En seguida fue la venida de los mensajeros de Hun Camé y Vucub Camé.
-Partid, id y llamad a Hun Hunahpú y Vucub Hunahpú.-Les dijeron.-“Venid con nosotros” Les diréis “Dicen los señores que vengáis” Que vengan aquí a jugar a la pelota con nosotros, para que con ellos se alegren nuestras caras, porque verdaderamente nos causan admiración. Así, pues, que vengan.-Dijeron los señores.-Y que traigan sus instrumentos de juego, sus anillos, sus guantes, y que traigan también sus pelotas de hule. “Venid pronto” Les diréis.-Eso fue ordenado a los mensajeros.
Y estos mensajeros eran búhos: Chayi Tucur, Huracán Tucur, Caquix Tucur y Holom Tucur. Así se llamaban los mensajeros de Xib’alb’a. Chayi Tucur era veloz como una flecha; Huracán Tucur tenía hermosas alas y solamente una pierna; Caquix Tucur tenía la espalda roja de fuego, y Holom Tucur tenía cabeza y alas, pero no tenía cuerpo ni piernas. Los cuatro mensajeros tenían la dignidad de Ahpop Achih. Salieron de Xib’alb’a y llegaron rápidamente, llevando su mensaje, al patio donde estaban jugando a la pelota Hun Hunahpú y Vucub Hunahpú, en el patio de juego que se llamaba Nim Xob Carchah. Los búhos mensajeros se dirigieron al recinto y presentaron su mensaje, precisamente en el orden en que se lo dieron Hun Camé, Vucub Camé, Ahalpuh, Ahalganá, Chamiabac, Chamiaholom, Xiquiripat, Cuchumaquic, Ahalmez, Ahaltocob, Xic y Patán, que así se llamaban los señores que enviaban su recado por medio de los búhos.
-¿Es bien seguro que los señores Hun Camé y Vucub Camé han hablado así? ¿Será cierto que debemos acompañaros?-Exclamaron los hermanos jugaroes, a lo que los mensajeros contestaron:
-Han dicho los señores que debéis traer todos los instrumentos con los que jugáis.
-Está bien.-Dijeron los muchachos.-Esperadnos primero un momento, vamos a despedirnos de nuestra madre. Tomaron, pues, el camino de su casa y hablaron a su madre, porque su padre ya había muerto hacía mucho.-He aquí que nos vamos, señora madre; pero nuestro viaje será en vano. Los mensajeros han venido a buscarnos e insisten en que vayamos. Pero quedará un testigo de nuestra existencia, esta pelota de goma.-Y de inmediato fueron a depositar esa pelota amarrada en el desván de la casa, y avisaron a sus hijos Hun Batz y Hun Chovén y les dijeron:-Vosotros entreteneos en tocar vuestras flautas y cantar, en pintar y escribir y hacer esculturas, y cuidad de la casa y consolad el espíritu de vuestra abuela.-Así les dijeron a Hun Batz y a Hun Chovén. Al momento de despedirse de su madre, la emoción se apoderó de Ixmucané y le brotaron las lágrimas.-No hay motivo para afligirse, partimos pero no estamos todavía muertos.-Le dijeron a la abuela que era su madre.
En seguida se fueron Hun Hunahpú y Vucub Hunahpú, y los mensajeros iban delante y los llevaban por el camino. Así fueron bajando hacia Xib’alb’a, por unas escaleras muy empinadas. Descendieron hasta que llegaron a la orilla de un río que corría rápidamente entre los barrancos llamados Nu zivan cul y Cuzivan, y pasaron por ellos. Luego atravesaron un río hirviente que corre entre jícaros espinosos. Los jícaros eran innumerables, pero ellos pasaron por encima sin lastimarse.
Después llegaron a la orilla de un río de sangre y lo cruzaron sin beber su caudal; y llegaron a otro río que no llevaba más que agua, y no fueron vencidos por estas pruebas. Siguieron adelante hasta que alcanzaron el paraje donde se juntaban cuatro caminos y allí sí fueron vencidos, en el cruce de los cuatro caminos. De estos cuatro caminos, uno era rojo, otro negro, otro blanco y otro amarillo. Y el camino negro les habló de esta manera:
-Yo soy el que debéis tomar porque yo soy el camino del señor.-Y allí fue donde cayeron en la trampa. Se pusieron en marcha por el camino de Xib’alb’a, y cuando llegaron a la sala del consejo de los señores de Xib’alb’a, ya habían perdido la partida.
Ahora bien, los que estaban allí sentados eran solamente muñecos, hechos de madera labrada, arreglados por los de Xib’alb’a. Fue a ellos a los que saludaron primero: -¿Salud, Hun Camé? ¿Salud, Vucub Camé?-Dijeron a los muñecos de palo. Pero éstos no les respondieron. Al punto soltaron la carcajada los gobernantes de Xib’alb’a, y todos los demás señores se pusieron a reír ruidosamente, porque sentían que ya los habían derrotado, que habían vencido con ese engaño a Hun Hunahpú y Vucub Hunahpú, y luego hablaron Hun Camé y Vucub Camé:
-Muy bien. Ya estáis aquí. Mañana preparad la máscara, vuestros brazaletes y vuestros guantes. Mientras, sentaos en nuestros bancos.-Les dijeron, pero los bancos que les ofrecían eran de piedra ardiente y en los bancos se quemaron. Se pusieron a dar vueltas, a brincar en los asientos, pero no se aliviaron, y se levantaron las carnes chamuscadas. Los de Xib’alb’a se echaron a reír de nuevo, se morían de risa, se criaba la culebra de la risa en sus corazones, en sus sangres, en sus huesos, reían todos los señores de Xib’alb’a.-Idos ahora a aquella casa, allí se os llevará vuestra astilla de ocote y vuestro cigarro y allí dormiréis.-Ordenaron a los hermanos.
