Revista Cultura y Ocio

Pontypool: música de ascensor para un genocidio

Publicado el 21 septiembre 2013 por Juan Pablo
Alerta spoiler
Pontypool: música de ascensor para un genocidio
Revisar el género al que pueda pertenecer Pontypool es muy importante para decir algo sobre ella.  El género zombie surge a primera vista, pero esto no es preciso.  Pontypool pertenece a un subgénero, bien pequeño, de películas sobre la paranoia norteamericana, que se materializa en criaturas como los zombies, pero que está más cerca de esos jóvenes que entran a los tiros a una escuela norteamericana que a los pútridos diletantes de carne humana.  The crazies, de George Romero, es la primera.
Toda la historia transcurre en un sótano, donde un hombre y dos mujeres dirigen un programa de radio en un pequeño pueblo de Canadá. Ya con estos elementos, una radio, un sótano claustrofóbico y un pequeño pueblo de provincias, están todas las cartas para el exceso paranoico. La paranoia no sólo es norteamericana, porque está asociada a algo tan masivo como son los medios de comunicación y a las desventajas que ellos traen aparejadas junto a sus ventajas: la inmediatez de la comunicación y la incertidumbre de la realidad de lo comunicado.  En Pontypool el medio de transmisión del virus es el medio de comunicación más esencial: el lenguaje humano.  El virus pasa a través de ciertas palabras, o más bien a través de ciertos significados; el problema es que no se sabe cuáles son estos significados peligrosos.  Tal es así que cuando el protagonista quiere usar la radio para comunicar cuál es el problema el científico (siempre hay un personaje así que nos ilumina) le dice: “esperemos que lo que usted difunda no destruya su Mundo”.  No por casualidad, en países de Latinoamérica donde los mass media se han convertido en el principal campo de batalla político, surge una preocupación por los significados y por la comunicación que se ha tornado en una especie de macartismo semiótico.  Por eso nos interesa esta película: si bien presenta un giro inverosímil en el argumento, no deja de ser un giro ya dado de algún modo en la realidad, en nuestros tiempos.  Basta agregar el elemento que falta, la cura de la enfermedad que, en la película, coincide con radicalizar a Goebbels: se debe matar la palabra que te está infectando y esto se hace repitiendo la palabra hasta que pierda el sentido.
Pontypool: música de ascensor para un genocidio


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