Por Dios, que el sol nunca se alza ni desciende
Sin que respire en Tu amor;
Y nunca me siento a hablar con nadie
Sin que seas Tú mi conversación.
Y nunca Te mento, ni triste ni alegre,
Sin que estés en mi corazón con cada murmullo.
Y nunca, sediento, he anhelado un sorbo de agua
Sin ver en mi copa una aparición Tuya.
Si pudiera llegar hasta Ti, acudiría
Arrastrándome sobre mi cara o caminando con mi cabeza.
Oh, joven, que me cantas con deleite,
Canta también mis penas con duro corazón.
¿Qué hay entre mí y la gente, que con su necedad me molesta?
Yo tengo mi religión y ellos la suya.
Al-Hallaj