A algunos les gustan las morenas; otros, en cambio, se derriten por esas atractivas y extrañas mujeres pelirrojas; por el contrario hay muchos a los que no les importa el color del pelo de las féminas y sencillamente les gustan todas, sin más, y son claramente mayoría; pero otros se decantan por las rubias, aunque sean de bote. Este era el caso de Hitchcock, que nunca dijo la frase que da título a este artículo –que yo sepa– pero como los hechos son amores, el cineasta inglés lo demostró hasta la saciedad en sus películas. Es curioso que el hijo del tendero –su padre tenía una tienda de verduras– ya realizase un film premonitorio que aquí en España se tituló –ya sabemos cómo nos las gastamos en este tema– como El enemigo de las rubias (The Lodger, a Story of the London Fog, 1926) en el que alguien siembra el terror en Londres asesinando a muchachas rubias y aunque ‘Hitch’ no llegase a estos extremos, las malas lenguas le atribuyen algún que otro comportamiento que resumiendo dejaremos en “torturador” (sic).
Se acaba de estrenar un biopic bajo el título de Hitchcock (Hitchcock, 2012) dirigida por Sacha Gervasi, un film sólo recomendable para fanáticos del cineasta inglés y Psicosis en el que no existe ningún alarde técnico ni sobresaliente, aunque sí que cabe destacar –y por ello ya merece la pena verla– la soberbia interpretación y caracterización de Hopkins haciendo de Hitchcock y sobre todo la de Helen Mirren en el papel de la esposa del director inglés, Alma Reville, que a la sombra del genio fue guionista y asistente de dirección y persona clave en la película icónica en la que se basa el film, Psicosis. Asimismo me gustaría destacar el papel de James D’Arcy que borda los gestos de Perkins y tiene un parecido con éste sencillamente asombroso.
La película de Gervasi refleja el making of de la legendaria Psicosis, las vicisitudes terriblemente adversas por las que atravesó una película que hoy en día sería denominada como indie, sufragada por el propio Hitchcock –se percibe claramente la mediocridad de la Paramount con un genio ya consagrado como él–, hipotecando hasta su propia casa y censurada por unos y otros por necrófila e incestuosa.
Dicen que Hitchcock sentía pánico de la policía, y que con cinco años su padre lo llevó a una comisaría indicándole a uno que era amigo suyo que lo tuviese encerrado unos minutos dentro de una celda para espetarle a continuación “mira lo que le ocurre a los niños malos”. Algunos se han despachado a gusto afirmando del director que con sus queridas actrices era perverso, torurador, un obseso y verdadero acosador (vid. Hitchcock. La cara oculta del genio, de Donald Spoto), que le hubiese gustado haber sido alguno de los protagonistas de sus películas, los alter ego como el interpretado por Robert Walker en Extraños en un tren (Strangers on a train, 1951), el voyeur de La ventana indiscreta (Rear window, 1954) en la piel de Stewart o parecerse a Cary Grant o Sean Connery.
Las rubias fueron la auténtica debilidad de Hitchcock. Algunas lo eran de manera natural, si bien otras eran obligadas a tintarse el pelo o a ponerse una peluca. En esta lista destacan Grace Kelly, Kim Novak, Tippi Hedren, Vera Miles o Janet Leight, madre de la actriz Jamie Lee Curtis y esposa de Tony Curtis, actor compañero de Jack Lemmon en la mítica Con faldas y a lo loco (Some Like It Hot, 1959) de Wilder.
Sus biógrafos se han cebado en ese filón amarillista de un hombre contradictorio –como todos lo somos: el que esté libre de toda culpa que tire la primera piedra–, un puritano inglés y a su vez enfermizamente obsesionado con las rubias. Dice la leyenda que Hitchcock usó agua fría para que Leigh gritase como merecía la situación en la escena de su asesinato en la ducha. Para mí queda sólo el genio, morbosidades aparte, y esas noches en las que junto con mi hermana y mis padres –mis verdaderos maestros en el cine y la literatura– vimos a lo largo de un invierno toda su filmografía y con nuestras impresiones personales al finalizar cada película. Después las he seguido viendo una y otra vez, tan obsesionado como el propio Hitchcock.