Revista Literatura

Pont des Arts

Por Martindealva

El cielo cubierto de una deliciosa escala de grises dibujan ancestrales figuras imperfectas, musas de pintores y artistas que han dejado huella imborrable en la historia de esta ciudad. El frío de su acero azul refuerza la expresión del caudal que abastece sus pilares, rememorando antiguas glorias pasadas, paso de mercaderes y de fieles provenientes de lugares recónditos camino de la Isla de la Ciudad, llamados por el constante repicar de Emmanuel quien asediado por las Quimeras, es aderezado por la penetrante y grave voz de Françoise. Peregrinos en busca del perdón, caminantes deseosos de inmortalizar a través de sus pupilas cada uno de sus rincones, sus parajes, sus árboles retozando en la suave brisa del Seine. Recordando aquel inolvidable paseo de mi juventud por la puerta de Notre Damme dejando atrás la Saint Chapelle, aquella pasión que recorrió mis venas consiguiendo que mi alma retomara parte de sí… ahí me encuentro yo, a punto de cruzar el Pont des Arts, dispuesto a reecontrarme con aquella parte que perdí.

Pont des Arts

Pintores, músicos, malabaristas, mimos, funambulistas y demás seguidores de todas las artes esparcidos estratégicamente por el puente, como si de piezas de ajedrez se trataran, hacen que el continuo caminar por los maderos que sujetan su frío esqueleto se convierta en el más sutil de los bailes. Ahí la vi, junto a aquel saxofón que ahoga en mis entrañas el máximo sentir de mis latidos, bombeando cada gota de mi sangre como si fuese la última vez que recorriera mis venas. La brisa sopla enredando sutilmente sus cabellos de sable, su mirada perdida en el infinito gris del cielo, inmersa en los tonos que con tanta pasión salen de su pecho, dibujan etéreas formas con la luz que desprende allá donde repara. Acechando por su espalda para percibir sus propios sentidos, me aproximo para sentir su aliento resonando en el eterno espacio que nos rodea convirtiéndonos en únicos en ese efímero instante en que nuestras miradas se cruzan y desean. Marie, su nombre cayó en el pozo de mis deseos mientras mis oídos aún se deleitaban con cada uno de sus sonidos. Nuestra conciencia eliminó lo aparente, permitiéndonos comprobar que el continuo disminuyó su marcha, para eternizar ese cálido susurro que arrancó de mi piel las tiras de la más tierna de mis sonrisas. Sus pupilas encogieron a gran velocidad, centrando aquello que deseaba observar, mis labios. Su sangre acompasaba la música que corría por sus venas acelerando irremediablemente la respiración, tornándose intensa y profunda, dificultando así su verbo. Mis ojos fascinados por la belleza de su alma recorrió cada milímetro de su figura, sin dejar una sólo trazo sin atisbar, mi voto de silencio era lo único cabal que podía ofrendar a aquella dama quien, doncella o no, no dejaba de serlo para mi, pues nunca antes nuestros faroles se cruzaron para iluminar nuestra marcha en el camino del deseo.

Sin mediar apenas palabra, con un tímido gesto del pedestal de mi testa, nos dispusimos a emprender la marcha para compartir aquella mañana del segundo sábado de marzo. Con el cielo sobre nuestras cabezas, el firme bajo nuestros pies y acompañados de esa melodiosa música que acompaña nuestros corazones, nos dirigimos sin rumbo fijo dispuestos a conocer todos nuestros secretos, a presentarnos ante la magia que esconden las callejuelas de París y dejarnos llevar por la inmensa Pasión deseosa de explotar en nuestro interior.

Nuestras manos se enfrentaron en una trágica caricia que acalló por un instante nuestras voces, una tierna sonrisa se intuía en su rostro al reconocerse en ese inocente movimiento abandonado al libre albedrío. Con una ternura casi milagrosa se llevó su índice a su boca mientras su mirada se perdía bajo nuestros pies. El taconeo de nuestros zapatos resonaba en el firme del puente obviándose entre los susurros, murmullos, música y gritos de los niños que juegan alegres recorriendo de punta a punta las orillas del río. Decidimos salirnos del camino trazado sonrientes como dos colegiales y pasear por la orilla sur de las aguas que fluyen por el corazón de Paris. Cogidos de la mano, sin importar el resto del mundo, llegamos al el inicio del puente y bajamos hasta situarnos junto al frágil oleaje que nos regala el paso de las barcazas. La cortante brisa del Seine escaldaba nuestras mejillas con tanta precisión que flagelaba el cuero de nuestros rostros con cada bocanada que se aproxima desde el Alba. Sentados junto a las plácidas aguas del río oscurecidas por el reflejo de la techumbre que nos cubre, reclinando tímidamente nuestros cuerpos hacia atrás con el codo como único sustento de nuestro equilibro, sintiendo cómo nuestros cabellos de sable víctimas del libre albedrío alborotan nuestro espacio visible procurando una estampa inolvidablemente tentadora. El frágil cristalino de nuestras pupilas embriagados por la pasión y los misterios de ese mágico momento se embarcan en una batalla para conquistar el alma ajeno, atravesando barreras, idiomas, pensamientos , espacios, prejuicios y el pudor de la escasez del tiempo pasado que nuestros sentidos se percibieron por primera vez. Ambas compañías tumbabas ancha y plácidamente sobre la hierba, disfrutando de las gélidas aguas que bañan nuestros pies, abrigados por los espesos juncos, ajenos a todo lo que pudiera enturbiar el momento, nuestro momento, los susurros se ahogan en silencios ocupados en el pensamiento de una simple llama que cobija nuestros anhelos.

