Llevaba así ya varias semanas, siempre eran sus amigas las pretendidas por los amigos y los compañeros de curso. ¿Por qué ella no? Elena no encontraba explicación alguna a este fenómeno. Afortunadamente, —decía para sí—, parecía que esta vez todo iba a suceder de manera muy diferente. Esa tarde en la cafetería de siempre junto a su amiga Carola, —en su opinión algo feíta, la pobre—, seguro, seguro, que las aguas volvían a su cauce. Por fin iba a suceder, pensaba, lo que tantas noches soñaba. Y sí, es posible que tal deseo se cumpla porque, ¡ahivá!, Alfredo, el chico que tanto le gusta las está mirando, se ha levantado de la mesa donde estaba sentado con otros amigos suyos y viene hacia ellas. ¡Uff, qué satisfacción tan grande vivir de manera anticipada en la imaginación el inminente y dulce encuentro!
—Carola, me encantaría verte mañana sábado en el Four Roses. Celebro mi cumpleaños y estoy invitando a unas pocas personas muy bien elegidas— le dice Alfredo a Carola con esa aterciopelada voz suya que arrulla y enamora—. Pásate por ahí a eso de las 8 de la tarde, porfi. Lo pasaremos bien.
Cuando Elena escucha las palabras de Alfredo, además de empalidecer siente que el cohete de emoción que hacía sólo un momento subía y subía en su interior ha perdido fuelle de repente y la explosión de chiribitas y luces de colores esperada se ha transformado en fétido humo espeso surgido tras voltear sobre sí mismo el volador y precipitarse al suelo con silencioso estrépito. Por si esto no hubiera sido suficiente, Alfredo, el chico de sus sueños, el muchacho que ella creía también se dirigiría a ella para invitarla a su fiesta de cumpleaños, «¡este año sí, ya verás como sí!» —pensaba los últimos días—, no sólo no lo ha hecho, sino que el pibe sin cortarse un pelo le dice también a Francina, la compañera de clase más amiga de Eli, que no olvide la fiesta de mañana sábado a las 8 de la tarde en la disco “Four roses”.
«¿Sería ella una chica fea, desagradable, una cría aún y por eso no gustaba a ningún chico?». Esta y otras ideas negativas se hacen fuertes en su cabecita mientras Alfredo el guapo se aleja sin siquiera mirarla. Elena Intenta no pensar, desea que sus pensamientos se desvanezcan, sí, eso quiere hacer, no quiere rallarse. «Si no me invita a su cumpleaños, pues que le den, no te jode». Sin ser consciente de ello, mientras este sentimiento se iba haciendo un sitio en su mollera, la muchacha despreciada se fija en Chimo. Joaquín, para todos Chimo, es un chico madrileño que hacía pocos días que se había adobado a la pandilla de chavales que todos los viernes por la tarde quedan en esa cafetería para tomar algo, echar unas risas y preparar el finde. Chimo es de toda la panda quizás el único madrileño de nacimiento, y aunque algo bajito, se ha ganado un puesto en el grupo gracias a su arrolladora simpatía. A ninguna de las chicas le atraía, que se sepa, pero es tal su salero y sabe contar las anécdotas con tal gracia que siempre se halla rodeado de ellas.
La tarde del viernes va pasando como de habitual, entre risas, algún que otro roce tierno entre quienes ya son pareja, y hoy en media docena de ellos con la felicidad de saberse los elegidos de Fredy, el chico más admirado de la pandilla. ¿Todos están felices? No, claro, todos no.
—Chimo, ¿mañana vas al cumpleaños de Alfredo? —le pregunta Elena intentando transmitir una indiferencia que no es tal.
—No, a mí no me ha invitado. Y eso que en clase me siento cerca de él y siempre que puedo lo ayudo con las tareas —responde Joaquín a esta chica por quien bebe los vientos. Aunque ella lo ignore, es la única razón por la que desde hace varias semanas se ha acercado a la pandilla—. ¿Y a ti?
Por el silencio y el movimiento negativo de cabeza que da por respuesta Eli, el chico conoce que ellos dos son algunos de los que no han recibido la visita personal de Alfredo, aquellos que no irán mañana al Four Roses.
Chimo, cual felino gatuno, ronronea junto a Elena y, movido por su natural optimismo, le dice que no esté triste, que tenga confianza en él, que él hará lo posible para que ella sea feliz. Elena no sabe a qué se refiere este chico simpático y bajito con estas cariñosas palabras.
—Como tú digas, Chimo, no sé qué quieres decir, pero vale.
No sólo Joaquín es siempre bien acogido por el grupo de las chicas, también los chicos lo aprecian porque es gracioso, simpático, enrollado y además porque, por presencia y envergadura física, para ellos no supone competencia alguna. Los findes son para los miembros de la cuadrilla una suerte de fiesta en la que gustan de conquistar chicas, enamorarlas y si se ponen a tiro ejecutar la suerte suprema como auténticos matadores que creen ser. Chimo queda al margen de esta contienda, para los chicos sólo es un bufón, un payasete que los hace reír, nada más.
