Las élites llevan decenios robándose México. Andrés Manuel López Obrador, AMLO como le llama su pueblo, es un hombre ajeno a las élites.
México es un país profundamente elitista atravesado hoy por la violencia y la corrupción. Un país donde las mafias han matado sin pudor cuando han visto peligrar sus privilegios. Y que no ha querido o no ha sabido imponer al Estado por encima de esas mafias de los cárteles. Las élites en México han manipulado invariablemente los resultados electorales. Al actual Presidente, Peña Nieto, le descubrieron un entramado de compra de votos. Pero el Estado mexicano fue construido por el PRI y su sesgo está marcado por todos los rincones. De ahí la impunidad histórica del robo electoral.
México se emocionó con la victoria de Cárdenas en 1988, con el levantamiento zapatista y los Acuerdos de San Andrés de 1996, con el fin del gobierno del PRI -y la victoria del PAN- en 2000, con las elecciones quebradas en 2006 y 2012, con el movimiento de Javier Sicilia y su hijo asesinado, con el YoSoy132, con Ayotzinapa y los estudiantes ruralistas asesinados. Demasiadas energías utópicas defraudadas. No sé si este pueblo soportaría otro fraude. Tampoco la comunidad internacional.
La relación de López Obrador con los humildes no es como la de esos líderes de consultoría a los que la pobreza solo les resulta tolerable en una exposición de fotos de Salgado. López Obrador sabe lo que es caerse y levantarse, como hace el pueblo, ese que no tiene "coachers" ni pueda filosofar mucho al respecto. López Obrador viene de abajo y sabe cómo se las gastan los de arriba. Por eso su partido, Morena, tiene mucho de movimiento. Porque es esa condición de movimiento el que permite colocar a 600.000 activistas que vigilen este domingo que no vuelvan a robar las elecciones como pasó, cuando menos, en 1988 y 2006. Esa condición de movimiento, junto con la integridad de López Obrador, son las mejores garantías de cambio en un país guiado por el "si algo se puede comprar es barato".
Durante muchos años los políticos mexicanos han estado intentando quitarse entre ellos votos de ese 50% que votaba. ¿Qué pasaba con ese otro 50% que no lo hacía? La victoria histórica que prometen las encuestas tendrá mucho que ver con que, por vez primera, va a aumentar mucho la participación. La polarización política ha sido una estrategia correcta. López Obrador lleva años recorriendo México, cada rincón, bastándole que hubiera una docena de personas interesadas para que le mereciera la pena hacer mil kilómetros. No es verdad que todo sea la televisión. La gente de México ha podido ver la honestidad, la sobriedad y la firmeza de López Obrador cara a cara en las calles y plazas del país.
López Obrador tiene olfato político y hace cierto eso de que la política es un arte. Un arte que dibuja cuándo te tienes que ir de un partido (el PRD, convertido en una caricatura), cuándo tienes que fundar otro, cuando tienes que decir que no y cuándo tienes que negociar con los que son capaces de fundir tus alas y hacer que te estrelles contra el suelo. Un arte, porque una ciencia no es. Ese olfato le ha ayudado a no tirar la toalla cuando le decían que se le había pasado su tiempo (y así parecía), cuando apostaba por ser él mismo cuando su entorno le decía que lo fuera menos (y sus frases contundentes así lo recomendaban), cuando decidía ser muy firme en sus principios como la posibilidad de ser flexible en las formas en un país donde la promiscuidad política hace inocente a una bacanal convocada por faunos experimentados en el bosque más tupido en el solsticio de verano. López Obrador está reinventándo la política en México y convirtiendo la antítesis en una posibilidad de gobernar un mundo que está perdiendo el oremus con la insania de Trump incendiando el mundo. Pero la tesis siempre forma parte de la síntesis y eso está lleno de riesgos.
En tiempos de incertidumbre, esos donde lo viejo se empeña en no llegar y lo nuevo aún es virtual, los liderazgos son los catalizadores necesarios para construir un pueblo que se entienda a sí mismo en esa voluntad de cambio. Pero los liderazgos heredan los Estados, con todos sus sesgos, sus cargas, sus funcionarios, sus leyes, sus ramificaciones en la sociedad civil, sus problemas históricos, y con toda la capacidad que tienen los políticos del régimen de poner palos en las ruedas a cualquier cambio incluso cuando están fuera del Estado. Porque aún siendo bastante probable que López Obrador gane el Gobierno, eso no significa que gane el poder. En un país, además, tan lejos de Dios y tan cerca del Muro que quiere construir Donald Trump.
