Aunque no conozco (ni quiero) toda la filmografía de Paul W. S. Anderson he visto lo suficiente para considerarlo un "hacedor de bodrios" y, por ello, no me apetecía mucho ir a ver su última película. La verdad es que el tráiler no auguraba nada bueno y, como pasa muchas veces, las previsiones se han cumplido.
En los días anteriores a la erupción del Vesubio, la ciudad de Pompeya, ajena a la destrucción que se avecina, se prepara para disfrutar de sus juegos mientras Milo (Kit Harington) un gladiador recién llegado a la ciudad, se enamora de la noble Casia (Emily Browning). Lo primero que he pensado mientras veía Pompeya, es si Paul W. S. Anderson le habrá pagado algo a Ridley Scott en concepto de derechos de autor porque el personaje de Milo es clavado al de Máximo Décimo Meridio (Gladiator). Y no sólo el personaje, hay escenas de lucha casi calcadas, diálogos muy similares, el mejor amigo de Milo también es de origen africano...Podríamos llamarlo inspiración, homenaje o, simplemente, copia descarada, pero la realidad es que hay muchas semejanzas entre una película y otra. Lo malo es que hay muchas cosas que Pompeya no tiene en relación con Gladiator (que sin ser una obra maestra, le da mil vueltas). Para empezar, le faltan personajes con carisma porque los buenos son un coñazo, los malos son rídiculos y los secundarios pasaban por allí. La historia no tiene interés y es predecible y, a pesar de ser una película relativamente corta, se hace pesada porque no termina de enganchar en ningún momento. Básicamente, estás deseando que el Vesubio empiece a hacer de las suyas para ver algo de movimiento porque el único interés que tiene esta cinta es precisamente ese, la parte final en la que el volcán entra en erupción.
Por resumir, Pompeya es un Gladiator meets Volcano aderazada con mucho uso de ordenador y una tendencia a los planos aéreos de lo más mareante. No aporta nada nuevo, ni al cine histórico ni al de catástrofes y se suma a la lista de blockbusters para usar y tirar que pretenden suplir con efectos especiales sus grandes carencias.