Por Iván Rodrigo Mendizábal
(Publicado en Revista digital Punto Tlön, Universidad de Los Hemisferios, Quito, el 3 de junio de 2015; este es el texto original del editado y publicado en Revista Cartón Piedra, El Telégrafo, Guayaquil, el
Recordemos una frase del recientemente fallecido, Eduardo Galeno, que dice así: “Si un libro se puede leer impunemente, no vale la pena tomarse el trabajo. Cuando los libros están de veras vivos, respiran; y uno se los pone al oído y les siente la respiración y sus palabras son contagiosas, peligrosamente, cariñosamente contagiosas…”
Esta frase me parece que encierra un sinfín de imágenes que quisiera evocar: el libro como entidad que dialoga, el libro que nos desafía a su lectura, el libro que es un ser vivo, el contagio de las palabras escritas.
El libro dialoga
Sí, muchos piensan que el libro es apenas un objeto. Para estos es una cosa de papel. Un día, en una de las librerías de la ciudad vi a una pareja de jóvenes –probablemente recién casados– que pedían a uno de los empleados, “libros grandes”. La idea de libros grandes era intrigante y claro está que a uno le viene a la mente seguramente los libros cuyos autores son imposibles de pasar por alto: por ejemplo, Cervantes y El Quijote, o para ser un poco mas espiritual, la Biblia. En fin, el librero, haciendo gala de cierto aire intelectual, les preguntó por sus autores favoritos. Inmediatamente, la joven mujer tomó la palabra y señaló que quería libros de gran formato, con fotos, o libros que sean gruesos pero que resaltasen a la vista. Su compañero insistió en que los libros debían ser grandes. Ante tal requerimiento el empleado se desconcertó y les indicó que habían libros de fotografía sobre montañas de Ecuador o de pájaros. La pareja recalcó que querían libros grandes, de lo que sea. La joven pronto aclaró que querían libros grandes para decorar la casa, para poner sobre ellos cosas como lámparas, para poner entre los sillones que recién habían comprado, etc. Para el mundo consumista y acumulador de bienes, el libro se había convertido en eso: en uno de esos objetos que sirven solo para apoyar muebles o para dar contraste a la pintura de las paredes.
Frente a dicha escena uno se pregunta si verdaderamente los libros sirven para eso. En la época en la que vivimos atrapados por las imágenes publicitarias, por las ficciones y los espectáculos de la televisión, por la banalidad informativa de muchos de medios escritos, el libro pareciera que ha dejado de existir. Y para quien está convencido que el libro sigue siendo el artefacto cultural que ha trascendido la historia –pues el libro como concepto y medio sigue vigente hasta hoy desde los inicios de la escritura humana, es decir, miles de años antes–, por el cual la humanidad sigue transmitiendo el conocimiento, es evidente que el libro es algo más que un mero objeto: se trata, en efecto, de una entidad con la cual uno dialoga todos los días.
El problema está, sin embargo, en el hecho que, por lo menos para una parte de Ecuador, el libro ha dejado de tener la importancia necesaria. Algunos rasgos de ello son: a) un puñado de librerías que más que promover demanda –porque no hay una buena oferta–, se han anclado en el libro más fácil, en ese que se lee “impunemente” –como diría Galeano– y al cual se ha acostumbrado al público medio lector: el libro bestseller de autoayuda o el libro de fórmulas mágicas para hacerse rico; b) la falta de crítica literaria en los medios de comunicación masivos –desde la prensa hasta la televisión– que incentive no la lectura sino la inquietud por las letras; c) el encarecimiento excesivo de los libros llegando, incluso en determinadas librerías, a subir más el costo en relación a otras; d) el difícil acceso al propio libro ecuatoriano y su falta de promoción; e) el desacostumbramiento en escuelas y universidades por la literatura en muchos casos por considerarla banal, etc. Estos y otros rasgos parecería que impiden el diálogo del y con el libro.
El libro nos desafía a su lectura
Es banal la postura que se escucha corrientemente de que los libros ya no se leen. Para rebatir este hecho vale la pena recurrir a los datos del Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (CERLALC), entidad intergubernamental auspiciada por la UNESCO y su informe “El libro en cifras: boletín estadístico del libro en Iberoamérica”, número 6, correspondiente a diciembre de 2014. En este se señala que Ecuador está en el puesto 7 de los países que más importan libros, con 53,3 millones de dólares en el 2013. El primero es México, con 371,2; seguido por Brasil, con 170,3. El país que menos importa libros es Cuba, donde se invierte solo 5,5 millones de dólares. Las cifras de exportación de libros señalan, asimismo, a Ecuador en el puesto 8, con 6,5 millones de dólares, siendo México también un principal exportador, con 150,5 y Colombia con 63,6 millones de dólares; el país que menos exporta es Nicaragua, llegando a 0,05 millones de dólares.