Llegar a la política con el plan de no robar libera muchos recursos para invertir en el pueblo (ahí está el ayuntamiento de Madrid liderado por Podemos: más de mil millones anuales de superávit en los últimos tres años). Pero para eso necesitas rodearte de gente que ni se le pase por la cabeza meter la mano en el cajón. El entorno más cercano de López Obrador tiene un compromiso político con las mayorías, tan alejado de la política como negocio, que refuerza esa idea de gabinete con capacidad de luchar contra la corrupción -tan vinculada a las privatizaciones- y hacer de la austeridad de los políticos la condición de una vida mejor para los mexicanos.
Los complicados equilibrios políticos en México han echado por tierra cualquier análisis de las coaliciones en términos de ideología. Con López Obrador está la izquierda del PTE y la derecha del PES; el PRI presenta como candidato a la presidencia a una persona que no es del PRI, lo que demuestra poca confianza en ellos mismos; la derecha del PAN se presenta en alianza con la izquierda clásica del PRD. Los políticos clásicos mexicanos han demostrado su capacidad superviviente y, como el aceite en el agua, permanecen siempre arriba primando sus intereses sobre cualquier proyecto. De ahí que la capacidad de travestismo de los políticos del PRI y del PAN, capaces de irse a donde sea con tal de mantener su privilegio, chocará con las exigencias izquierdistas del pueblo que ha construido la ilusión del cambio, ¿hay manera humana de conciliar todas estas aristas?
México entra en Transición (lejos de cualquier maximalismo económico, lo que demuestra mucha inteligencia por parte de López Obrador) y sería bueno que tomara nota de los errores de la Transición española, esa que con tanta arrogancia se vendió en América Latina con el fin de que fueran las élites, sin participación del pueblo, las que protagonizaran un cambio con grandes dosis de gatopardismo en lo sustancial. Andrés Manuel López Obrador es un hombre honesto y práctico que, muy probablemente, se va a enfadar cuando quiera cambiar cosas y algunos no quieran dejarle. El neoliberalismo es un sentido común que beneficia a una mafia muy poderosa. Esa mafia va a presionar con sus infinitas herramientas si se ve en peligro.
Ahí será verdad entonces que solo el pueblo salva al pueblo. La ruptura del aislamiento de México respecto de América Latina es otro de los grandes logros de AMLO. América Latina espera a México y México es una bisagra entre EEUU y el Sur que va a multiplicar su fuerza cuando regrese a liderar el continente.
Las mujeres siguen siendo un sujeto político a la espera (llama la atención que en varios libros que acaban de salir sobre los problemas de México, las mujeres, sometidas a una tensión patriarcal con maneras esclavistas en el país, sean las grandes ausentes). Sin embargo, en la primera línea que acompaña a López Obrador hay mujeres que forman parte de los mejores cuadros políticos de toda América Latina. Morena, el partido movimiento que sostiene este proyecto, sabe que no puede perder el contacto con la calle, con los movimientos sociales, con el feminismo, con el sindicalismo democrático. Morena, que tiene nombre de mujer, es el instrumento del cambio y ha aprendido del error que supone sacrificar el partido y el movimiento por el peso y la urgencia de lo institucional.
López Obrador es el catalizador de la energía de este pueblo que vuelve a creer. Será el pueblo consciente y organizado quien, con ese liderazgo, hará posible el cambio en México. Es por eso que, por vez primera en décadas, el mundo está esperando que López Obrador gobierno México y líderes de todo el mundo han expresado el convencimiento de su victoria. El nuevo gobierno de Sánchez en España, apoyado por Unidos Podemos, marca también una nueva relación que promete ser virtuosa. Una advertencia igualmente a los que puedan estar pensando en otro fraude electoral (que difícilmente querrá cambiar el signo de la presidencia pero que intentará hacer trampas en las cámaras para dificultar la tarea al nuevo Presidene).
López Obrador va a marcar el rumbo. Los puertos, como siempre que la travesía es larga, los tiene que abrir la gente. Votar este domingo es el primer paso. Luego queda casi todo. Por fin México.