Una madre, en estas fiestas del solsticio de profusión de comilonas y regalos, me dice: “Le he puesto un móvil a la niña” (sic!)
En castellano, los juguetes en la Epifanía “los ponen” los Reyes. También los “traen”. Pero, como ya hemos explicado que los Reyes son los papás, los papás los “ponen”.
Mantener la comunicación con los hijos a distancia mediante un artilugio telefónico parece un deseo legítimo para unos padres responsables. A partir del momento que las tecnologías lo hacen posible, resulta además razonablemente barato. Y, a la vez, los niños pueden aprovechar el medio para comunicarse también con otros, especialmente compañeros y coetáneos.
Por otro lado ya se han constado los posibles efectos perniciosos que acompañan a todas las nuevas tecnologías, especialmente la adición por uso incontrolado y un costo desmesurado si no se limita, así como el acceso a comunicaciones consideradas no aptas o perniciosas para menores.
El caso es que los teléfonos móviles están ahí y van a quedarse. De manera que lo importante es adaptar su uso a los menores y extraer de ello las ventajas evitando los inconvenientes de forma racional.
Un teléfono móvil con conexión a los sistemas universales de geolocalización (GPS) permite, además y si el niño lo lleva consigo, localizar dónde esta o dónde se encuentra en cualquier momento. Esa utilidad tendría su máxima aplicación en circunstancias más o menos extraordinarias como catástrofes, accidentes o pérdidas.
Para esto existe, sin embargo, otras aplicaciones tecnológicas como nos presenta un reciente artículo de la revista The Economist, a la vez que plantea algunas cuestiones sobre la privacidad. Nadie va a querer equiparar a sus hijos con los animales domésticos con su chip, pero, se insiste, el uso de localizadores implantados continúa siendo una materia de la literatura y el cine de ciencia ficción.
En cualquier caso, entendemos que aprovechar los nuevos recursos tecnológicos merce una consideración pausada. Un análisis cuidadoso de efectos beneficios y ventajas en frente a los inconvenientes y, en todo momento, plantearse si son racionalmente necesarios para los efectos deseados.
Y, desde luego, entendemos que si la aplicación de un chisme puede en algún momento salvar la vida de un niño, vamos a colocarlos en el mismo sitio que todas las otras metodologías del ámbito de la prevención: desde la vacuna de la viruela, ya abandonada, hasta los asientos de seguridad en los automóviles.
Mas vale prevenir…
X. Allué (Editor)