Parece bastante contrastado, por diversas fuentes además, que cuando la Columbia llamó a Sam Peckinpah tras el gran éxito de "The wild bunch" para que remontara a su gusto "Major Dundee", éste se negó alegando que no tenía tiempo.
Venganza servida en plato frío o simple perspectiva sobre el malditismo al que estaba abocado desde que se había dado a conocer a lo grande con "Ride the High Country" en 1962, pero lo cierto es que la que debía haber sido su obra más importante, se había estrenado incompleta por razones bastante incomprensibles.
Cuando mucho más tarde, ya fallecido Peckinpah, "Major Dundee" fue remendada - en algunos aspectos decían "como lo hubiera hecho" él, extremo siempre discutible y aquí quizá hasta muy errado atendiendo sin ir más lejos a la nueva banda sonora, tan altisonante y omnipresente como las compuestas para la restauración de algunas películas mudas que ni siquiera llegaron a tener nunca una - afloraron una serie de escenas ni esenciales ni fallidas ni censurables ni imprescindibles. Y parece que había más.
Todo esto tiene ahora un interés muy relativo.
Los "desequilibrios" detectados en el film, aún en la versión más completa vista, son básicamente ejemplos de la bendita inestabilidad que venía transformando al cine inmediatamente anterior por la asimilación acelerada de una serie de cambios. Cambios que son la esencia misma de una época irrepetible.
Había un sitio y un tiempo para todo como cantaba Roger McGuinn.
Filmadas por noveles y por veteranos, en Europa, en USA y en todas partes, situadas en el presente o en el pasado, hacia ese año 1964 arreciaban los signos de que una era había finalizado y estallaba un sentimiento de plenitud, una excitación inigualable.
La política había cambiado, la música había cambiado, los medios de
comunicación habían cambiado, el perfil del público que acudía al cine
asiduamente había cambiado... hasta Cassius Clay se hacía llamar de otra manera y el mismo Peckinpah poco tenía ya que ver con el guionista de televisión que tímidamente había iniciado su andadura a mitad de los 50.
El lirismo telúrico y primitivo de "Major Dundee", su desencanto y su complejidad, su deuda con
algunos westerns y films bélicos (estos últimos historicistas, estratégicos, codificados)
no muy populares ("Devil's doorway", "Battleground","The naked and the dead"), no eran
precisamente asperezas que más metraje y un nuevo engarce pudieran haber limado o
contrapesado, sino el mismo corazón del film, que ya no podía "medirse" sólo en base al clasicismo como la elegíaca "The wild bunch" iba a dejar aún más claro.
Tampoco se debía tener en cuenta sólo ese canon con las nuevas "The naked kiss", "Love with the proper stranger", "The last sunset", "Lilith", "Madigan", "Faces" o "Two for the road" (que fueron mayoritariamente éxitos), aunque todas ellas venían y se fijaban en las grandes obras de sus maestros.
Estos, mientras tanto ("7 women", "The Chapman report", "Red line 7000", "Marnie", "Chimes at midnight", "A Countess from Hong Kong"...) cosechaban fracasos o incómodos silencios.
En "Major Dundee" aparece poco el muy negro sentido del humor de Peckinpah y aún "faltan" los ralentís, la impúdica heterodoxia, los más opuestos tamaños de plano colisionando, el lenguaje con toda su ganga y el resto de elementos que lo categorizarían simplistamente para siempre, pero ya muchos recursos estaban mudando su efecto.
Ahí tenemos esa voz en off procedente de un personaje muy secundario y utilizada a modo de diario, pero dubitativa - buena ironía: casi demilliana -, una opinión irónica y nada estructurada que a veces se refiere a la acción en pasado y otras en presente, perdiendo, a propósito, su utilidad como guía.
También es llamativo cómo la concentración de intensidad emotiva y el sentido moral del film sobre un antihéroe ambiguo que no trata de hacer pasar por defectos, sino utilizar como corazas, la soberbia o la crueldad, le sirve a Peckinpah para hacer natural mostrar por fin la suciedad, el horror o la inutilidad de lo espiritual. Dundee es mucho más testarudo, desconfiable y unidimensional, está más vencido y desentendido de cuanto le rodea - son abundantes los puntos en común con la estructuralmente mucho más rara "The searchers" - que un Ethan Edwards.
Quizá entre "The searchers" y otros dos excelsos Ford con los que "Major Dundee" emparenta, "Two rode together" y "Cheyenne autumn", estén buena parte de sus raíces. Qué cerca parece su tantas veces llamado "caos argumental" de la más pura y libre digresión de la que nacieron tantas ideas y atrevimientos.
Y qué lejos en cambio sus interioridades, cómo se construyen sus personajes, cuánto importa y cómo se conoce el pasado de las dos Historias (del mundo y del cine) o qué diversa la perspectiva sobre esa Guerra de Secesión de cuyo fin se conmemoraba un siglo por entonces.
¿Y el romance? Relegado a un apéndice, parece un descanso, una necesidad puramente física, provisional y sin grandes planes de futuro.
Cuando se estrenó "Ride the High Country", se citaron como referencias para su cine a dos grandes de una generación intermedia, Budd Boetticher y Nicholas Ray. La intensidad de la amistad entre los protagonistas (Randolph Scott y Joel McCrea), la fuga de Elsa (Mariette Hartley) tras aquella escena a medianoche, el final tras el tiroteo con el recuerdo del encuadre de "Wind across the everglades"...
Aquí, en momentos como el del encuentro al amanecer de Dundee con la viuda Teresa (Senta Berger), formal y hermosamente clásico, se nota una falla.
El diálogo, los movimientos corporales, la brevedad cortante o el antagonismo exacerbado ("he is corrupt but I will save him" dice Dundee del confederado Tyreen... justo antes de besarla) ya muestran un ansia inequívoca por contar las cosas a su manera.