Alfredo ha invitado a su cumpleaños a seis personas, tres chicos y tres chicas. Su afán depredador se conforma con que una de las tres jóvenes elegidas caiga en sus garras, pero ignora si la fiesta que dará al día siguiente en el Four Roses concluirá de manera exitosa para él. No sabe de la facilidad o dificultad de las tres invitadas. Es por eso que Joaquín, astuto como no hay otro, fija su mirada en dos de las muchachas que no han recibido la buena nueva de Fredy: Aurora y Esperanza. La primera es alta, con unas piernas espectaculares que la chica, poco agraciada de cara, luce siempre que puede. Chimo habla con ella y le pide que si Fredy se acerca a ella y le dice algo sobre lo bonitas que son sus piernas, «seguro que te lo dirá pues la minifalda tan cortita que llevas esta tarde es de infarto, chiquilla», le diga que la ropa se la ha prestado su amiga Elena, una chavala con unas piernas preciosas. «Es una broma, Aurita, que quiero gastarle a Alfredo. Ya verás lo que nos vamos a reír», le dice Chimo a Aurora tras separarse de ella y haber recibido su plácet.
Por su parte, Esperanza, sin duda alguna la chica más lista del grupo, acuerda con Chimo memorizar y recitar en voz alta a la menor ocasión algunos versos de los escritos en el papel que Joaquín le entrega. Le pide que especialmente se fije y escoja los tres finales del primero de los dos sonetos que figuran en él y que dicen así: “creer que un cielo en un infierno cabe, / dar la vida y el alma a un desengaño; / esto es amor, quien lo probó lo sabe”. Cuando Alfredo se acerque o esté próximo a donde ella se encuentra ahora, según lo convenido Esperanza los recitará de esa manera que tan bien sabe hacer. Si Fredy se interesa por su sentido —«que se interesará, ya lo verás»— pensando, con lo pagado que está de sí mismo, que es una indirecta que le está lanzando, Espe le dirá que los versos no son suyos ni de ningún autor más o menos conocido, sino que son obra de Elena. «Nos reiremos como nunca, Espe, ya verás cómo sí», concluye Joaquín.
Por último en otro aparte Chimo habla con Lolo, amigo desde la infancia de Elena, al que entrega un papel idéntico al que le ha dado a Esperanza. En este caso le pide que memorice el segundo poema y que, cuando Alfredo pase cerca de donde él se encuentre, lo recite y se asegure de que lo escucha con claridad sobre todo los tres últimos versos de ese soneto, o sea aquellos que dicen: ”consentir que le aparte la camisa‚ / hallarlo limpio y encajarlo justo: / esto es amor y lo demás es risa”. Cuando tras haberlos oído, Alfredo los elogie, Lolo le dirá que Elena y él los compusieron juntos un día que se enrollaron.
Todo ocurrió tal cual Joaquín lo había ideado. Especial fue el asombro experimentado por Fredy por el sentido contenido en el poema que Lolo con enorme gracia declamó:
—¿Sí. Os enrollasteis, Elena y tú? —le preguntó Fredy con sorpresa
— Sí, Fredy, nos enrollamos.
—¿Mucho?
—Pero que mucho, mucho.
De resultas de todo lo anterior, Alfredo vino a entender que si de verdad quería triunfar al día siguiente Elena tenía pinta de ser plaza segura donde torear. Extendió la vista a su alrededor y como la viera hablando con Joaquín decidió utilizarlo de embajador. Pidió a Chimo consejo sobre cómo hacer para que la ofendida Elena acudiese a su fiesta de cumpleaños. Se sentía inseguro, pues era consciente de los grandes desprecios que le había hecho.
—Acércate hasta ella y proponle que asista —le dijo Chimo al engreído Alfredo.
—Pero pienso que estará enfadada conmigo por no haberlo hecho antes.
—Tú prueba. Si te rechaza nada habrás perdido, ¿no te parece?
Ser plato de segunda mesa de Alfredo era lo último que deseaba Elena, y mucho menos habiendo sido testigo privilegiada de los tres trampantojos que Joaquín le había tendido a éste. Como no podía ser de otro modo, Elena se percató de que en Chimo, el madrileño bajito y gracioso, se escondía un chico muy inteligente, nada engreído, que había demostrado ser más que un excelente amigo y compañero, pues, como comprobaría en los días y semanas siguientes, sintiéndose atraído por ella se había esforzado, si bien con astucia gatuna, por que el gili de Fredy pusiese sus ojos en ella, aun a riesgo de perderla él para siempre.
El grandote arrogante demostró ser zafio, torpe y como los malos toreros recibió un costalazo tremendo; por contra el pequeño, humilde y sincero, con astucia, inteligencia y sinuosidad felinas supo aguardar a que la caza acudiese voluntariamente hasta él. ¿Cuál de los dos se calzó realmente las botas?