Revista Libros
Siesta era la conclusión inevitable, resulta imposible comprender por qué se hademorado tanto. Por qué obligarse a sí mismo y a su partido a soportar elescarnio de que su nombre fuera traído a colación cada vez que se hablaba decorrupción o inmoralidades como ese inevitable “y tú más”. Por qué convertirseen el centro de atención de la prensa e inspiración de maledicencias de todaclase.Siempresospeché que Camps había sido más estúpido que corrupto. Por aceptar dosdocenas de trajes (¿puede alguien necesitar tantos trajes?) de un tipo como Bigotes, esas prendas contumaces que nose ha podido quitar de encima durante casi tres años, pero mucho más porencargárselos a ese sastre con nombre de torero y vocación lírica que le hacortado muchos más trajes figurados que literales, y que parecía estar buscandoen todo momento las cámaras para ponersea cantar como un canario flauta.Leha hecho mucho daño Camps a su partido, y no sólo porque su nombre haya sidosinónimo de corrupción durante veintiocho meses, sino porque su caso ha probadola verdadera talla de estadista de Rajoy, un tipo cuya estrategia principal esla inacción y aguardar que los problemas se resuelvan solos.