El miércoles pasado tuve una regresión en el tiempo. Un viaje alucinante, un pavoroso déja-vú, y por un instante pensé que el Tío Paco había salido de la tumba ahora que están de obras en el Valle de los Caídos.
Me estaba yo tomando unas sidrinas y su correspondiente acompañamiento en un garito del centro de Gijón (Xixón para los que aman las lenguas vernáculas) con mi mujer y una pareja amiga cuando comenzaron a resonar los redobles de tambor: ¡Pom, porropomn, pom, popom!, o incluso así: ¡Porrompompom, pom, pom, pompom!
El caso es que me asomo a una de las vidrieras y veo algo parecido a esto:
Me dije: Ya vuelve la comunión de la cruz y de la espada, aunque en este caso los milicos de turno (creo que la Legión) exhibían armas de fuego, creo que el viejísimo mauser. Tampoco estoy seguro de eso porque no he hecho la mili y yo, en materia militar estoy pez.
Pero allí andaban desfilando los curas y los militares, como antaño, con la excusa de dar un garbeo a un crucificado que maldita la gracia que le haría pasar el frío que estaba pasando.
Y yo me pregunté: ¿pero no estamos en país aconfesional e incluso laico? ¿Qué hacen los del uniforme en compañía de los de la sotana en una exhibición pública? De nuevo juntas y revueltas las dos únicas instituciones en cuyo seno no se admite réplica, ni debate, ni disensión. Las cosas son como son y punto pelota.
Y la procesión, porque de eso se trataba, por si no lo había dicho antes, era seguida por un numeroso público que se amontonaba en las aceras, gente de esa, en su mayoría, que no va a misa ni reza nunca ni marca la casilla de la Iglesia del IRPF. Pero allí estaba. Y hacía fotos y hasta parecía que gozaba viendo pasar a unos señores embozados con capuchones que se parecen a los tipejos esos de Al Qaeda que salen en los vídeos con un espadón amenazando con cortarle la cabeza a un secuestrado.
Cerraban la manifa, digo la procesión, unos señores curas que flanqueaban a un jefe militroncho de boina que probablemente era el jefe de los otros. Y digo que probablemente porque, insisto, no entiendo de galones, pero debía de ser un mandamás por la compañía que llevaba (los mandamases de la cruz) y porque no iba depechugado como los otros de la cuadrilla.
Yo no hice fotos por tres razones: la primera porque no llevaba la cámara, la segunda porque es un espectáculo demasiado visto en este país y no me gusta nada de nada, y la tercera porque me dije que para ilustrar este blog seguramente encontraría en internet cientos de fotos similares. Con otras personas, sí, con otro aire en sus participantes, también, y hasta con otros escenarios, de esos de color sepia que nos metían a grandes cucharadas en los No-Do y la televisión franquista.
Parece que no hemos avanzado nada en este país en los últimos años, o quizá sí, pero resulta que hemos vuelto a las andadas, como el asesino regresa al lugar del crimen, porque el morbo nos puede. Y lo mismo aplaudimos un giro de pato-baile de Belén Esteban que un espectáculo casposo de cruces y lanzas. Si es que, somos como las cabras, tiramos al monte, porque nos gusta triscar entre aromas de pólvora e incieso. Pero esa mezcla es altamente tóxica para la inteligencia.
(La foto moderna la tomé de la edición digital del diario El Comercio, de Asturias, y probablemente se corresponda con la misma procesión que vi yo, pues incluso puede verse al militar de la boina al fondo, aunque juraría que los capuchones eran negros. La segunda foto la tome prestada del blog http://elpardohistorico.blogspot.com)