La vida apenas deja resquicios, pero siempre depara un bonus track, una bola extra, un "tate quieto ya", así que los Pink Floyd, gente más o menos psicodélica, más pallá que pacá, no olvidan. Firman un nuevo contrato y se sacan de la manga las tomas falsas de su discografía en mil formatos, mil, pa sacar los cuartos al personal melómano. Pronto inventarán la sinfonía tridimensional, ya que la euforia de la quadrophenia se fue al traste, por no decir al carajo.
A finales de septiembre, dios menguante, el rock cósmico revisitado será remasterizado, no, espérate, y el oyente podrá experimentar una audición más profunda, un puntazo, unos leuros, nuevos libretos e ilustraciones a todo color, un póster desplegable del futuro, películas sobre la cara oculta de la luna y el "aquí me tienes, Syd Barret, dispara", en perfecta sintonía con el rollo digitalizado. Catorce álbumes de cromos sonoros, algunos de ellos con su disco de propina, locura total del crazy diamond, y una grabación del wish you were here con Stephane Grappeli a los violines, y el muro de luxe, y la leche en vinagre.