Por el sur
Estás acá, flaco, solo, solo pero acompañado. Las incesantes gotas se dejan oír sobre la tela. El viento ya no sopla, no hay un pájaro que cante. Y a los pies, seguramente, el espejo/lago nada tiene por mostrar (ni podría aunque tuviera).
El viejo Lanín sigue jugando al escondite. Sólo una vez se hizo ver. Comenzás a pensar que es un problema con vos, con ustedes, o quizá sea más tímido de lo que parece.
Un arroyo sin nombre (por desconocimiento más que por carencia) murmura a lo lejos. O, mejor dicho, murmuraba. Ahora un motor (vaya a saber de qué) acalla su delicada voz.
El hombre de los baños mantiene encendidas las calderas, arroja un leño tras otro. Nunca deben apagarse. De nueve a veintitrés su vida transcurre para ello: su vida se pierde por ello.
Tolkien descansa a un lado del colchón inflable, ya no ocupa los paisajes de tu mente. Y vos seguís acá, acompañado, acompañado pero solo. Tu princesa mantiene la distancia. Un abrazo no alcanza a calmar su enojo. Y perdón no sale de tu boca, porque creés no estar equivocado.
Alejandro Laurenza
Revista Cultura y Ocio
Hace años (tantos que El señor de los anillos todavía no era película) escribí este pequeño relato. Hoy tengo ganas de compartirlo.