Pont des Arts

Reclinándome ante ti, mi mano irrumpe por sorpresa en la tersa piel de tu mejilla, tus pupilas encogen, tu respiración se acelera, tu pecho engrandece por el repentino bombeo explosivo de ardor, ahogo de palabras y gestos deseosos de aflorar en la más placentera de mis caricias. Mis labios enrojecidos de pasión se acercan lentamente a esas suaves líneas dibujadas con tanta Gracia bajo tu mirada, para saborear con suma delicadeza los besos que me ofrendas entre los algodones del cielo. Escucho el gemido de tu pecho que se ofrece a mis cálidos deseos de saborear tus vástagos que afloran en esta atípica época del año, mordisqueando como fiel sumiso absorto en tu único apetito de ser poseída por este misterioso desconocido. Tus manos recobran vida para sumergirse bajo los botones de mi camisa, aprendiendo y reconociendo los rincones que te ofrece mi humilde cuerpo forjado por el duro trabajo que me acecha el día a día. El candor de mi pecho busca el tuyo en un irremediable y eufórico abrazo en el que nos fundimos en un único ser, una sola mente que baila y piensa de forma unitaria, siempre al compás de este bello Tango que nos hace deslizar a lo largo y ancho de nuestra vasta piel.

Ardo de deseo de sentir tu piel en mi piel, tu boca en mi boca y tu cuerpo sobre el mío con un movimiernto rítmico y acompasado al son de una música solo oída por nosotros que inventaré para ese encuentro. Le pediré al sol que me bañe con su calor, y a la luna con su frialdad para poder envolverte. Dame el miembro que no descanse, húndelo dentro de mi y permanece quieto un momento rebosante de ti, poséeme entera hasta que no haya un solo resquicio de mi sexo que no sea tuyo.

Embisto tus caderas al ritmo de esa música, haciéndote gemir en cada movimiento de placer.
Ven, acércate, ofrenda tu cuello a mis labios… permíte que me deslice hasta el canal de tus pechos para lamer los oscuros brotes que me esperan a media asta.

Ven, deslízate por mi pecho, acaricia mi alma hasta llegar a mi bandera para medirla con tus labios, saboréalo y extrae de mi ese néctar que tanto anhelas.

Ven, déjame que vea cómo se abren los pétalos de la flor de tu jardín que con tanta delicadeza aguarda mi espada aún envainada, mis labios acechan al encuentro para saborear el dulce licor que con tanta delicadeza has destilado para mi.

Lamo y bebo de tu sexo absorbiendo cada gota de ti, y como a golpe de mallete te estremeces con cada paso de mi sinhueso. Mi daga deseosa de poseerte busca al compás su propio placer… mi boca recuerdan el sabroso camino hacia tu cuello para poder embestirte una y otra vez con firmeza y dulzura… mientras mis ojos se quedan clavados en los tuyos.

Acaríciate ahí donde no alcanza mi miembro, acércate, tócate… acompáñame en este intenso Tango que con tanta delicadeza compongo para ti en el pentagrama de tu piel, encoge tu alma inmersa en este sumo placer, bailemos para alcanzar el tono más alto de esta sublime danza… juntos, a la par, de la mano… dentro de ti.

Mi ávido cuerpo estremeciéndose entre tus etéreas caricias se sumerge en el pozo de tus deseos, mientras tu compañía disfruta de los eternos espasmos de placer que esta sentida mañana te otorga el placer de ser mía, amante infiel de los votos que una vez firmamos ante el Ara del amor.

Mi conciencia tornó a su estado de vigilia. Con un sencillo gesto invitamos al tiempo a acompañarnos en un dulce paseo en busca de algún lugar donde poder tomar algo caliente en esta fría mañana de Febrero. París, dos extraños desconocidos, una fantasía, una compañía, una pasión incontrolada, y un deseo por cumplir. Sonrisas, miradas furtivas, pequeños y sutiles bocados de los dedos, cabellos que ocultan parcialmente el sonrojo de los carrillos.

Palabras, sonrisas, gestos, miradas, voces que acompañan nuestra particular melodía seguida por las cuerdas de los violines que acosan nuestra intimidad tan ansiada.

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