Si se considera tales datos, de 19 países cuantificados, Ecuador está por sobre el promedio de los que hacen importaciones y exportaciones de libros, hecho que no se puede pasar por alto. Esto indica que el negocio editorial no es desdeñable, sobre todo porque las importaciones de libros son considerables desde países como España y otros que no siempre publican en castellano. Ecuador –en 10mo. puesto–, en este marco, importa hasta un 58% de títulos procedentes de países no necesariamente latinoamericanos y los de procedencia continental, hasta un 42%. Se conoce más de México, Colombia o Argentina en nuestro país en materia editorial.
En todo caso, bajo los anteriores indicadores, ¿el libro en Ecuador es solo un objeto adorno? Personalmente no lo creo. De acuerdo al informe de la Cámara Ecuatoriana del Libro, “El libro en Ecuador 2014”, los datos de registro de ISBN y publicaciones son interesantes. Para comenzar, la producción de títulos entre 2013 y 2014 subió de 4.054 a 4.412 títulos, lo mismo que en promedio se elevó la producción de ejemplares desde 7.302.928 a 7.820.669. En Latinoamérica en el 2013 el país que más produjo libros fue Brasil con 85.809 títulos, seguido por México y Argentina con cifras entre los 20 y 30 mil. Ecuador, de acuerdo al CERLALC estaría en el puesto 8 de producción editorial.
El informe de la Cámara Ecuatoriana del Libro, por otro lado, revela que los títulos de “interés general” en el 2014 llegaron a 2.169, los didácticos a 1.092, los científicos, técnicos y profesionales a 1.072 –cifra que además creció notablemente gracias a la exigencia actual que las nuevas regulaciones en educación superior han impuesto al mundo académico, hecho por demás loable–, en tanto, los títulos de referencia religiosa han bajado ligeramente hasta 79 libros.
Los datos anteriores muestran que el mercado nacional de libros es sugestivo y dinámico. Y si nos fijamos más, se puede constatar, en el mencionado informe de la Cámara Ecuatoriana del Libro, que en ciencias sociales se ha llegado hasta 2.196 títulos –en el 2013 eran 1.890– y en el área de literatura y retórica, hasta 955 obras –bajando de 1.027 en el 2013–. Los libros de ciencias aplicadas, es decir, de ciencias y tecnologías, han crecido hasta 397 –de 299 en el 2013– títulos.
Frente a ello, la pregunta es dónde circulan o se colocan en venta dichos títulos. Muchas de las librerías locales parecen desconocerlos: de hecho es de sobra conocido que hay un desinterés por los libreros por acercarse a los títulos nacionales, hecho solo comprobable por las estanterías donde el libro ecuatoriano es reducido e incluso fuera de la vista de los clientes.
Dicho de otra manera, si hay importaciones de libros y hay un apreciable número de títulos nacionales, es que hay lectores de todo gusto. Los libros, en este sentido, nos desafían a su lectura: están allá, ya sea en pequeñas perchas escondidas o ya sea circulan entre las comunidades de lectores y autores o comunidades de lectores y entusiastas que motivan a otros a leer. Es evidente que a veces los libros disponibles no tienen la suficiente calidad y a veces uno espera sorpresas o volver a los autores clave para revisar sus textos, hecho que no siempre se condice con la oferta presentada por las librerías locales, es decir, las comerciales. Con todo, el libro sigue desafiándonos, por lo menos a quienes nos paseamos por librerías de todo tipo.
El libro que es un ser vivo
En verdad el libro más que un objeto o un artefacto cultural es un ser vivo. La metáfora es importante para señalar que un libro es una voz dialogante, es un mundo “otro” que quiere salirse cuando se abre y devora su contenido con avidez. Hay quienes, dejándose atrapar por la lectura –porque un libro también implica un lenguaje mágico, una hechura de imágenes mentales de forma preciosa–, no se han dado cuenta del paso del tiempo. El propio Quijote es la muestra de un ser que va por la inconmensurabilidad de la vida de los libros. Como diría Michel Foucault –en Las palabras y las cosas–, a la final el Quijote tratará de encontrar la realidad de los libros en el periplo de su aventura, marca fundamental que dicho viaje, por otro lado, que nos obliga a ir más allá de solo el olor y la textura del libro como tal.
