Ayer por la noche tuve la suerte de poder ver una de las películas españolas que más me atraían a priori de esta temporada. Estoy hablando de “Perfectos desconocidos”, la última película, por ahora, del “casi- prolífico” Alex de la Iglesia.
A estas alturas de la película, y nunca mejor dicho, quien más, quien menos, ya debe de estar al corriente de su argumento, buen ejemplo de esa publicidad, la mejor, boca a oreja, que al parecer en este caso está funcionando tan bien, ya que tras casi dos meses, sigue todavía en el circuito comercial.Durante una cena entre cuatro parejas, que se conocen, ellos, de toda la vida, alguien propone dejando sus móviles encima de la mesa, leer a viva voz los mensajes que se van recibiendo, y atender las llamadas recibidas durante la cena. No conviene olvidar, un toque muy a lo Álex de la Iglesia, que habrá un eclipse de luna roja como telón de fondo y que dará a la historia un cierto aire de misterio y fantasía.Remake, al parecer, porque este vecino no la ha visto, del film, por otra parte con mucho éxito, del italiano "Perfetti sconosciuti" (2016), de Paolo Genovese. “Perfectos desconocidos”, ya se plantea desde un comienzo como una especie de mina a punto de explotar en cualquier momento. Con un lenguaje totalmente corrosivo, y equivoco, que te induce a reír como huida hacia adelante.
Uno de los secretos no tan secreto de la película es su reparto, porque al ser una historia coral, lógicamente el protagonismo, por decirlo de alguna manera, recae entre todos: Con un Eduard Fernández tan brillante como en sus últimos trabajos, no nos deja indecisos en su faceta de padre y marido (personaje aparentemente de dos caras), de una un tanto remilgada Belén Rueda, y por la que en cierta manera, girará la historia. Otro de los matrimonios, que éste lo es también en la vida real, está formado por Juana Acosta, que tarda en mostrarnos su verdadero carácter y un Ernesto Alterio,en constante nerviosismo y al que personalmente le hubiera dado unos cuantos “yoyas” por lo impresentable de su personaje. A ellos se une la natural frescura de Dafne Fernándezencarnando a la componente del grupo quizás más joven, y mujer de un encantado de haberse conocido, encarnado por Eduardo Noriega en uno de sus papeles más redondos. De la última pareja, en teoría, sólo llegamos a conocer a un Pepón Nieto siempre en estado de alerta y calculando de dónde le van a venir los golpes. A la postre sea éste quien más empatia pueda recibir por parte del público.No hay duda de que el argumento es un continuo “tour de force” para cada uno de los actores, del que, sin duda, todos salen vencedores. Quizás, como en “El bar”, su anterior película, Alex de la Iglesia, como siempre acompañado en el guion con su inseparable Jorge Guerricaechevarría, olvida un poco las situaciones para estudiar a los personajes que son a la postre los que desharán el nudo en su desenlace final. Siempre que voy a ver alguna obra de Álex de la Iglesia, tengo miedo por el final de la historia, que en la mayoría de las veces es su punto más flaco, con la excepción, en opinión de este vecino del mundo, de “La Comunidad”, y también de “800 balas”, que son redondas.En una película que tiende a ser tan corrosiva y cruel en sus maneras y discurso, digamos que el Señor De la Iglesia es como si planteara, intentando no estropear el final para los que todavía no han ido a verla, dos finales, o un final con red. Y personalmente, una vez de quemar las velas, hubiera sido conveniente que la fogata fuera muy intensa y ardiendo hasta el final.Como opinión final, es de admirar la cantidad de recursos que tiene con las cámaras el director bilbaíno, se supone que adquiridos durante sus numerosos programas televisivos, y hay momentos en que con los travellings, sobretodo aéreos, convierte un simple piso con terraza, en una especie de circo romano en el que expiar los pecados carnales.*FOTO: DE LA RED