polvo de cemento, de bloque visto, de herramientas caducadas colgadas en las paredes; todo eso vilipendiado para escenificar las críticas a estos políticos de medio pelo.

Saben lo que les digo, que les arriendo la ganancia, porque digo yo que alguna culpa tendremos los canarios de tener estos mandamases.