Los lectores entonces recorren o buscan libros para satisfacer la necesidad de mundos “otros”. Sin ellos la vida sería tremenda, desnuda de imaginarios, algo así como lo que encierra la famosa frase “el desierto de lo real”, que implica que la vida humana necesita de imágenes de realidad, de ficciones necesarias para poder llegar a culminar el destino.
Personalmente las librerías son lugares de visita y de encuentro. La mayoría de las veces uno va a ellas tratando de encontrar ideas nuevas pero sale trasquilado por el montón de bestsellers y de libros impunes. Sin embargo, esto no quiere decir descalificar lo que otras personas tienen como motivos cuando van a las librerías. Empero, si hay un relativo flujo de individuos, parejas, jóvenes, niños, etc., que merodean dichos establecimientos, es porque hay algo aún de atractivo o de necesario en ellas. Ciertas librerías locales incluso facturan buenas cifras –incluso más si alguna biblioteca universitaria ha requerido alimentar sus fondos–.
Pero no siempre es posible encontrar en las librerías locales lo más interesante. Hay un pequeño circuito de librerías de uso –o de viejo, o como se quiera llamarlos–. Es allá donde, como un cazador de tesoros he encontrado un cúmulo considerable de títulos y autores emblemáticos, y más aun, literatura ecuatoriana de diversa índole.
En Ecuador si los libros de mayor publicación son los de ciencias sociales, en segundo lugar, decía, son los de literatura y retórica. Sin embargo, llama la atención que más de 4 millones de ejemplares se publican dentro de ciencias sociales, en tanto más de 2 millones son los ejemplares de literatura. En total en 2014 ha habido casi 8 millones de ejemplares publicados entre primeras y segundas ediciones. Estas cifras deben decir algo para un país que, según los agoreros, no lee y se pasa viendo fútbol. El libro es un ser vivo que busca colocarse en diferentes lugares.
No obstante el cambio de la matriz productiva que impulsa el gobierno ecuatoriano y, ante la necesidad de impulsar la producción nacional, las librerías comerciales no se han puesto a tono con mirar hacia Ecuador. Es el mismo proceso de divorcio que muchos medios de comunicación masivos han hecho de la realidad nacional, por lo menos en los últimos 20 o 30 años gracias al neoliberalismo. La falta de impulso y promoción del libro nacional obliga a que muchos de esos millones de títulos que se publican en el país sean vendidos por circuitos cerrados –editorial en venta directa a colegios o escuelas– o sean regalados o vendidos a precio de costo por sus autores a círculos reducidos. Muchas veces he tenido que pedir a los autores que me vendan sus libros para leerlos y algunos, sin mediar factura alguna, han preferido regalármelos. De hecho un libro regalado puede convertirse en un objeto preciado porque está de por medio una nueva amistad y, con ello reconocer que publicar y distribuir en Ecuador es tarea de Quijotes.
En otras palabras, las perchas de librerías y de supermercados esconden o evitan al libro nacional. Algunos autores, a quienes les exigen en ciertas librerías unos requisitos y pocas ganancias, han preferido por poner títulos en las librerías de libros usados. Es algo así como los cantantes de música popular que, frente a las cadenas de discos –hoy casi desaparecidas por no haber esculpido un público diferente–, prefieren colocar y distribuir sus obras mediante los circuitos de piratería. Pero en las librerías de viejo, se encuentra de todo y para todos los gustos, incluso libros piratas. Desde ya este tipo de librerías son pocas pero bien nutridas. En Quito se pueden contabilizar hasta una decena distribuidas entre el centro de la ciudad y el centro norte. Casi se podría decir que se equiparan con la poca cantidad de librerías comerciales existentes. En otras ciudades del país las librerías son pocas y peor las de viejo, reducidas en muchos casos a mesas en la esquina de alguna calle. Sin embargo, son fuente de riqueza intelectual.
