Sola. Un botellín de Mahou, unas anchoas de Santoña y yo. No quiero nada más.20 días en Madrid. 20 días, con 24 horas cada uno de ellos. 20 días sin parar. Familia, amigos, amigos, familia. Comer, comer, comer. Comer y beber. Ya ni siquiera me importa si engordo. Es tan evidente que no merece la pena pensar en ello.Y por fin me encuentro sola y no se qué hacer. Pongo la tele. Cambio y cambio de canal. Dejo la ventana abierta, escucho los coches y la gente que pasea por la calle. Desde un cuarto piso se puede oír de que hablan. Decido salir a pasear. Sin rumbo. Camino por la Castellana, por Padre Damián, por Félix Boix y vuelvo a casa por el Paseo de la Habana. Me encanta el ruido de Madrid. La gente hablando y alborotando las calles. Los coches mal aparcados y las motos subidas en las aceras. Las terrazas de los bares a tope de gente. Los niños aún levantados jugando en la calle mientras sus papás se toman la última caña antes de llevarlos a dormir. Las 10 de la noche y el cielo aún es azul.No hace calor, es más, hace un poco de frío. No puedo estar más agradecida por el tiempo que nos esta haciendo. Hasta he llegado a pasar frío de verdad algún día. Casi todo sigue igual, quitando algún bar nuevo y los parquímetros del infierno. ¡Siempre tengo que volver al coche a mirar la matrícula!
Aún tenemos más de un mes en España. Me relaja pensarlo porque todavía hay algún rezagado que no se ha dejado ver. Hay tantas cosas por hacer, tantos sitios a los que ir, tanta gente a la que volver a ver... Huele a lluvia.