Pongamos que…

Pongamos que es usted un ciudadano español medio, de los que tienen una nómina que le da para vivir (que ya es bastante teniendo en cuenta los tiempos que corren).

Pongamos que lleva usted toda su vida laboral pagando impuestos (que es lo que suelen hacer los ciudadanos españoles medios), incluyendo su seguridad social, claro está.

Pongamos que usted, ciudadano español medio, tiene alrededor de 50 años, es mujer y a lo largo de su vida y excepto alguna que otra ‘cosilla’ como algún embarazo, no ha tenido afortunadamente que tirar del sistema nacional de salud.

Pongamos que, de pronto, como suelen suceder estas cosas, le diagnostican una pérdida de visión en un ojo que requiere de una operación urgente que, dadas las listas de espera y los recortes sanitarios, no pueden hacerle sino a medio plazo, a pesar de que ello pueda suponer quedarse ciego del ojo en cuestión.

Pongamos que, unos años después, y teniendo usted que haberse pagado una carísima operación pidiendo dinero prestado para poder conservar la vista en una clínica privada, le diagnostican un problema que requeriría una consulta prioritaria y una operación urgente.

Pongamos que, en el mejor de los escenarios, la operación (aunque la situación podría estar empeorando día a día) no se plantea antes de dos meses.

Pongamos que todo eso pasa a unas semanas de unas elecciones generales en las que los partidos, los que han gobernado en, digamos los últimos 20 años y han contribuido a que la situación sanitaria esté donde está, le piden el voto prometiéndole un drástico cambio en la situación (como por otra parte han prometido cada cuatro años desde hace veinte).

Pongamos que lo pillan a usted en un buen día y les dice, con delicadeza, que nunca mais, que ni de coña, que ni jarto de grifa coge una papeleta cuyo logo sea rojo, azul o similar. Eso si lo pillan a usted en un buen día, en uno malo es usted dueño de hacer, sin caer en la violencia, lo que quiera.