Revista Salud y Bienestar
Era un chico magrebí, uno más de cuantos componían el numeroso colectivo de norteafricanos que se habían ido afincando en aquella localidad del oeste de Madrid, con el paso de los últimos años.
Al referirme que había sentido mareos inicié la batería de pruebas que componen la exploración, que rutinariamente venimos realizando a quienes nos consultan por ese tipo de problemas. Me disponía a auscultarle, posando la campana de mi fonendoscopio sobre la parte izquierda de su torso desnudo... Justo en el momento en que el fonendo toca piel, ¿¿¿qué oigo???... ¡¡¡Dios santo!!!... ¡¡¡Parecía una canción magrebí!!!...
Retiré rápidamente el aparato -fue como si me hubiese dado un calambrazo- mientras miraba a aquél muchacho como quién se queda atónito ante un fenómeno natural...
Al muy poco, fueron milésimas de segundo, y mientras observaba que se llevaba la mano al bolsillo de su pantalón vaquero, entendí lo que había ocurrido: la casualidad quiso que justo en el momento en que debería de haber escuchado los latidos de su corazón, le llamasen por teléfono y en su móvil sonase un politono de la música característica de su país...
Fue una de esas ocasiones, entre tantas, en que cuando te quedas solo sueles pensar en lo fácil que resulta parecer idiota...