Ayer estaba haciendo un par de compras en el centro comercial y no pude dejar de sentirme sorprendido por el enorme árbol de navidad que adornaba la plazoleta principal de aquel lugar. No sé si es solamente una impresión mía, pero pareciera que los comercios sacasen la decoración navideña un día antes cada año, si no detenemos esto habrá navidad desde junio antes de que nos demos cuenta. Este año, cuando pregunté a una de las encargadas del almacén junto a mi casa por la ubicación de los disfraces para la noche de brujas me sorprendí cuando me dijo que se encontraban junto a la sección navideña, desde mediados de octubre ¡más de tres meses antes de la tan ansiada nochebuena!, noventa días con sus noches de espera y las tiendas ya comienzan a desempolvar las esferas navideñas que se quedaron sin vender el año pasado.
La navidad tiene un significado diferente para cada quien, para muchas familias es quizá el único momento en el que pueden reunirse, para la mayoría de las tiendas representa un incremento en sus ventas de casi el veinte por ciento durante el mes de diciembre y para casi todos nosotros es el momento de gastar hasta el último centavo que tengamos en la vida en regalos, buena comida y momentos agradables con nuestros seres queridos. Casi se entiende el afán de todos para que empiece antes cada año.
No voy a mentir, amo la navidad, mi familia aun coloca regalos para mi debajo de su árbol, veo parientes a quienes aprecio mucho y de quienes no vuelvo a saber en un año más, como natilla y buñuelos en cada novena hasta hartarme e inclusive canto villancicos borracho con mis amigos del barrio, si me es posible, todos los días de diciembre. Pero hay algo en los adornos navideños prematuros que me pesa en la conciencia, al ver los angelitos de porcelana tocando sus trompetas encima de un pesebre no puedo evitar darme cuenta de la verdad que intento ignorar a cada minuto, que ya no hay tiempo.
En medio de la euforia decembrina, pasados seis días de la nochebuena existe este hermoso momento en el que la mayoría de nosotros decidimos reevaluar nuestras vidas, quizá un poco aturdidos por las carnes finas u optimistas por la cercanía familiar y las varias semanas de celebración, hay quienes comenzamos una lista, un pequeño escrito con propósitos que, de cumplirse, darían a nuestra vida un nuevo sentido, quizá sea llevar una dieta más saludable, bajar un par de kilos o comenzar un negocio propio, cualquiera que sea el propósito de año nuevo que se plantee aquella noche en la que incautos como yo creemos inocentemente que cambiar un número en el calendario renovará nuestra fuerza de voluntad, propósitos que muchas veces terminan archivarse en el cajón de los sueños sin cumplir. No puedo odiar la navidad, es una época hermosa, llena de sentimientos felices, pero verme rodeado de imágenes de san Nicolás sin que tan siquiera llegue diciembre es, en mi opinión, poner un punto final en el año antes de tiempo, cerrar los ojos y creer que el año que viene será diferente, sin tan siquiera darnos la oportunidad de asumir los últimos meses del año como el momento mágico en el que, al mejor estilo de las películas de Hollywood, todos los sueños pueden hacerse realidad. Este afán navideño nos está quitando la posibilidad de cumplir nuestros propósitos en el último minuto. Hay que dejar de apresurarse a terminar el año desde noviembre y quizá de esta manera la recta final de cada año pueda sorprendernos gratamente.