Revista Expatriados
Por el camino del desiertooo…. El viento me despeinaaa…. Tal y como nos cuenta la canción de los Gipsy Kings, decidimos irnos a la Reserva Natural de Dana este fin de semana. Así que cogimos una mochila con lo imprescindible y con lo prescindible por si teníamos que cambiar de destino en la estación a última hora. Ya se sabe cómo funcionan las cosas en Oriente Medio.
Tuvimos que esperar una hora y media y cambiar tres veces de autobús, pero ya estábamos en marcha y podíamos ver los tornados de arena levantarse amenazantes en explanadas de tierra desoladoras.
Llegamos a Dana, que es un pueblo del sur cercano al Mar Muerto y desde el que se puede ver Palestina e Israel. La cuestión es que los jordanos, que para algunas cosas son “muy apañadicos”, han reconstruido parte del pueblo, que se remonta al siglo XV con los Otomanos habitándolo, siguiendo la arquitectura existente y construyendo algunos hoteles. Así que puedes pasar una noche en uno de estos alojamientos por un módico precio y con la satisfacción de escuchar únicamente perros ladrar antes de cerrar el ojo y caer rendido. ¡Qué genial!
El pueblito, habitado por siete familias, se sitúa en lo alto de un monte que corona un imponente valle, desde el que vimos una puesta de sol preciosa, muy frecuentes por aquí y que en España no tienes tiempo para contemplar.
Dimos un paseo por los caminos de tierra y, entre polvo y más polvo, vimos árboles frutales diferentes. Momento en el cual se repetía la hazaña bíblica que “nos expulsó del Paraíso”, pues mientras Eva (Victoria) cogía una manzana (granada) la abría, comía y se la ofrecía a Adán (Ismael), éste último la rechazaba mirando a su alrededor, pero caía en la tentación y le daba un jugoso bocado.
Todo esto, ocultos a la vista de cualquier buen musulmán, pues estamos en Ramadan y no vamos a faltar. Además, he de decir en mi defensa que no habíamos comido al mediodía debido a este mes santo, que tanto santifiqué yo en el momento que me di cuenta que no había tiendita para comprar energías y había que esperar a la cena.
En fin, que como todos los sacrificios tienen su recompensa, la cena premió todo con creces, pues prepararon al fuego unas bandejas de diferentes verduras, arroz y carnes, de las que dimos buena cuenta (como dicen en los libros después de una gran batalla).
Tras una excelente cena, como buenos españoles nos quedamos tomando té para trasnochar un ratico (ya sé que los españoles tomamos otra cosa, pero es lo que hay) y, después de mandar a Francia y a algún país nórdico a la cama, los beduinos nos estuvieron tocando canciones con el laúd y el tambor, mientras aplaudíamos y ellos bailaban. Lo mejor: que lo hicieron porque acostumbran y quisieron y no por nosotros.
Para terminar el viaje, decir que en nuestra continua identificación con esto del Ramadán sufrimos la ausencia de agua durante toda una mañana, pues durante la vuelta a Ammán no pudimos ni remojarnos la boca, pese a tener una botella de agua, para respetar su ayuno. Y es que ellos te respetan muchísimo también a ti, pues a pesar de llegar los últimos al autobús, un jordano se levantó y se quedó de pie para cederme el sitio durante 35 kilómetros. Chapó!!