Enseguida llegaron a la Casa Oscura. No había nada más que tinieblas en el interior de la casa. Mientras tanto, los señores de Xib’alb’a discutían lo que debían hacer: -Sacrifiquémoslos mañana, que mueran lo más pronto posible, porque su juego nos ha turbado e inquietado. Que sus instrumentos nos sirvan a nosotros para jugar.-Dijeron entre sí los señores de Xib’alb’a.
Hun Hunahpú y Vucub Hunahpú entraron en la Casa Oscura. Allí fueron a darles su ocote, un solo ocote encendido que les mandaban Hun Camé y Vucub Camé, junto con un cigarro para cada uno, encendido también, que les mandaban los señores. Se hallaban en cuclillas en la oscuridad cuando llegaron loss portadores del ocote y los cigarros. Al entrar, el ocote alumbraba vívidamente.
-“Que enciendan su ocote y sus cigarros cada uno, y que ardan toda la noche, que vengan a devolverlos al amanecer, pero que no los consuman, sino que los entreguen enteros”. Esto es lo que mandan los señores que os digamos.-Así les dijeron. Así fueron vencidos Hun Hunahpú y Vucub Hunahpú, su ocote se acabó y asimismo se consumieron los cigarros que les habían dado.
Los tormentos de Xib’alb’a eran numerosos, eran pruebas de muchas clases: El primero era la Casa Oscura, Quequma-ha, donde sólo había tinieblas. El segundo era la Casa del Frío, Xululim-ha, donde soplaba un viento helado. El tercero era la Casa de los Jaguares, Balami-ha, así llamada, en la cual no había más que jaguares que se revolvían y se amontonaban con aspecto feroz, atacándose con los colmillos, y gruñían y se mofaban, los jaguares estaban encerrados dentro de la casa. Zotzi-ha, la Casa de los Murciélagos, era el nombre del cuarto lugar de tormento. Dentro de esta casa no había más que murciélagos que chillaban, gritaban y revoloteaban en el interior. Los murciélagos estaban encerrados en la casa y no podían salir. El quinto lugar se llamaba la Casa de las Navajas, Chayin-ha, dentro de la cual había infinidad de navajas cortantes y afiladas, algunas quietas, algunas rechinando al frotar las unas con las otras.
Muchos eran los lugares de padecimiento de Xib’alb’a, pero no entraron en ellos Hun Hunahpú y Vucub Hunahpú, únicamente los mencionamos ahora.
Cuando Hun Hunahpú y Vucub Hunahpú llegaron ante Hun Camé y Vucub Camé oyeron que les decían: -¿Dónde están mis cigarros? ¿Dónde está mi astilla de ocote, la que os dieron anoche?
-Se acabaron señor.
-Pues bien, hoy sería el fin de vuestros días, moriréis, seréis destruidos, os haremos pedazos y aquí quedará sepultada y oculta vuestra memoria. Seréis sacrificados.-Dijeron Hun Camé y Vucub Camé. Enseguida los sacrificaron a los dos hermanos y los sepultaron en un lugar llamado Pucbal Chan. Antes le cortaron la cabeza a Hun Hunahpú, y enterraron al hermano mayor junto con el hermano menor.
-Llevad la cabeza y ponedla en aquel árbol que está en medio del camino.-Dijeron los señores de Xib’alb’a. Y habiendo ido a poner allí la cabeza, al punto se cubrió de frutos este árbol que jamás había fructificado antes de que pusieran en sus ramas la cabeza de Hun Hunahpú. Y a esta jícara la llamamos hoy la cabeza de Hun Hunahpú, que así se dice.
Con admiración contemplaban Hun Camé y Vucub Camé el fruto del árbol. El fruto redondo estaba en todas las ramas, pero no se distinguía la cabeza de Hun Hunahpú, se volvió un fruto al igual que los demás. Solamente se veía su rostro entre los frutos del jícaro. Así aparecía ante todos los de Xib’alb’a cuando iban a contemplar la cabeza.
A juicio de aquéllos, la naturaleza de ese árbol era maravillosa, por lo que había sucedido en un instante cuando pusieron entre sus ramas la cabeza de Hun Hunahpú. Y los señores de Xib’alb’a ordenaron:
-¡Que nadie venga a coger de esta fruta! ¡Que nadie venga a la sombra de este árbol!-Dijeron, y así impidieron a todos los de Xib’alb’a acercarse al lugar.
La cabeza de Hun Hunahpú no volvió a aparecer, porque se había vuelto fruto del árbol que se llama jícaro. Sin embargo, al tiempo, una muchacha oyó la historia del prodigio y he aquí el relato de su llegada…