Revista Cine

Pompeya (2014), de paul w.s. anderson. crónica de un desastre.

Publicado el 24 mayo 2014 por Miguelmalaga
POMPEYA (2014), DE PAUL W.S. ANDERSON. CRÓNICA DE UN DESASTRE.El cine llamado de romanos, vivió su época de esplendor allá por los años cincuenta, con producciones como Ben-Hur, La túnica sagrada o Quo Vadis, que, con todo lujo de medios y con los mejores directores detrás de las cámaras, eran casi vehículos de adoctrinamiento destinados a las masas. El cristianismo aparecía como la religión verdadera frente a la corrupción de Roma. Estas películas nos transmitían un pasado edulcorado en el que el bien siempre acababa triunfando por la gracia de Dios. Aunque los leones se comieran a los cristianos, estos superaban la prueba gracias a su fe. En los años noventa el género se renovó de manera contundente con la magnífica Gladiador, de Ridley Scott. Aquí, a pesar de encontrarnos ya en los tiempos del emperador Marco Aurelio, el cristianismo brillaba por su ausencia y el héroe practicaba una religión distinta, basada en el culto a los antepasados. Eran otros tiempos. Los juegos en la arena eran mostrados con un necesario hiperrealismo: había sangre, había emoción y había crueldad. A pesar de sus evidentes inexactitudes históricas, Gladiador transmitía con bastante efectividad al espectador la experiencia de lo que debía ser vivir en la antigua Roma, tarea que culminó de manera formidable la serie Roma de John Millius, dotada de una perfección histórica asombrosa. 

Por desgracia, Pompeya está lejos de recoger esta tendencia. Desde el primer momento se observa que son muchos los elementos que fallan en esta producción: la desastrosa elección de sus intérpretes, Kiefer Sutherland incluido, su vocación de espectáculo desmesurado y mal ejecutado, su falta de rigor histórico y, por encima de todo, su uso y abuso de los tópicos, hasta el punto de que el espectador sabe perfectamente cuáles van a ser las reacciones de los personajes en cada circunstancia y que es lo que va a suceder a continuación (salvo el final de los dos protagonistas, tan sorprendente como risible). Hay momentos en Pompeya que parecen haber sido escritos por los guionistas de Los Simpson para parodiar el cine de romanos, situaciones tan manidas y de resolución tan previsible que causan vergüenza ajena. Nada funciona como es debido en esta producción, que presenta a los romanos como unos seres malos y corruptos por naturaleza, unos opresores contra los que luchan paladines de la libertad como Milo, por lo que el estallido del volcán no puede ser otra cosa que un justo castigo contra tanta maldad. Ni siquiera las luchas de gladiadores estan rodadas con oficio, hasta el punto de que ni siquiera se muestra la más mínima gota de sangre en las mismas.
La película del director de Horizonte final (ésta sí, una producción de culto, que marcó el punto culminante de una carrera por lo demás irrelevante), no es más que un intento indigesto de mezclar Titanic, Gladiator, Braveheart e incluso El hombre que susurraba a los caballos en una sola producción, dando un resultado tan desastroso como la misma erupción del Vesubio. La trama de Pompeya no es más que una justificación para mostrar, en su última media hora, unos correctos efectos especiales para ser visionados con las correspondientes gafas 3D. Pero hasta esto resulta aburrido, como si fuera un castillo de fuegos artificiales que no termina nunca. Decisión injustificable la de retomar el clásico de Edward Bulwer Lytton para presentar tan pobres resultados. Un desastre en toda regla que quizá sirva para aumentar algo el turismo en el parque arqueológico de Pompeya que también, según he leído últimamente en la prensa, está gestionada desastrosamente en estos tiempos.  

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