En las librerías de libros usados la frecuencia de visitantes, aparte de quienes van a cazar tesoros literarios, son en su mayoría estudiantes de colegios y universidades. Muchos de ellos no siempre van por los libros técnicos –que también los hay, más en el centro que en el centro norte–, sino a buscar libros “obligatorios”, mandados por los profesores de literatura, pero sobre todo por el gusto de nuevas aventuras. Muchos de los libros que son vendidos de modo directo por editoriales a los colegios o regalados a los profesores, terminan en estos repositorios a precios bajos. En otras palabras, el libro usado muchas veces es sinónimo de libro barato, casi a “precio de huevo” –como se diría en lenguaje comercial–. Pero lo que se ha observado es que en preferencia jóvenes buscan títulos de autores fundamentales: aparte de Julio Cortázar –por decir un caso–, hay quienes preguntan por Jorge Luis Borges, Pablo Palacio o William Faulkner. Hay comunidades de jóvenes que leen a Edgar Alan Poe, Ray Bradbury o Issac Asimov. entre otros. Muchos prefieren buscar entre los libros de viejo incluso los libros bestseller de moda comerciales.
Si la gente busca libros que sean baratos es porque en la época de la posindustria dichos artefactos culturales tendrían que serlo, más aun cuando la digitalización implica el fácil transporte de contenidos. Algunos libreros arguyen que importar libros a Ecuador es problemático por los aranceles y trabas en aduanas; pero la pregunta es por qué no se imprime acá –y además se fundan las empresas internacionales– a sabiendas que la materia prima inicial del libro es digital. Se debería tener más programas como los de la Campaña de Lectura Eugenio Espejo, pero no solo impulsados por el sector público, sino también el privado. Lamentablemente este último sector prefiere seguir viendo las ventanas del mundo espectacular global. Los libros como seres vivos a veces se les cuelan en sus depósitos, pero en la mayoría de los casos circula más entre viajeros, entre comunidades, entre entusiastas.
Contagiarse de las palabras escritas
El INEC señalaba hacia 2013 que el 73,5% de los ecuatorianos tenían el hábito de leer; de ellos el 50% leía al menos entre 1 y 2 horas semanales; de ese grupo, el 75% eran hombres y 72% mujeres. También se indica que el 41% de las mujeres y el 34% de los hombres leen con mayor frecuencia libros que periódicos, revistas u otros productos. Sin embargo, las noticias enfatizan más bien aspectos negativos donde se hace creer que el ecuatoriano no lee o lee poco, por ejemplo que el 26,5% de no tiene hábito de lectura. Pero el 73,5% es considerable si miramos los datos de otro modo.
En el informe del CERLALC de 2014 se lee que el índice de lectura en Latinoamérica promedia el 70%. ¿Hay semejanza de datos con Ecuador? El mismo informe dice que 27% ha leído por ocio o interés en Ecuador en un mes; el índice más alto lo tiene México con 36%. En el periodo de un año el ecuatoriano ha leído libros hasta un 16%, casi como los uruguayos. En promedio la lectura del ecuatoriano llega hasta casi un 60% de títulos hacia 2013.
Pues bien, los datos dicen que, independientemente de qué libro sea, el ecuatoriano sí lee o está acostumbrado a la lectura. Si hay una suficiente inversión en importación de libros es por algo: aparte de quienes seguramente creen que el libro es para equilibrar la pata de una mesa mal cortada, un buen porcentaje demuestra que es ávido de lectura, sobre todo jóvenes, para quienes el mundo de los libros y de las ficciones que se perfilan en ellos son un mundo abierto y desafiante.
Solo para seguir hurgando la herida de quienes son agoreros, en Ecuador, el pasado año, el 2014, se han publicado 300 títulos de literatura infantil, 154 de novelística ecuatoriana, 135 de libros de literatura en general y 114 de poesía. Estas cifras no son desdeñables. Para un 73,5% de lectores creo que un montón de preferencias están en estos campos; empero hay otros y seguramente fueron consumidos por los respectivos lectores, a saber: historia de Ecuador, 92 temas; sociología y antropología, 86; derecho, 83; comunicación social, 60. La lista es extensa y termina, de acuerdo a la Cámara Ecuatoriana del Libro, con 34 ensayos ecuatorianos.
Las palabras escritas sí contagian. Esto explica que exista un mercado del libro, una frecuencia de librerías de uso, donde sobre todo jóvenes tratan de encontrar aquello que les es negado en las grandes librerías que, por lo demás son negocios de objetos, ligados más a determinadas élites. ¿Podemos pedirles a estas que pongan en primer lugar al libro ecuatoriano?
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